martes, 28 de diciembre de 2010

Entrevista a Antonio Jiménez Morato sobre Lima y Limón



Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) publicó hace unos meses en Editora Regional de Extremadura, dentro de la Colección La Gaveta, un librito (70 páginas) titulado Lima y Limón. Como su lectura nos resultó muy interesante y a su hilo nos surgieron una serie de preguntas, nos pusimos en contacto con él, que amablemente aceptó aclarárnoslas.

Estas son las cuestiones que le planteamos:

¿Por qué el título de Lima y Limón? ¿Manejaste otros? ¿Lo pusiste antes de tener escrita la historia o después?
El título apareció cuando había comenzado a escribir la historia. De una manera casual, casi anecdótica, un amigo editor y escritor acaba de recomendar a otra amiga editora dos colores para el lanzamiento de dos libros de una colección nueva. Uno con la cubierta color verde lima y el otro amarillo limón. Y esa idea se me quedó en la cabeza. Estábamos pasando unos días de vacaciones en Hervás los dos. De día leíamos y escribíamos, de noche comíamos y bebíamos. Todo muy relajante, unas vacaciones ideales. Nos leíamos algunos fragmentos de los libros que andaba escribiendo cada uno. Lo que comprendí luego es que quizás el título tiene mucho más que ver con una de las canciones que escuchaba repetidamente en mi infancia. En mi familia se escuchaba mucha copla, y doña Concha Piquer era lo más parecido a una diva que había en esas tardes calurosas del verano. Recordé una canción, “A la lima y al limón”, que habla de eso, de desamor, del deseo de amar y ser amado, de todas esas cosas. Quizás todo eso estaba ahí latente desde que era un niño, y fue escucharlo de boca de mi amigo, mientras en la cabeza tenía el libro, que estaba comenzando a tomar forma y… Bueno, todo se reunió así. Muchos amigos me decían que no les convencía el título pero yo, desde el principio, supe que debía ser ese. En fin, hay cosas que se imponen, no las decide uno.


¿Estamos ante un cuento o ante una nouvelle?
A mí me gusta llamarlo novelita. Como hace César Aira, que llama novelitas a sus libros. Yo no me he planteado, nunca, lo que debía ser Lima y limón. Sé lo que finalmente ha resultado. Además, esta cuestión genérica es, siempre, delicada por un lado y banal por otro. Delicada porque surge de una necesidad de clasificar que tiene poco o nada que ver con la literatura, sino con cuestiones críticas o comerciales. Y banal porque un texto, cuando funciona, lo hace porque marca sus propias fronteras genéricas. No hay un solo libro que no las dicte de modo singular y único, más todavía si el libro es bueno. Además, siempre pongo el mismo ejemplo a este respecto: La casa de las bellas durmientes de Kawabata puede ser, perfectamente, un cuento, pese a sus cien páginas, y Kafka de vacaciones, de Damián Tabarovsky es más bien una novela pese a que son tan sólo veinticinco páginas de generosa tipografía lo que ocupa el libro. No me interesa demasiado saber a qué género pertenece Lima y limón, la verdad, no creo que eso sea lo determinante del libro.

Muy pronto declaras, como narrador, que tienes miedo a hacer literatura. Sin embargo, imaginas a la protagonista innominada de tu historia como salida de un cuento infantil, “tal y como ven los adultos los cuentos infantiles”. ¿Exactamente de qué tipo de literatura has querido huir?
De la literatura, de lo que hoy se considera literatura. El otro día lo comentaba con un amigo editor. Tengo la suerte de tener amigos que se dedican a esto y con los que puede uno reflexionar con un café o una caña de por medio, incluso a veces con la mesa de su despacho de testigo, como fue en este caso. Hoy en día se escribe bajo presupuestos que no me interesan, es más, se escribe bajo presupuesto, como si se tratase de un arreglo de albañilería. Para hacer “literatura”, que es lo que espera el crítico, el editor, los lectores. Y todos tan contentos de conocernos sabiendo que nos movemos en terreno ya transitado. Pero en realidad, esa idea de repetir una vez y otra lo mismo es algo que le gusta mucho a un niño, por ejemplo, que siempre quiere las mismas historias, contadas del mismo modo, y que se enoja cuando algo no concuerda con el modelo que él tenía en la cabeza. No me interesa la literatura vista de ese modo, cada día menos, y no creo que solo la literatura comercial se pueda ceñir, por ejemplo, a esta descripción. Hace años que no leo a Vargas Llosa, las nuevas novelas de Vargas Llosa, porque sé qué me voy a encontrar: literatura y nada más. No hay vida, no hay nada ahí que no sea literatura. Recuerdo, por ejemplo, El paraíso en la otra esquina, que me pareció una novela vergonzosa, vergonzante incluso, escrita por un estudiante de bachillerato, con la idea que tiene un estudiante de lo que debe ser la literatura, y pericia sintáctica y léxica, que es lo mínimo que se le puede exigir a un autor que con treinta y cinco años ya había escrito las novelas que le han valido el premio Nobel, novelas en las que él retorcía la misma idea de lo que debía ser la literatura. Pero es que, además, ese mismo año, algunos críticos, críticos que supondremos serios y profesionales y que están legitimados por los grandes medios nacionales donde publican, eligieron esa novela como una de las mejores del año. Se queda uno sin palabras ante ese despropósito constante. Me interesa más un libro cuando la literatura queda desbordada, cuando hay más cosas en un libro que mera literatura. No es habitual poder encontrarlo, pero a veces sí se da. Y sí, huyo de la literatura escribiéndola, así de idiota es uno.

Armas la historia por medio del intento de su reconstrucción através de la escritura con la expresa renuncia de embellecerla en su relato. ¿Hasta qué punto eso es posible, según tu opinión?

Precisamente, del mismo modo que desde el inicio del libro se sabe que la historia de amor fracasará, el lector atento debe darse cuenta de que lo de escribir sobre el amor sin embellecerlo es una quimera. Ahora, no está de más intentarlo. En realidad, la idea del libro era contar una historia de amor que pudiese firmar cualquier tipo de mi generación, que no cayera en lo cursi, que no fuera demasiado seca, etc. Intentar hablar del amor tal y como lo vivimos. De un modo muy humilde y cotidiano, pero aún así ilusionante. Y, para eso, no hace falta embellecer nada. Además, del mismo modo que huyo de la literatura, como ya he dicho, huyo de la retórica. Si se puede decir más sencillo, busco la manera de decirlo de modo más sencillo todavía. Que lo haya logrado o no es algo que, me temo, no debo responder yo. Y, bueno, lo de si es posible o no es algo que se soluciona fracasando y acertando. A mí me gusta más el fracaso que el éxito, la victoria es casi fascista, y la derrota admite la corrección, la mejora. No creo que sea casual que casi todas las fiestas nacionales y nacionalistas conmemoren derrotas. Y, como te he dicho ya, este libro es una derrota, pero una derrota que da ganas de seguir batallando.

No entiendo la siguiente frase según lo que quiere decir la subordinada: “Siempre me ha costado mucho ser claro y decir lo que pienso aunque pueda molestar a quien le toque escucharlo”, pero lo declarado en la proposición principal es inquietante como afirmación que procede del narrador. ¿Se trata del punto de vista de Lima y Limón?
Quizás sí. Me obligas a pensarlo, a pensar cuál es el punto de vista del narrador del libro. Desde luego, el narrador quiere ser claro y decir lo que piensa, y sabe que puede molestar por ello. Parte del problema de Lima y limón, para mí, es que está hecho con materiales autobiográficos. O sea, todo lo que se cuenta ahí es verdad, ha sucedido. Pero no del modo en que aparece, finalmente, tal y como se lee montado en el libro. Una cosa es mi vida, mis recuerdos, mis memorias, pero al escribir el libro, y sobre todo al montarlo, al decidir qué se queda dentro y qué iba afuera y cómo se ordenaban esos fragmentos, lo he ficcionalizado todo. He construido una historia con los recurdos de varias, así que no se puede hacer una lectura autobiográfia del libro, me temo. Pero, por otro lado, las reacciones de las personas que aparecen ahí ha sido muy curiosa. Hay gente que me ha dicho que le ha incomodado verse allí, y otros estaban encantados, los hay que no se han reconocido y los hay que, sin ser ellos, se han visto reflejados en algunos de los personajes que aparecen en el libro. Y creo que todo eso se debe a que el narrador del libro está muy pegado a mí, es casi yo sin serlo del todo, pero está muy cercano, y eso despliega esa visión personalista. Quizás sí, quizás esa frase la he escrito yo y habla de esa pulsión constante que tengo de no cerrar la boca cuando debería hacerlo, de pensar que es más importante expresar mi opinión que respetar los sentimientos ajenos. Todo esto deberé reflexionarlo con más detenimiento y, me temo, con la ayuda de un terapeuta. Por otro lado, el narrador no necesita conocer y tener claro qué cuenta. Muchas veces un narrador cuenta porque quiere saber, porque necesita clarificar esos materiales y la escritura, la narración, le sirve como herramienta para hacerlo. Eso es algo que me interesa mucho también, y sobre lo que pienso a menudo.

Pienso que hay quienes graban en sus recuerdos determinados diálogos con más o menos verosimilitud y quienes recuerdan, podríamos decir, en estilo indirecto. ¿Es esa la razón por la que en tu libro no hay diálogos?
En realidad sí hay algún diálogo y en determinados momentos aparece alguna cosa en estilo directo, y muchas en indirecto libre. Pero en este caso sí que hubo una decisión consciente de evitar el artificio del diálogo. Porque, además, no se trata ya de que uno recuerde mejor o peor lo sucedido y pueda reflejar los diálogos mantenidos, sino de en qué medida los recreamos cuando nos inventamos el pasado. Lo más curioso es que, partiendo de esa idea, muchos de los referentes reales de los personajes me han dicho que recurdan los hechos tal y como yo los he narrado, lo que me resultó un tanto turbador en su momento. Pero lo de evitar los diálogos es, sobre todo, una cuestión de verosimilitud, de honestidad para con el lector, sí. Y, al mismo tiempo, un reto narrativo, contarlo todo de ese modo indirecto, que es muy aburrido y reiterado porque es plano, y hacerlo de modo dinámico para el lector. Finalmente, creo que ese reto forzó esa decisión estilística.

En la página 21 el narrador hace, haces, una declaración fundamental: “Con ella aprendí la diferencia entre no recordar algo y haberlo olvidado”. ¿Es la esencia narrativa la gestión, más o menos acertada, de una memoria falible?
Depende de la narrativa a la que te refieras. No creo que eso sea aplicable a la narrativa en general. Quizás la de cierto tipo de narrativa sí, una narrativa que a mí me interesa muchísimo, y que tiene que ver con el modo en que se trabaja con la autobiografía propia y la memoria, de la que hay que sospechar pero que es, al mismo tiempo, la única fuente de conocimiento que tenemos en muchos casos. Durante mucho tiempo me interesaban mucho los diarios de Trapiello como ejemplo de narrativa que se construye partiendo de materiales autobiográficos. Lo que ocurre es que cada vez más, esos diarios se están convirtiendo en una ficción con una máscara autobiográfica. Lo que los vuelve muy interesantes por otro lado, al anular la lectura ingenua que suele hacerse de ellos, pero que desplaza el centro de la obra a otro lugar que a mí no me interesa tanto ahora. Me interesa mucho más, en ese sentido, el modo en que Félix Romeo escribe Amarillo, cómo Marcos Giralt-Torrente decide lanzarse a la escitura de Tiempo de vida, el modo en que a José Luis Peixoto le salva la escritura de Morreste-me (Te me moriste), etc. Ojo, no las huellas autobiográficas sobre las que escribe, por ejemplo, Vargas Llosa en ese opúsculo interesantísimo que es Historia secreta de una novela. No, el modo en que uno necesita, se ve obligado a, quiere (usa el verbo que quieras) a trasladar parte de su vida a la literatura. Y los porqués. Eso me interesa más, y en esa labor sí puede tener un hueco tu afirmación. Puede ser que ahí el autor se enfrente al complicado trabajo de sospechar de la única fuente que posee. No me parece mal, en todo caso, porque debemos sospechar de casi todo, y más cuando escribimos.

“Era todo tan azaroso que tan sólo podía ser cierto, porque la realidad insiste en imitar a las malas novelas”. ¿Qué relación personal tienes con la mala literatura?
Tengo una relación doble. Por un lado agradecida, porque la existencia de esa “mala literatura” permite que se aprecie la calidad de la buena, y porque, además, yo me gano la vida, en parte, escribiendo libros por encargo que, no sé si son mala literatura, pero seguro que entra dentro del concepto mental que se dibuja en tu cabeza cuando me haces la pregunta. Sí, ahora juego a ser adivino, perdóname. Y, por otro lado, tengo una relación similar a la que tengo con la mala música o las malas películas, intento no sufrirlas demasiado. No creo que sea muy original en ese sentido. Además, no soy muy pop en el sentido de que no coloco todo en un mismo plano. Warhol era un genio haciendo eso, relativizándolo todo y colocando todas las referencias a un mismo nivel, pero yo todavía soy un poco decimonónico, se conoce, y me revienta ver que alguien sitúa en el mismo plano cosas de una calidad tan dispar. Me preocupa, incluso, pero sólo a veces. Normalmente soy más normal. De todos modos, un fanático de Aira como es uno tiene que cuestionar esa misma idea de lo que es mala y buena literatura, sobre todo porque a lo que la gente llama “buena literatura” es esa literatura que me desagrada y aburre, que intento evitar, de la que hablamos antes.

Me interesan mucho esos programas televisivos de pornografía sentimental. Creo que para un escritor son didácticos y para cualquier espectador, entretenidos. En uno de preguntas comprometidas vi cómo una concursante declaraba que era verdad que le había hecho unas fotos a las sábanas en las que había perdido la virginidad. En tu relato el narrador destaca la ocasión en la que quedó en las sábanas una enorme mancha con forma de corazón que proyecta fotografiar y titular “La huella del amor”. Ni lo hace ni conserva ninguna foto en la que aparezcan los dos enamorados. ¿Cuál es a tu juicio la delgada o gruesa línea que separa la vulgaridad de la poesía?
Afiladísima pregunta. Bueno, lo primero que quiero decir es que no estoy de acuerdo con lo de la pornografía sentimental. Creo que sería más honesto hablar de obscenidad y no de pornografía, pero, bueno, supongo que serán modos de verlo. Por otro lado a mí no me parecen especialmente didácticos ni entretenidos, pero puede ser un problema mío. En todo caso hay que diferenciar lo que hizo la concursante, hacer una foto a las sábanas en las que se había desvirgado, con lo de hacer la foto a una feliz casualidad, que es la forma de la mancha que queda en las sábanas después de un encuentro sexual. La concursante, que podría haber conservado las sábanas sin lavarlas, y que seguirá teniendo las sábanas, hace una fotografía de lo que piensa que debe ser un hito vital: la pérdida de la virginidad. Retrata aquello, como debe retratar todo, pensando que de ese modo le entrega una importancia y desviando la finalidad del recuerdo –pasajero y siempre cambiante- al fetiche –estable y ajeno. Mi narrador cuenta que quiere hacer eso pero, finalmente, no lo hace. Prefiere el recuerdo, o al menos eso es lo que queda, y por azar, no guarda foto alguna que testimonie esa relación. Hay una diferencia evidente. Pero es que, en realidad, esa idea de La huella del amor, aunque no aparezca en el libro, se extendió bastante más. Por un lado ideé una exposición donde hubiera no sólo esa hipotética foto, sino muchas fotos más donde hay huellas del amor. Desde fotos de viudas, de preservativos, de camas usadas hasta fotos de contusiones, de muertas y de fotos partidas. Incluso grabar videos de casa ocupadas por parejas cuando ellos se han ido al trabajo. O sea, retratar lo que queda de nuestras vidas y nuestras relaciones cuando nosotros no estamos. E, incluso, eso ha ido más allá y un amigo usó una idea cercana para un formato televisivo y otro incorporó la experiencia de contemplar la vida cotidiana de una pareja en un proyecto de investigación teatral. O sea, que la idea es más fecunda de lo que en principio pueda parecer.
Y, respondiendo directamente a tu pregunta final, te diré que no lo sé. No sé, ni siquiera, si no hay poesía en la vulgaridad o si no es vulgar la poesía. Creo que sí, que todo es vulgar o tremendamente lírico dependiendo del enfoque. Y hay poesía hecha con mimbres vulgares que es bellísima, y al mismo tiempo hay vulgaridades que se concibieron desde posiciones que se suponían altamente poéticas. Así que no creo que haya mucha separación entre vulgaridad y poesía, seguramente tienen zonas comunes. No creo mucho en las fronteras, en todo caso, sean delgadas o gruesas. Y menos dentro de la literatura.



No tienes prejuicios con adjetivos como “simpático” o “precioso” en formulaciones estereotipadas: “el anochecer me pareció precioso”, “era una estampa muy simpática”, buscas el modo de contar más sencillo posible, las anécdotas transitan la cotidianeidad. ¿Es esa tu fórmula personal de acceder al meollo de “la verdad” de lo que quieres contarnos? ¿Cómo hablar del amor sin resultar falso? Dentro del episodio de las tres negaciones mutuas de los futuros amantes, me parece todo un acierto esta manera de expresar la intensidad de las emociones: “Si hubiese escuchado el canto de un gallo, un ejemplar imposible que viviese en el centro de la ciudad, no me habría parecido lo más fantástico de todo lo vivido aquella noche”.
No deja de ser curioso, precisamente, que te haya gustado lo del gallo. Una amiga me lo cuestionó. De todos modos, es muy difícil hablar del amor sin sonar a algo ya escuchado, sin ponerse estupendo y campanudo. Quizás eso es lo que necesitaba ser modulado con más cuidado. Y sí, en algunos casos eso pasaba por usar materiales muy gastados, que sonaran a café con churros de bar de diario. Como esas expresiones estereotipadas. Porque Lima y limón cuenta un amor de diario, de tardes de supermercado y fines de semana en bares de barrio. O sea, algo muy común, muy cotidiano. Porque lo más electrizante del amor es que brota en ese entorno y se desarrolla en ese ambiente, pero consigue trascenderlos. Nos hace trascendentes de un modo curioso. Eso se tenía que ver en momentos como lo del gallo. Todos hemos vivido alguna noche de esas como algo mágico e inexplicable. Yo también, y eso había que transportarlo al libro.


El narrador dice, dices: “Todo esto no terminará con ese gesto simbólico de desatornillar el cartel del buzón para poner un pedazo de papel con mi nombre. Sería un buen final, un final lógico y acorde con los elementos puestos en juego en la narración. El final cerrado y concluyente que mis alumnos me piden que les venda cada semana. Pero no creo que sea ese el final que le corresponde a esta historia”. No obstante, al cabo tienes que matizar: “Mientras escribía estas páginas tuve que cambiar el papel del buzón y en el nuevo aparece mi nombre y el de la casera (...) No es el final de esta historia y seguramente no tiene nada que ver con ella, pero si uno está intentando al contarla ser lo más honesto posible he pensado que debería mencionarlo.” ¿No nos dejan las ramas ver el bosque? Esto es, ¿la literatura de efectos tapa más de lo que desvela?
Bueno, quizás esa referencia sea un modo de narrar, de introducir en el libro lo que te he dicho de la literatura. Si yo hubiera querido hacer literatura podría haber usado el buzón como símbolo del cambio. Ya sabes, al principio no hay nombre en el buzón, algo tan simbólico como un nombre y un buzón, y al final el tipo se encuentra, el he llegado el mensaje, etc. Así que pone su nombre en el buzón. Es un símbolo muy bueno, sin duda. Pero no, no quiero usarlo. Y eso lo dice el narrador de modo explícito. Pero, curiosamente, al final sí tengo que ponerlo. El nombre está en el buzón. Porque la vida se impone, la vida es mucho mejor guionista que uno, sabe hacer unos argumentos que te tiran de espaldas. Y, al mismo tiempo, es un toque de atención al lector sobre el hecho de que quiero que vea este libro más lleno de vida que de literatura. Curiosamente, desde que el libro se editó han cambiado muchas cosas en mi vida. Ya no vivo en aquella casa, ahora mi buzón, el de mi nueva casa, tampoco tiene mi nombre. La vida se impone.


Me cuesta creer que sea el narrador el que provoca la ruptura. Afirmas: “Algo estaba yendo mal, muy mal”, pero no se aclara qué. La relación, ya lo sabíamos por una tirada del Tarot, servirá para que el narrador se libere y renazca en la comprensión de lo que significa el amor. ¿Qué tiene ella de mujer mágica? ¿Hay, después de todo, lugar para la fábula en lo contado?

Bueno, el narrador no la provoca. El narrador es el que toma la decisión de verbalizarla. Hablas de una mujer mágia, que lo es, en diversos modos. No, en realidad, si recuerdas el episodio de la tirada, tanto ella como su amiga le dicen al narrador que tiene capacidad para ver las tiradas, que él, también, podría leerlas. Quizás él vislumbra lo que sucede, lo lee, y toma la decisión que ella no puede tomar. Y ese es el inicio de la liberación de él. Él comienza a ver, por así decirlo. Ella le ha enseñado, le ha servido de maestra. Creo que detrás de Lima y limón no hay sólo unas historias personales y una narración más o menos autobiográfica, sino una fábula, si quieres verlo así, sobre el amor, sobre lo que significa amar. Siempre me ha obsesionado la figura de Quirón, el centauro herido que es el padre de la cirugía, alguien que puede curar porque convive perpetuamente con el sufrimiento. No sé, me interesa como metáfora de muchas cosas, pero más del amor. Quizás sea esa la fábula que hay detrás de Lima y limón. En buena medida, ese loco liberado soy yo. Y el modo de liberarme ha sido escribir este libro y comprender muchas cosas a través de él.

domingo, 26 de diciembre de 2010

Unas preguntas a Antonio Jiménez Morato sobre su libro Lima y Limón


Antonio Jiménez Morato (Madrid, 1976) publicó hace unos meses en Editora Regional de Extremadura, dentro de la Colección La Gaveta, un librito (70 páginas) titulado Lima y Limón. Como su lectura nos resultó muy interesante y a su hilo nos surgieron una serie de preguntas, nos pusimos en contacto con él, que amablemente aceptó aclarárnoslas.

Estas son las cuestiones que le planteamos:

¿Por qué el título de Lima y Limón? ¿Manejaste otros? ¿Lo pusiste antes de tener escrita la historia o después?


¿Estamos ante un relato o ante una nouvelle?


Muy pronto declaras, como narrador, que tienes miedo a hacer literatura. Sin embargo, imaginas a la protagonista innominada de tu historia como salida de un cuento infantil, “tal y como ven los adultos los cuentos infantiles”. ¿Exactamente de qué tipo de literatura has querido huir?


Armas la historia por medio del intento de su reconstrucción através de la escritura con la expresa renuncia de embellecerla en su relato. ¿Hasta qué punto eso es posible, según tu opinión?


No entiendo la siguiente frase según lo que quiere decir la subordinada: “Siempre me ha costado mucho ser claro y decir lo que pienso aunque pueda molestar a quien le toque escucharlo”, pero lo declarado en la proposición principal es inquietante como afirmación que procede del narrador. ¿Se trata del punto de vista de Lima y Limón?


Pienso que hay quienes graban en sus recuerdos determinados diálogos con más o menos verosimilitud y quienes recuerdan, podríamos decir, en estilo indirecto. ¿Es esa la razón por la que en tu libro no hay diálogos?


En la página 21 el narrador hace, haces, una declaración fundamental: “Con ella aprendí la diferencia entre no recordar algo y haberlo olvidado”. ¿Es la esencia narrativa la gestión, más o menos acertada, de una memoria falible?



“Era todo tan azaroso que tan sólo podía ser cierto, porque la realidad insiste en imitar a las malas novelas”. ¿Qué relación personal tienes con la mala literatura?


Me interesan mucho esos programas televisivos de pornografía sentimental. Creo que para un escritor son didácticos y para cualquier espectador, entretenidos. En uno de preguntas comprometidas vi cómo una concursante declaraba que era verdad que le había hecho unas fotos a las sábanas en las que había perdido la virginidad. En tu relato el narrador destaca la ocasión en la que quedó en las sábanas una enorme mancha con forma de corazón que proyecta fotografiar y titular “La huella del amor”. Ni lo hace ni conserva ninguna foto en la que aparezcan los dos enamorados. ¿Cuál es a tu juicio la delgada o gruesa línea que separa la vulgaridad de la poesía?



No tienes prejuicios con adjetivos como “simpático” o “precioso” en formulaciones estereotipadas: “el anochecer me pareció precioso”, “era una estampa muy simpática”, buscas el modo de contar más sencillo posible, las anécdotas transitan la cotidianeidad. ¿Es esa tu fórmula personal de acceder al meollo de “la verdad” de lo que quieres contarnos? ¿Cómo hablar del amor sin resultar falso? Dentro del episodio de las tres negaciones mutuas de los futuros amantes, me parece todo un acierto esta manera de expresar la intensidad de las emociones: “Si hubiese escuchado el canto de un gallo, un ejemplar imposible que viviese en el centro de la ciudad, no me habría parecido lo más fantástico de todo lo vivido aquella noche”.



El narrador dice, dices: “Todo esto no terminará con ese gesto simbólico de desatornillar el cartel del buzón para poner un pedazo de papel con mi nombre. Sería un buen final, un final lógico y acorde con los elementos puestos en juego en la narración. El final cerrado y concluyente que mis alumnos me piden que les venda cada semana. Pero no creo que sea ese el final que le corresponde a esta historia”. No obstante, al cabo tienes que matizar: “Mientras escribía estas páginas tuve que cambiar el papel del buzón y en el nuevo aparece mi nombre y el de la casera (...) No es el final de esta historia y seguramente no tiene nada que ver con ella, pero si uno está intentando al contarla ser lo más honesto posible he pensado que debería mencionarlo.” ¿No nos dejan las ramas ver el bosque? Esto es, ¿la literatura de efectos tapa más de lo que desvela?


Me cuesta creer que sea el narrador el que provoca la ruptura. Afirmas: “Algo estaba yendo mal, muy mal”, pero no se aclara qué. La relación, ya lo sabíamos por una tirada del Tarot, servirá para que el narrador se libere y renazca en la comprensión de lo que significa el amor. ¿Qué tiene ella de mujer mágica? ¿Hay, después de todo, lugar para la fábula en lo contado?


Ahora lo único que falta son sus respuestas, que colocaremos en su lugar próximamente.

sábado, 18 de diciembre de 2010

La mesa puesta, de Manuel Abacá


La mesa puesta, de Manuel Abacá
Colección La Gaveta, Editora Regional de Extremadura, 78 páginas con la nota final

El escritor se pregunta sobre la resistencia de su libro de cuentos comparándolo con un camino con ocho puentes, uno por cada cuento de los que componen el brevísimo volumen titulado La mesa puesta. El escritor se llama Manuel Abacá. Lo que tiene que soportar ese camino es el tránsito de cada uno de sus lectores. El escritor está seguro de no poder ofrecerle al lector otro camino que el que le pone por delante y esa situación le “hace estar más expectante que nunca”. ¿Resistirá la prueba?
Juzguen ustedes mismos: “Me gustaría mirar dentro de la cabeza de gente como ese teniente para saber en qué se distingue de la mía, para saber qué parte que me permitiría como a él ser una especie de ganador, odio.” (pág. 43) Otro regalo: “Siempre tomo leche con galletas empapadas. Siempre limpio lo que mancho, siempre recojo lo que usan los demás y lo que estorba, lo que nadie quiere. ¿Por qué soy así? Es una pregunta que me hago a menudo en el fregadero. Supongo que solo ordenando las cosas, entiendo cómo se desordenan.” (pág. 46) La escritura de estos relatos es tan sencilla y tan difícil, tan profunda y tan sutil que a este lector le corroe una envidia malsana perfectamente contrarrestada por le emoción y la lección que proporciona. Está muy bien que venga alguien de pronto y con el tono de una voz apacible, con la sensatez de su mirada, con la relevancia de los detalles que le importan me haga callar en este guirigay de voces ventrílocuas que yo sólo he montado en torno a si la literatura tiene un culo muy grande o muy pequeño, al que estamos todos asomados. Las historias de Manuel Abacá salen directamente del corazón y de la inteligencia de la literatura. Esto es, amigos, que me han dado sopas con honda. Para callarse y enrojecer. La mesa puesta es un libro de 75 páginas. No importa, no se agota en una primera lectura. Puede uno volver a cada una de sus historias muchas veces, porque no hay en ellas ninguna de esas sorpresas que una vez desveladas por la primera lectura pierden un misterio vacío, aparente. La sabiduría de estos textos está detrás de lo que cuentan, activan el resorte de la inteligencia en el lector, hacen que uno quiera saber qué más se puede encontrar debajo de esas palabras. Y ahora tengo la suerte de volver a leer este libro de 75 páginas. Por supuesto, resistió la prueba.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La soledad dejó de ser perfecta, de Alberto de Frutos Dávalos


La soledad dejó de ser perfecta, de Alberto de Frutos Dávalos
Editores Policarbonados, Colección Relatos, 119 páginas

No estoy de acuerdo con la sentencia de Auden que dice que reseñar libros malos es una pérdida de tiempo, además de un peligro para el carácter. Puedo afirmar lo contrario. La mala literatura me enseña mucho más que la buena. Porque en la buena es muy difícil saber con exactitud dónde reside su bondad, mientras que en la mala salta a los ojos del entendimiento todo aquello que el autor ha hecho atropelladamente, fulleramente o simplemente fuera de lugar. No sólo me habla de un mal autor al que no conozco personalmente, sino que me remite inmediatamente al malísimo autor que soy, que puedo llegar a ser, que he sido y que siempre está al acecho para saltar sobre la liebre. Véase la última frase, ¿no demuestra ella solita las majaderías del escritor? Fernando Iwasaki publicó el año pasado un libro de cuentos que tituló España, aparta de mí estos premios, en la muy prestigiosa Páginas de Espuma, editorial del cuento en español por antonomasia, en la que todos quisiéramos sacar nuestro librito, mojón de relatos. Más o menos consistía en un relato, escrito siete veces con variaciones para adecuarse a las exigencias de las convocatorias de los organismos y ayuntamientos más peregrinos. Fernando Isawaki se reía de ese vagón de la literatura que circula por el culo de la literatura. De los premios de cuarta categoría, de las peregrinas instituciones que los promueven y no sé si de los autores que se presentan a los mismos, porque no he leído el libro. No me parece que sea tan gracioso como lo pintan. Un año después Editores Policarbonados, ni cortos ni perezosos, publican el libro de Alberto de Frutos Dávalos titulado La soledad dejó de ser perfecta, compuesto por una serie de relatos galardonados a lo largo y extenso de nuestra geografía. En concreto la convocatoria del certamen Mari Puri Express en el año 2001, donde nuestro autor resultó victorioso, me pareció la más exótica. Está convocado por el ayuntamiento de Torrejón de Ardoz. A pesar de que no siempre haya conseguido los laureles Alberto de Frutos Dávalos tiene en la sonoridad de su nombre la resbaladiza trampa de quien brilla en triunfos menores. No voy a esconder que no me han gustado. Estoy lejos de su pulso y sensibilidad literaria. Tampoco su propuesta ha conseguido atraparme. Son historias de soledades y de sutiles e imposibles evocaciones. Sinatra, que es la última, es una búsqueda proustiana de una melodía perdida, de un tiempo pasado. La aspiración de la escritura en estos cuentos es la elegancia, cierta finura de ideas y modos de expresión, pero creo que comete algunas torpezas por ese camino, que le dan una consistencia algo frágil, no exenta de encanto. “La soledad dejó de ser perfecta en la estación” es la frase del relato Inquilinos que sirve para titular el libro y dar una idea de su pulso. La mayoría hubiésemos puesto la circunstancia de lugar al principio. Con ese perfil limpio, libre de estridencias y sencillo en sus composiciones, lo que quizás sea su mayor logro, estas historias han atrapado a muchos jurados diferentes de la península. Quien tenga previsto presentarse próximamente a algún concurso debería de leer antes estos relatos. Desafortunadamente yo lo he hecho al revés. Mejor este libro que el de Iwasaki (¿o es Isawaki?). Me parece a mí.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Fuera de temario, de Manuel Espada


Fuera de temario, de Manuel Espada
Editores Policarbonados, Colección Relatos, 193 páginas.


Manuel Espada trabaja en los relatos que componen este libro con la fantasía. La unidad temática viene dada por las distintas materias académicas representadas cada una por una historia. Una chica llega a convertirse en una butaca de cine. Son los apuntes sobre la evolución de la especie. La Biología. Un vagabundo adopta la personalidad del cura que cree que ha matado, teniendo que renunciar para ello a su pensamiento nihilista, nietzscheano. Es la Filosofía, introducida por una cita antológica de la película Amanece, que no es poco, que dice: “De orden del señor cura, se hace saber, que Dios es uno y trino”. En la Física, un relojero le roba el tiempo a sus clientes. Se trata de un relato premiado en un concurso, pero quizás no sea de los mejores del volumen. Demasiado trascendental para un autor que alcanza sus mejores momentos cuando hay humor de por medio, lo que no es siempre fácil de conseguir, contra lo que se pueda pensar. Como ocurre en las Matemáticas con el caso de un amor trigonométrico entre Javier Redondo, para quien la esfera es la forma más perfecta de la naturaleza, e Idoa Hernández, que está obsesionada con las formas triangulares. También hay humor, sarcasmo, parodia y guasa en el cuento titulado La importancia del complemento circunstancial, donde un mecánico es nombrado académico de la lengua española. Hay más materias. Las plantas de un invernadero son capaces de escribir música al tiempo que un compositor pierde sus facultades. Un redactor vuelve al pasado más inmediato. En una tasca castiza se reúnen los escritores americanos del realismo sucio para comportarse como vulgares parroquianos de taberna, sin dotes para la escritura. Nos parece muy conseguido el relato titulado Globalización, que viene a ilustrar la asignatura de Informática. Es uno de los más breves. Un tipo teclea su nombre en Google y se lleva una gran sorpresa. Hay que leerlo. A veces el autor da más explicaciones de las que el lector le va a pedir, pero en esta historia se contiene muy bien, y resulta precisa y justa. Un pintor dirige los destinos de quienes le rodean con sus pinceles para finalmente caer presa de ese mecanismo mágico. En la pérdida de la perspectiva, la historia acaba siendo algo farragosa. La fórmula de la belleza pertenece a la categoría de las historias trascendentales, donde echamos en falta las dotes del autor para la pincelada humorística. En fin. Este es el segundo libro de relatos de Manuel Espada. Pero algo nos hace decir que acabará siendo el primero. ¿Qué? En primer lugar, el anterior, titulado El desguace, que también leí con interés, venía firmado por Manuel Sánchez Vicente. La adopción del nuevo nombre es más que afortunada y simbólica. Y, por otra parte, aquel era una especie de cajón de sastre de muchas historias, una especie de antología del escritor novel. En este Fuera de temario encontramos voluntad de unidad y coherencia general bajo la variedad de relatos.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Elefantiasis, de Raúl Ariza


Elefantiasis, de Raúl Ariza,
Editores Policarbonados, Colección Relatos, 122 páginas.

El hombre es un ser atrofiado y vive situaciones y vidas que son embrollos sin salida, nudos ¿gordianos? Sí, gordianos. Es todo un acierto titular un libro con el término Elefantiasis. Un libro de relatos, ¿de relatos? No exactamente, lo que escribe Raúl Ariza en su primera publicación, que son textos procedentes de su blog El alma difusa, no nos parecen siempre relatos ni microrrelatos, a veces son estampas de vidas, resúmenes de argumentos, exposición de situaciones, apuntes de historias. ¿Películas contadas? Puede ser en ocasiones. Cincuenta textos que insisten en enfocar los callejones sin salida de unas existencias tan absurdas o necesarias como las de cualquiera. Hay un realismo cotidiano, ¿sucio pero castizo? Sucio, pero castizo, “ahogado por el transveral corte en la garganta de un cuchillo jamonero” (pág. 33). La escritura de este libro se ha independizado de la impostura del realismo sucio más tópico. Se nota el buen humor y la distancia en expresiones como “debe estar a puntito de llegar” (pág. 107), “repletito de cuajos sanguinolentos” (pág. 118). El narrador se pone casi siempre por encima sus personajes y nos los muestra con cierta condescendencia: “al bueno de Ricardo se le ha quedado una cara de felicidad un poco tonta” (pág. 30). Una serie de pobres diablos van dando palos de ciego de un lado a otro. Clientes de puticlub, amantes clandestinos, viudos, víctimas de desgracias familiares, seres perdidos en el territorio de tragedias más o menos visibles. Poco a poco, sabemos que no habrá sorpresas más allá de ese mapa de rutina, tristeza, decepción y grisura. Por eso quizás hay quien se empeña con sus gestos, actitudes o comportamiento en romper algunos moldes. Sin embargo, esas son hazañas mínimas condenadas a fracasar. Elefantiasis presume de sus deudas cinematográficas: “Desde una toma cenital se apreciaría mejor, no únicamente la soledad por la que atraviesa, sino también lo mal que se siente” (pág. 96). En fin. La colección de textos de Elefantiasis nos parece una propuesta digna, deudora de esos argumentos y situaciones clásicas del desamparo que el cine y la literatura nos viene enseñando desde hace tiempo. No encontramos, sin embargo, interés por buscar caminos menos trillados ni de investigar planteamientos más originales. Pero estamos ante el primer libro de su autor. Tiempo tiene, si quiere, de ir cogiendo vuelo. Por otra parte, nos parece un gran acierto la presencia de las ilustraciones de Carmen Puchol, que potencian enormemente la atmósfera de las historias.

sábado, 11 de diciembre de 2010

El comercial


Desde que puse de nuevo los pies en la ciudad, empezó a lanzarme sus afilados dardos. Cada parque, cada calle oscura y solitaria, que buscaba en la memoria de aquel tiempo en el que había vivido en ella, cuando era joven y pensaba en lo nuevo que era el mundo, abrían en mi corazón, percudido por las rutinas, una brecha finísma por la que se me escapaba un hilo de vida. Supe enseguida que si no me marchaba pronto perdería allí el resto, como tantas sombras que encontré. Sin embargo, no estaba dispuesto a abandonarla por las buenas. Era necesario algún imperativo externo que me maracase el camino de la supervivencia. Llegó el punto en el que, en el fondo, de lo que se trataba es de que se produjese un milagro; por ejemplo, que un ángel me anunciara una dicha o una desgracia definitiva. En términos más mecanicistas mi cerebro se tendría que cortocuircuitar para la salvación. Mi cuerpo tenía tentaciones muy atractivas para hundirse en la hermosura de una profunda tristeza, que era lección del tiempo. Recogí las reliquias de mi futuro. A partir de ahora ya sabes adónde va todo. No te podrás librar de ese pesar. Los espejos, comprendí. En los espejos se guarda lo que se pierde. El día de la partida vi pasar toda la ciudad, todo su tiempo, por delante de la ventanilla del autobús. En otra parte comencé a añorar lo que había sido y también lo que no. Para entretenerme había elegido una ocupación que me llevaba de un lado a otro. Me acercaba a los comerciantes con una sonrisa y extendía ante ellos un muestrario con el género. Señalaban sus preferencias o las de sus clientes y yo anotaba el pedido en un albarán. Todo tenía, así, un aspecto sencillo, aburrido y llevadero.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Fábula personal en mitad de un drama histórico



Fotograma de Rendez-vous de Juillet

Lo que puedo decir al respecto tiene que ver con lo que me ocurrió en un céntrico hotel de esta ciudad. Entré en la cafetería, donde estaba citado con la hermosa mujer con la que por fin había decidido serle infiel a mi esposa, y en mitad de la sala hallé a un hombre ciego que olfateaba el aire.
-¿Le puedo ayudar en algo?, le pregunté.
-¿Sabe usted dónde están los servicios?
Busqué algún indicador.
-Al fondo a la izquierda, si quiere lo acompaño hasta la puerta.
-Es usted muy amable, gracias.
Mi amante apareció en el justo momento en el que completaba mi buena acción del día. Me vio sonreír.
-¿Y ése quién era? Hemos de ser muy precavidos, si mi esposo se enterara serías hombre muerto.
-Sólo era un ciego que necesitaba ir al baño.
Entonces todo saltó por los aires. Mi amante y yo quedamos sepultados entre escombros, lujosas vigas doradas, mullidos brazos de sillones de cuero, cascotes revestidos de papeles pintados. Durante toda la tarde estuvimos oyendo explosiones a lo largo y ancho de la ciudad, mientras permanecíamos atascados, en un abrazo siniestro que apenas nos permitía coger un poco de aire.
-Ojalá no te hubiese conocido, me dijo ella, entre lamentos de dolor, porque se le habían roto varias costillas.
-Tenemos que ver la forma de salir de aquí, dije yo, por no perder un espíritu positivo que había impostado para conquistarla.
La verdad es que estaba muy buena y por fin la tenía entre mis brazos, pero cada vez que me movía le presionaba a ella el costado y aullaba de dolor.
¿Qué está ocurriendo? Una mujer con un traje como el suyo, con un maquillaje como el suyo, con su perfume y la suavidad de su piel no está preparada para vivir el inicio de una guerra. Pero yo sé que estamos en pleno meollo de un acontecimiento histórico, de un conflicto que aparecerá dentro de unos cuantos años en los libros de texto de nuestros escolares.
Hay una postura en la que no le hago daño. De esa forma consigo mi propósito, aquel por el que he llegado hasta este hotel, mientras duerme. Al cabo de unos días coseguimos ampliar la cámara en la que hemos sobrevivido bajo el derrumbe del edificio. Una viga sostiene el techo vencido. Retiramos los cascotes de obra más pequeños y tenemos acceso a algunas bebidas y alimentos de la cafetería. Después de las explosiones como la nuestra han empezado los bombardeos. He usado un mantel para vendar a mi amante, que me ha perdido perdón por haber perdido los nervios en varios ocasiones.
Estábamos exhaustos, enflaquecidos y delirantes, pero conseguimos que los soldados oyeran nuestras lastimosas llamadas.
-Gracias a Dios, gracias a Dios, era todo lo que decíamos.
El resto no lo comprendo. En ningún momento los soldados bajaron sus armas. Desde entonces fuimos tratados más como prisioneros que como víctimas de un atentado.
Un oficial nos tomó declaración. En la mía relaté lo anterior. Al parecer la versión de mi amante no coincidió.
-No se preocupen, en cuanto se aclaren algunos puntos, podrán buscar a sus familias, nos dijo.
Me inquietaba, no obstante, la ropa que nos habían facilitado, una especie de uniformes de color pardo. Ella volvió a decirlo, ojalá no te hubiese conocido nunca, pero creo que le daba demasiada importancia a lo nuestro en medio de la que estaba cayendo.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Finisterre



Este es uno de esos lugares que se llenan de gente a la hora en la que el sol se pone. Yo soy ese lugar. Hasta aquí llegan los solitarios, los tristes, esos temperamentos sensibles que saben apreciar un lugar como soy yo. Vienen y miran hacia el horizonte con los pies plantados sobre mí, cuando no sientan sus posaderas o se tumban con naturalidad. Lo que ocurre es que me aburro, sencillamente. A mí el sol hundiéndose en el mar me hace bostezar. Me aburro desde hace tiempo. A veces para calmar tanto hastío mineral me trago a un visitante, lo engullo. Pero no llega a ser suficiente. He decidido escribir lo que me ocurre, dicen que es bueno. Pocas personas habrán conocido mis lectores que se sientan un lugar. El caso es que desde hace días le doy vueltas a la cabeza, porque no sé cómo comenzar, elegir la primera palabra. Ahora mismo estás dentro de mi mente, en el pensamiento de un sitio al que la gente llega motivada para emocionarse con la belleza del mundo. Hay quien cree ya que soy el mismísimo Creador, pero yo tengo mis dudas. No temas, no te has metido en ningún lío. Los muchachos se arremolinan sobre mí y levantan una nube de polvo. Me secan la garganta. El que tose todas las tardes soy yo. No sé. Voy a contar que a mí el sol me es indiferente, lo mismo que el mar. Como fin de la tierra no tengo precio. Lo que peor llevo es que no me puedo mover, a veces sueño que soy humano, que me alejo a grandes zancadas, que traspongo por esa curva y desaparezco. Llego a una ciudad llena de luces, de bares, de mujeres. Me declaro, pero eso hace que enseguida alguien me denuncie. Y de nuevo me traen aquí, al fin del mundo, donde todo es un coñazo insoportable. Ahora con un hotel encantador.

La fotografía es de Emily Burns

domingo, 21 de noviembre de 2010

El arte de la resurrección


El arte de la resurrección, de Hernán Rivera Letelier, Premio Alfaguara de Novela 2010, 254 páginas.



La portada de este libro es una imagen de una escena de la película Simón del desierto (Luis Buñuel, 1965), un acierto sublime que retrata muy bien al personaje de la novela, el Cristo de Elqui, de civil Domingo Zárate Vega, en sus andanzas por el desierto chileno de Atacama, a punto de cumplir los 45 años, con un dolor de muelas recurrente, a la búsqueda de la puta y santa Magalena Mercado, a la que se le ha caído la letra “d” de su nombre. Hay un sol omnipresente, los cuerpos huelen a sudor, a polvo, a sexo y a pobreza, pero la vida, por muy miserable que sea, también tiene sus formas de recompenza, a través de la solidaridad de la puta con todo un poblado minero en huelga, lo que ella llama “la olla común del amor”.

El título es perfecto, el Cristo de Elqui practica un arte de resucitar muertos que no ofrece resultados demasiado convincentes y en varias oportunidades se lanza al vacío para demostrar que es capaz de volar, aunque se da de narices contra los terrones secos del suelo, lo que provoca la hilaridad general, por más que algunos defiendan que previamente al batacazo se desplazó unos metros en el aire. Se trata de un Cristo humano, con una sexualidad poderosa, que en el primer encuentro con Magalena, le solicita una mamada de alivio, que ella le practica en presencia de una gallinita ponedora de huevos de doble yema, a la que llama Sinforosa, con la que finalmente se entenderá del mejor modo la técnica de resucitación. Completa el elenco de personajes principales de la historia D. Anónimo, que se ha entregado a la feroz tarea de mantener el desierto limpio de bichos muertos, alimañas u hombres, y otros residuos, ya sean preciosos o inmundos. El humor y el amor, la violencia y el desierto atraviesan cada una de las páginas de la novela. El Cristo de Elqui es un iluminado, una especie de quijote de la religión, asanchopanzado por el sentido común, capaz de contestar cuando Magalena le pregunta si le duele la cabeza: -Me duele el universo.

La cara del autor, cuya fotografía aparece en la solapa, es el registro cartográfico del territorio que nos muestra. Biográficamente es descendiente de un predicador semianalfabeto que sólo era capaz de leer en su biblia, trabajó durante 30 años como minero y sólo por medio de la literatura consiguió escapar a un destino que parecía escrito.

El narrador es uno de los obreros en huelga y nos parece todo un acierto estilítico el cambio de la tercera a la primera persona dentro del mismo párrafo, introduciendo el estilo directo sin aviso previo, cuando se refiere a los pensamientos o palabras del Cristo: “Domingo Zárate Vega, ya conocido por todos como el Cristo de Elqui, misionó primero en los pueblos y rancheríos de su provincia natal, dando consuelo a los afligidos, confortación a los desamparados y curando enfermos con sólo aplicar la fuerza de mi pensamiento, don natural que me ha dado el divino Señor, Luz del Mundo, Rey de Reyes, el mismo que cuando anduvo en la Tierra...” (pág 124)

Por orden, los mencionados han sido los tres reclamos que me decidieron a leer esta novela: la portada, el título y la cara del escritor. El hecho de que sea Premio Alfaguara no ha pesado mucho conscientemente, creo, ya que es el primer título que leo desde que existe. De cualquier forma en nada ha defraudado mis expectativas: El Cristo de Elqui es aquí una figura tan potente como la que Buñuel puso en su película Simón del desierto, su peregrinaje es igualmente intenso: manicomio, cárcel, entrevistas en los periódicos y una rectificación hacia la realidad de las milagrerías en las que se sustenta la religión popular, contado todo con una lengua rica, sensorial y plástica, que no le tiene miedo a la demora, a la recreación por medio de las palabras de un mundo en el que las emociones y los sentimientos tienen un código físico, corporal. Con esta novela volvemos a aquella tradición latinoamericana de territorios míticos como los fundados por Juan Rulfo, Onetti o García Márquez, entre otros. Así es de desprejuicida.

martes, 16 de noviembre de 2010

La Venus de la mosca



Soy capaz de todo, a estas alturas ya lo sé, me lo tengo más que demostrado en mil pequeños detalles insignificantes. Podría desaparecer de aquí y aparecer en otro país, si quisiera, con tal de cerrar los ojos y desearlo. Soy capaz de todo, me digo, mirando el techo, mientras tuerzo el cuello hasta un punto inverosímil, para no perder de vista el vuelo de la mosca con la que llevo encerrada en esta habitación más de dos días. Me van estas cosas, sentirlas, poner a prueba la elasticidad de lo real. No hay un hombre mirándome, esperando que me levante, deseando que me meta en la ducha para husmear el aire, pero ahora que sabéis que me he encerrado en esta habitación de hotel una legión de tíos tendrá enfocadas sus miradas hacia aquí. Necesito mi bolso, colgado detrás de la puerta del cuarto de baño. Saco un cigarrillo del paquete que tengo en la mesilla de noche. Lo dejo entre los dedos. Ahí lo dejo. Tendría que ponerme en pie y llegar hasta allí para coger el mechero, pero no lo hago. Tengo una uña rota y la laca se ha despostillado. Con un pico engancho un pelo rebelde y consigo arrancarlo. He dicho que soy capaz de todo. Miro hacia el suelo, que se ha ido llenando de desperdicios. Os gustaría que hubiera papelitos plateados y dorados de chocolatinas, ¿verdad? Puedo hacer que los haya. Han sido mi fuente de alimentación de las últimas horas. Ya no tengo que ir a buscar a mi bolso, pues entre los residuos del suelo hago aparecer un mechero con publicidad de una discoteca. Miro fumar y fumo, en la televisión un ser endemoniado fuma y yo fumo. Fumo con compañía, con ese ser irreal de una película antigua. Es un momento muy íntimo, pero se ve interrumpido violentamente por quien aporrea la puerta y me grita que le abra. Me sobresalto, pero no voy a obedecer sus órdenes. Hacemos como que no oímos y seguimos fumando, mi amigo y yo. Pero a él también lo llaman a la puerta, a su puerta, me mira como si dijese yo si abriré. Le hago saber que no me molesta que él abra, pero que en ese caso cambiaré de canal, y aprieto el botón. Desde fuera oigo gritos de que alguien va a tirar abajo la puerta si no la abro. Supongo que ya está claro eso de que soy capaz de todo, incluso de no abrir la puerta por mucho que la aporreen. Voy a poner a prueba la elasticidad de estas noches de hotel, la mosca vuelve a sobrevolarme, cierro los ojos para concentrarme en ella, lo que me lleva a viajar felizmente en autobús, con el cálido sol del invierno dándome en la cara, satisfecha de dejarme ir así, y entonces me tengo que remover, quitar las piernas del sitio libre que hay al lado del mío. Me dice perdona, me mira y ya sé que le he gustado. Él es así, capaz de todo, de tirar abajo la puerta que aporrea si te ha dicho que lo hará. ¿A qué chica no le gusta un hombre así? Interrumpimos el viaje y nos encerramos en una habitación de hotel, poniendo a prueba nuestra elasticidad. Siempre con la televisión encendida, me dice, no la quiere apagar. A las pocas semanas de estar follando con él por habitaciones de cualquier parte, cuya cuenta nunca abonábamos, me planteó lo que quería. Y yo le dije que sí, porque era de esperar, como él lo esperaba. Consigue todo lo que se propone. Empieza a traerme tíos amigos suyos o sólo conocidos de los bares y con una cámara lo graba todo. Por primera vez lo ha dicho, más bien lo ha gritado al otro lado de la puerta, que me quiere, todo el hotel lo sabe ya. Y la policía. Por eso soy capaz de todo, como esa mosca. Si cerrara los ojos, si lo deseara con todas mis fuerzas, podría salir de aquí, de esta habitación sucia y mal ventilada, pero el amor me ata a la destrucción. La elasticidad de los deseos nos pliega sobre el asco, sobre el miedo. ¿Cuántos días vive una mosca, cuántos días ha vivido ya esta mosca? No la pierdo de vista, tuerzo el cuello hasta ese punto al que ningún ser humano ha llegado antes en la torcedura de su cuello. De repente todo es silencio. Nadie grita, me levanto de la cama y como en un suspiro fantasmal abro la puerta. La mosca sale de la habitación y se posa sobre su nariz. Me señala su ridiculez y su insignificancia, él se limita a bizquear y yo me siento capaz de todo por la sencilla razón de que ya he demostrado en mil ocasiones que lo soy. Enseguida, aleteando, la mosca desaparece por encima de las cabezas, indiferente a lo que él y yo seamos o no capaces de hacer.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Séptimo Setenil: Los hábitos del azar: otro libro malo más que me he leído


En “Sabor de Malta” el narrador es Dios, omnisciente y antipático, el protagonista, una vieja gloria del rock, un borracho tras la última copa, el lugar, la isla de Malta, el tiempo, la época de carnaval. En “La Conjura de Belgravia” hay un vagabundo borracho que entra a formar parte del Gobierno del Mundo. “El amante importuno” cuenta cosas de un amante ¿nada oportuno? En “El indiano sentimental” el protagonista se pasea por la Habana como si se tratase de un peón en un tablero de ajedrez, manejado por la mismísima mano del Comandante. “La Flor Natural” recrea un miserable y triste parnaso provinciano, instalado en una oficina ministerial en la que nadie trabaja, repleta de poetas funcionarios aspirantes a ganar cualquier concurso literario. “La llamada” nos sitúa en un funeral, donde se reúnen para despedir a su amigo unos cuantos viejos compiches, que van revelando las luces y sombras de su relación con el finado, hasta que se produce una llamada telefónica al móvil que se ha quedado dentro del ataúd. “El horizonte de los sucesos” narra como su protagonista asiste, camuflado entre las mantas de su cama, a la agonía del anciano que hay al otro lado de su tabique, como si se sintiese parte de un sueño de alguien. En “Intermitencias” se escribe: “Luego se oyó, horrísono, el grito de una lechuza o de un dios abrasado por los celos”. “Las palabras muertas” es la historia de una mujer que lleva a las oficinas de una editorial el manuscrito de la novela de un hijo muerto. “El país de los muertos” nos presenta la mirada de un niño ante todos los signos que van desvelando la tragedia familiar de la muerte en accidente de tráfico de un joven pariente. Son los diez relatos que componen la obra titulada Los hábitos del azar, de Francisco López Serrano, ganadora de dos premios importantes en el panorama literario nacional, como son el V Premio Internacional de Narrativa Corta Generación del 27 y la séptima convocatoria del premio Setenil de libros de relatos. Quiere decir que escritores del renombre y la reputación de Juan Campos Reina, como presidente del jurado del Generación del 27 (suponemos que quizás en una de sus ultimas actuaciones antes de morir en Octubre de 2009), Clara Sánchez, Mercedes Abad, Miguel Romero Esteo, Eduardo Jordá, Pedro Tébar, Aurora Luque y José Antonio Mesa Toré, como secretario, más los del Setenil, Andrés Neuman, María Dueñas, Ramón Jiménez Madrid y Manuel Moyano, han destacado esta obra sobre otras muchísimas que competían por hacerse con esos galardones. Uno nunca sabe muy bien cuál es la competición en los terrenos artísticos. El caso es que la colección de la que estamos hablando puede resultar digna y convincente en su propuesta, con una factura de escritura elaborada y el planteamiento de situaciones y anécdotas que se resuelven con soltura profesional, pero más próxima a una colección primeriza que al lugar que, según la solapa, le corresponde dentro de la obra total a su autor, que ya cuenta con dos libros de relatos publicados, tres novelas y varios poemarios. Desde ese punto de vista, desde ese lugar, se nos podría antojar de un resultado mediocre, con poco nervio en sus historias, a veces muy cercanas al chascarrillo, llenas de tópicos, con un estilo afectado y esa impostura antipática de los temas importantes. En la solapa del libro no deberá pasar inadvertida la siguiente afirmación: “En el panorama de la literatura española plagado de libros anónimos con el nombre de un autor intercambiable en la cubierta, Los hábitos del azar constituye una rigurosa apuesta por una narrativa donde el estilo aún cuenta.” Sustentar el mérito de una obra sobre ese demérito generalizado de las demás es ya un tópico en muchas de nuestras opiniones. El caso es que me estoy refiriendo a una obra que ha recibido el respaldo de dos importantes premios con una prestigiosa corte de ilustres escritores a su frente. Alguien podría pensar que me mueven los celos o la envidia, y estaría en su derecho. Otros quizás echen mano de cierto deseo de notoriedad. Mis objeciones, no obstante, proceden de una lectura independiente y de un ánimo con tendencia a ciertos radicalismos. Si Los hábitos del azar es lo mejor que se publicó en el 2009-2010 en el terreno del cuento, apaga y vámonos. Debe uno alegrarse de todos los libros malos que ha escrito, pero debe uno alegrarse más de los libros malos escritos por los otros, la mayor alegría nos viene por todos esos libros malos que son premiados a lo largo y ancho de nuestra geografía.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Rehén




En La Comunidad Inconfesable, revista sobre lo breve, aparece mi microrrelato Rehén, aquí dejo el enlace.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Cortar




Los críos miraban hacia donde yo les señalaba en la pizarra con aquella flor rota que era mi mano. Miraban allí, pero sólo veían dentro de sí mismos algo atroz. Era un truco, además. Me guardaba yo mucho mi mano mutilada hasta que me parecía que era el momento de sacarla y ponerla a trabajar. Desde luego los mayores ya le habían ido con el cuento a los pequeños. Le faltan dos dedos, dos dedos no, le faltan tres. Pero tarda en sacarla. El año pasado no la sacó hasta Mayo. A veces yo hacía amago de sacarla y la clase se helaba de silencio. Hubo un año que no la saqué, aquel en el que los dos hermanos se ahogaron en el río. No me hizo falta. ¿Nunca ninguno me preguntó nada? Hubo otra vez que un chico listo, delgaducho, pálido, me pidió que contara lo que había ocurrido. Está bien, le dije, como si los demás ya no estuviesen allí. El viento ululaba. El viento ya ulululaba antes de que yo sacase aquel día la mano. Luego, bueno luego, años más tarde, me confesó, cuando ya era un hombre, el chiquillo, que había adivinado que aquel día yo iba a enseñarla por fin. ¿Y por qué? Por la ropa, me dijo. El tipo de ropa que yo solía llevar a clase, no sé, era una camisa, unos vaqueros y una cazadora para el frío que siempre hacía. Pero aquel día llevaba usted además un pañuelo al cuello. Yo pensaba que no lo premeditaba de esa manera, sino que surgía de un momento de dificultad que se presentaba. Que la sacaba como un recurso más para dominarlos. Pero aquel antiguo alumno me dijo que no, que él sabía desde la primera hora que aquel sería el día en que la sacaría y que no se lo dijo a nadie. Sólo en voz alta, trémula, pidió que yo contase qué había ocurrido, dijo qué, eso lo recuerdo perfectamente, no cómo. La clase tenía un descolorido mapamundi en una pared, adonde todos mirábamos con nostalgia. Por la ventana se veía el prado y alrededor las montañas con sus eternas cumbres azules, descoloridas también. Había un crucifijo por encima de la pizarra. Cuando me hice cargo de la escuela subí la pizarra y el crucifijo quedó encajado hacia el techo. De otra forma no me hubiese sido cómodo escribir en ella. Uno de los pequeñajos se atrevió a decir lo que todos estaban pensando en ese momento. Maestro, qué alto es usted. A veces los dejaba haciendo sus tareas y me salía afuera a fumar. Desde la calle miraba hacia dentro y ellos cuchicheaban fingiendo aplicación. Era salir afuera a fumar y sentirme un extraño, como si no fuese yo, no sabía qué hacía en aquel lugar. En ocasiones me tenía por irreal. El chico me dijo que la exhibición de mis dedos cortados era una forma de adquirir la realidad que me faltaba. Ellos se espantaban al verte y tú te crecías. Hasta ese momento me había tratado de usted, pero cambió al tú en esa frase. Estábamos en la barra de un club de alterne, con una mano en una copa y la otra en el bolsillo de los pantalones. La imaginación infantil es truculenta. Las putas, después de todo, también son seres atrofiados, fantasiosos, que buscarían en la vacía prolongación de mis muñones una caricia imposible. Allí yo escondía la mano. ¿Dónde puede esconder un hombre desnudo la mutilación de sus dedos? Dentro de una mujer desnuda. Las chicas se lo contaban unas a otras. Allí, en la pizarra, en aquel valle frío y silencioso, pasaba ante sus ojos toda una serie de posibilidades que les helaba los sueños. Había quien decía que me había estallado un explosivo mientras lo manejaba como un terrorista poco profesional. Otro insistió en lo que había oído en el pueblo, que los dedos se los había llevado en una bolsa de plástico el acreedor de una apuesta que yo no había podido saldar. De cualquier manera mi llegada a la escuela del valle había introducido en la imaginación de sus habitantes, mayores y pequeños, el espejo de un miedo atroz que se levantaba de lo más profundo de sus temores, como la niebla que subía cada mañana por la ladera de las montañas. El pánico larvado a través de todas las pacíficas tareas cotidianas a las que durante generaciones se habían entregado olvidando que no lejos de allí había un mundo desconocido, cuya desvaída representación se hallaba en aquel mapamundi de la escuela, que padres e hijos habían visto sin ver, con una nostalgia efímera, con una ensoñación blanda, que enseguida quedaba sepultada bajo el estiércol de las vacas del valle, famosas en todo el país por su carne y por su leche. Podría decir que el futuro de aquellos chicos se empañaba cada vez que yo sacaba la mano y la ponía en la pizarra acompañándome de una blasfemia para hacerlos callar, para reprenderlos por los malos resultados de un examen o para advertir que no toleraría una pelea más. En realidad, en una cosa sí que tenían razón, yo era un enviado, no sé si del demonio, como propaló el cura, apoyado por sus beatas. Pienso ahora que yo era un enviado necesario. Le dije a mi antiguo alumno que no se preocupase por mí, que subiese con la chica, que lo esperaría allí tomando otra copa. Los vi ascender por unas empinadas escaleras, aferradando él su borrachera a la cintura de ella con una mano y la otra en el bolsillo. Tragué una bocanada de aire, y le dije: así que quieres saber qué ocurrió. Mocoso. No dijo nada, se limitó a mirarme, cabeceé y sin dejar de mirarlo dejé la mano fuera y me paseé por toda la clase para que todos la contemplasen de cerca. Se me hizo un nudo en la garganta. Eso fue todo. Les ordené que cerrasen sus cuadernos y que saliesen de mi vista. Todos se marcharon, excepto él, que no se movió de su asiento. Puse la mano sobre el pupitre, la miró y levantó la vista hacia mí, sin miedo. Le señalé el mapa de la pared. ¿Adónde te gustaría ir? Me dio la impresión de que era la pregunta que había estado esperando, porque se puso en pie y allí, en el mapa, señaló un punto, que no logré ver, porque en ese momento mi vista ya se había nublado. El nuevo maestro pidió que le bajasen la pizarra. El inspector siguió de cerca la marcha de la escuela. Los críos contaban que el primer dedo le llegó a mi esposa, el segundo a mis padres, el tercero a la prensa. Los críos tenían sus propios juegos, una fabulosa imaginación, a pesar de las rutinas en las labores agrícolas de sus padres y abuelos. Cuando mi antiguo alumno bajó me hizo un guiño obsceno, desagradable, sacó la mano del bolsillo y la puso sobre la barra. No lo sé ahora, quizá le faltaban dos dedos, o tres. Le dije a mi hermana que no sería capaz de cortarme los dedos con el hacha, ella dijo que sí, puse la mano en la tierra y le dije: tira. Cortó por lo sano. Cortó por lo podrido. Me miró y en su rostro estropeado por los vicios de una vida sin rumbo, todavía pude hallar un chispazo de orgullo infantil en sus ojos.

La imagen es una pintura de Oswaldo Guayasamin titulada "Llanto"

viernes, 29 de octubre de 2010

Alquimia



Hombre-árbol, de Marco Solares



No debo decir que he sobrevolado la ciudad, pero se me permite decir que he soñado sobrevolarla. Todo empieza a darme un poco igual, sinceramente. Habrá quien piense que he perdido el juicio y quizás no le falte razón. Estoy subido a un árbol, soy mi hijo mayor subido a un árbol y soy mi mujer en ese mismo árbol cuando era niña. El suelo está lleno de flores, hermosas flores carnívoras. Leo el libro que más me ha gustado en mi vida, un libro imposible, un libro que no se lee, no puede leerse, pero yo lo leo concienzudamente y hallo en él un consuelo y una paz inefables. El libro me cuenta que estoy muerto, que he de empezar a pensar que estoy muerto, que el jardín en el que me hallo nunca existió, que el árbol al que estoy subido hunde sus raices, existentes, en un espejo, que las plantas me quieren jamar. Es destino de todo aquel que pierde la vida ser devorado y ha llegado mi momento. Bajo del árbol, poso los pies en el suelo y enseguida empiezo a ser engullido. Sé que muchas personas han deseado lo que me está ocurriendo. A medida que desaparezco una de las flores va adquiriendo forma de homúnculo. Conforme menguan, zampadas, las extremidades de mi cuerpo, van surgiendo de los tallos en la floresta grotescos apéndices soñados. No para ahí la cosa. Ya no existo. Existe ahora un ser arbóreo que quiere encontrar el camino que lo traiga aquí, de donde borrará toda huella que haga referencia a mí.

sábado, 16 de octubre de 2010

Banquete


Delante de mí un hombre iba pegando en los árboles, en los contenedores y en las paredes del barrio un cartel con la leyenda que enseguida me hizo pensar en el abuelito. Auxiliar de geriatría titulado con carnet de manipulador de alimentos, se ofrece para cuidados de personas mayores. Esa misma tarde hice una llamada al móvil que figuraba en la parte inferior del pasquín. Me gustó su tono de voz segura y concertamos una cita para el día siguiente. Le presenté al abuelito, que lo miró con su sonrisa desencajada, con esa fina ironía lacrimosa de las víctimas, pero no se dejó intimidar. Se notaba que aquel hombre, que se llamaba Pedro, estaba acostumbrado al trato con dementes, a manejar con soltura y sencillez el desahucio humano, físico y mental. Palpó las carnes flojas del viejo con ternura y calculó acertadamente su peso, cuando lo trasladó en brazos de la cama a la silla. Respiré aliviado, sinceramente, porque en casa todos habíamos llegado ya al límite. El abuelito había sobrepasado de largo la centena. Pedro abrió una ventana al aire y la luz en nuestra sofocante existencia de viejos cuidando a viejos. Un domingo, después de muchos años sin haberlo hecho antes, salimos a comer fuera. El abuelito lo miró todo como si lo olisquease en el aire, pues apenas veía, parecía un gusano albino saliendo del interior de la tierra. Engulló los granos de arroz que Pedro le puso en la punta de la cuchara y cuando regresamos por la tarde a casa, estaba feliz y babeante. En realidad, todos fuimos renqueando por el pasillo, camino de nuestros dormitorios, en un estado de especial excitación por la estupenda salida que habíamos llevado a cabo. Al día siguiente le manifestamos a Pedro, después de haberlo hablado entre nosotros, si no sería posible que se viniese a vivir a casa, con unas nuevas condiciones, para que se ocupase no sólo del abuelito, sino también de mamá, con la idea de tenerlo cerca pronto también los demás. Pedro aceptó ilusionado, pues su trabajo era una vocación. Nos levantó de uno en uno en brazos, de la alegría, al tiempo que nos daba el peso y apreciaba la blandura de nuestras carnes. Nos mejoró la existencia notablemente, con excursiones y salidas a lugares de la ciudad por los que nunca antes habíamos sentido interés. Animó a otros ancianos a que nos visitasen para charlar, tomar la merienda o jugar a las damas. A todos, tarde o temprano, los izaba en volandas y les daba el peso. Algunos que sabían de su habilidad se lo solicitaban y Pedro los complacía sonriente. El mediodía que me encontré al abuelito en la cocina, corrí a llamar (apoyado en mi bastón) a mamá y a mis hermanos. Les costó reconocerlo, pues estaba como un conejo desollado, dividido en trozos para un guiso, pero desde la encimera nos miraba con sus inconfundibles ojillos húmedos. Salimos de allí sin ningún tipo de alarma, conscientes de que no hay moneda cuya cara no tenga una cruz. Desde luego disfrutamos de la comida con un vasito de vino que Pedro nos sirvió con gentileza.

martes, 5 de octubre de 2010

La habitación


Penetré en la habitación sin muchas expectativas, algo ensimismado. El hombre que había dentro salió a mi encuentro, de frente, y me dio una buena bofetada, sonora, lúcida, que acabó por hacerme comprender dónde me encontraba: en la habitación. ¿Y tú de dónde vienes?, me preguntó, con el semblante desabrido, abierto. Vengo de fuera, le contesté. Afuera no hay normas, afuera sólo hay vagos inútiles, sólo aquí comprenderás lo que es la ley. Ya me iba dando cuenta, me toqué la mejilla con sonrisilla irónica y se volvió a enfurecer. Aquí las costumbres son diferentes, todo el mundo desea entrar en la habitación, pero son muy pocos los que lo consiguen. Pasarás mucho tiempo mirando esa pared cada día, te conocerás mejor después de haberlo hecho, me dijo. Pensé que era una broma, pero en esas volvió a darme un guantazo, reglamentario, medido. Cerró la puerta y me miró, no con una sonrisa malévola, sino con magisterio. Y eso me puso los pelos de punta.

domingo, 3 de octubre de 2010

Presentación en Granada de Velas al viento


El próximo martes día 5 en Granada, en el Museo Casa de los Tiros, se presenta la antología que publicó recientemente la editorial Cuadernos del Vigía, titulada Velas al viento. Los microrrelatos de la nave de los locos, a cargo del profesor Fernando Valls, que en esta ocasión estará acompañado por Andrés Neuman. Me hace mucha ilusión formar parte de ese libro y me gustaría acudir, pero no sé si eso será posible.

Aquí más información.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Avisos


Ilustración: Gulliver de Robin Jacques

Ya no son sólo hormigas por los brazos, ahora también siento cómo me corren por las piernas. Hormigas o carcoma, a mí qué más me da, gusanos, pequeñas bocas devoradoras que tienen que darse un festín a mi costa. Hace demasiado calor para pedalear con el cuello cerrado e imagino cómo se va ennegreciendo con el roce sudoroso de mi piel. Hay una pequeña puerta de hierro al fondo por la que he de pasar, pero la entrada la entorpece un obstinado vigilante al que será necesario derribar. Empujo, aprieto los dientes y pongo los puños por delante como si fuesen arietes. No hay nada que hacer, los brazos se me parten, sin resistencia. Yazgo junto a otro cuerpo derribado. Me pudro, comienzo a pudrirme, llevo pudriéndome desde que empecé a hablar: no había nada, ni hormigas ni carcoma, nada, sólo mi podredumbre risueña, hirviente, jugosa e inquieta como un guiso casero.

jueves, 23 de septiembre de 2010

No poder parar


Ayer viendo que todos mis vecinos eran ricos decidí atracar un banco, puesto que se me hacía muy difícil la convivencia con ellos, después de haber perdido toda mi fortuna de una manera ridícula, que no viene al caso aquí. Esta mañana transferí una serie de fondos flotantes a una cuenta creada a tal efecto. No voy a entrar en minucias. Vuelvo a mirar a mis vecinos con tranquilidad, creo de nuevo a rajatabla en los estatutos de mi club de golf. Quiera yo o no, se me ha abierto un horizonte de posibilidades. Sabido es de todos que se empieza robando un banco y acaba uno matando a una cuñada. Acabo de encargar por internet ropa de cuero.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Origen


Ayer encontré, por fin, modo de nacer, de emerger, de surgir, no sé cómo decirlo cabalmente, de aparecer en escena. No es fácil para una criatura como yo mostrarse. Asomé mi pequeño hociquillo afuera y la brisa me conmovió las cerdas, lo hice desde una caja en la basura. Así debió de empezar todo. El mundo, la vida, quiero decir. Algo, alguien, algún ser, alguna cosa, asomó la cabeza o sólo una parte de la cabeza: un dedo, un pie, una oreja, y miró el tráfico. Cuando fui creado, yo ya estaba allí. Me metí las manos por la barriga y saqué un bicho que palpitaba, de hígado o de riñones. Hice unos filetes y me los comí. Luego levanté esos ojillos enrojecidos de animal albino y me dije: nazco. Eso fue ayer. Sin embargo, no salgo de mi asombro, haberme nacido me ha dado paz, alegría, amor. No salgo de mi asombro porque estoy desapareciendo, lo que hace que me cuestione todo el tinglado.

La imagen es el gusano de arena de la película Dune

lunes, 13 de septiembre de 2010

En el porno




En el porno, tal como lo entiendo yo, no vale que te digan madura interesante se lo monta con su sobrino. Tienes que ver con tus propios ojos cómo una mujer guapa, con perlas en las orejas y una pulsera de oro en la muñeca coge la polla con ternura, la acaricia, la moja con su propia saliva y la frota hasta que el chico se corre. En el porno bueno la mujer, aunque esté desnuda, que no es imprecindible, ha de tener una mirada tierna, comprensiva y sabia, pero hay mucho porno malo, es lo normal. También abunda la fruta sin sabor, acorchada y la literatura de fritanga. He trabajado toda mi vida y esto del porno ahora es una cosa más. Son unos chicos muy simpáticos, pero a veces se les nota la inexperiencia. Habilidosos, eso sí. Les digo las cosas con mucho cuidado. Rodamos con mis indicaciones porque se han dado cuenta de que luego funciona bien. Trabajo con el primer plano y con el plano medio en los que se me ve a mí o la polla del chico delante de mí. Trabajo con la expresión del rostro, con el lenguaje de los ojos, no me hace falta gemir ni fingir. Cuido mi vestuario y mi maquillaje. En ocasiones también hay que echar mano de trucos, como la mirada turbia a la cámara en el lugar en el que están los ojos del chico. Los cortes no deben durar más de cuatro minutos.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Jaula de ceniza


Photo of Vali Myers by Ed van der Elsken

En esa vivienda hay un hombre inquieto que va y viene por las habitaciones. Lo sé porque ese hombre soy yo. Pero la casa no es la mía. El hombre no lo sabe. Cree que es su hogar. Dudo de nuevo y doy una vuelta por los dormitorios vacíos, pero desordenados, puesto que sus ocupantes no tardarán en volver. Aparezco en la cocina y abro los cajones. El hombre se pregunta ahora por el origen de su desazón mientras se pone colirio en los ojos, tumbado en un sofá, del que salta enseguida como si un muelle lo empujase al aire. Se asoma a la terraza con ganas de escupir, pero no lo hace por miedo a que alguien lo pueda ver. Esa casa tiene un secreto, pero el hombre lo desconoce. Conforme la recorre de arriba abajo le va pareciendo más vulgar, más indiferente. El hombre es consciente de la cantidad de tareas que tiene pendientes, pero el sólo hecho de pensar en acometer alguna de ellas lo llena de hastío y cansancio. El hombre hace dibujos en el polvo acumulado sobre las mesas y los muebles. En un rincón se queda mirando unas botas de agua amarillentas por el sol, que cada día les cae encima, pero si le preguntáramos por ellas el hombre nos contestaría que cree que en la casa no hay botas de agua. Entra en el cuarto de baño y, al asomarse al espejo, el hombre estudia minuciosamente su rostro en detalles que no le permiten reconocerse, sino recordarse. El hombre se siente en una jaula y salir al exterior no lo libera del encierro. Es la jaula de la ceniza que llueve sobre su cabeza, el mundo se diluye en azúcar, con la mano aprieta un terrón seco de la jardinera, se sacude con la otra mano y mira al cielo esperando que las nubes que lo cubren descarguen con fuerza. Hay alguien que ha metido la llave en la cerradura y pretende abrir su puerta. El hombre no tiene miedo. Alguien del exterior quizás pueda darle algunas explicaciones o leves indicios de lo que está ocurriendo.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Señales del apocalipsis




Corre el rumor de que todos aquellos individuos que se parezcan a Gala o Banderas, Antonios, podrán alcanzar la inmortalidad.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Un relatillo en el periódico


Ayer apareció en La voz de Galicia mi relato titulado "El vampiro escritor". Mi amigo Marcos me mandó por el móvil una foto de la página en la que se veía también una foto del menda en medio del cuentecillo, pero mi impericia hizo que la perdiese nada más verla. Os pongo el enlace digital AQUÍ, pero en ese ya no está mi careto.

domingo, 29 de agosto de 2010

Hombres de negocios



La fotografía es de John Heartfield


Soy un hombre de negocios, he de sentir que mi tiempo es rentable, que cada minuto que pasa gano más dinero. Nunca me he preocupado mucho de los asuntos del alma o de la mente. Mi corazón está ocupado, como yo mismo. Ayer, sentado en la taza del váter, oí que me llamaban desde allí abajo. Tiré de la cadena y la llamada cesó, pero esta mañana me dio miedo sentarme. ¿Cómo voy a hacer ahora? Le ordené a mi chófer que me llevase al campo. Me agaché detrás de una piedra, al lado del río. Verán ustedes que tampoco soy hombre de remilgos. De repente un enano, de bosque encantado, se asomó desde un árbol. Eh, tú, qué estás haciendo, me preguntó. Me apuré e intenté subirme los pantalones, pero no atiné, así que desde entonces hasta que esta historia acabe el lector puede representarme con ellos por las rodillas, si le place. He cogido una fobia y estoy intentando solucionarla, soy un hombre práctico y resuelto, le dije. Me parece bien, se necesita gente que no se aturulle a la más mínima, dijo, no sin cierta ironía, echándole un vistazo a mis canillas blancas y peludas. Me informó de que él estaba haciendo tratos en el bosque para montar cierta empresa que explotaría sus recursos. He decidido subirme los pantalones, que los lectores hagan lo mismo, si les place, que me los suban. Pero no consigo abrocharme el cinturón y se me vuelven a escurrir. Ya dije al principio que quien quisiera me los podía dejar abajo todo el tiempo. En realidad los pantalones ya me importaban poco y todo fue una maniobra para pensar. Pensar en cómo convencer al enano de que me dejara participar en el negocio y en cómo convencer al lector de que le estoy contando algo que me ha ocurrido, que no me lo estoy inventando. Le hablé de mis experiencias empresariales, pero noté que no me creía. Enano estúpido, pensé, ignorante, en cuanto salga de este bosque te vas a enterar, le sonreí. Y en esas se esfumó, el enano de bosque encantado. Miré alrededor y como no había nadie más terminé de aliviarme. No podía volver a aquel lugar después de lo ocurrido. Me levanté y me subí los pantalones. El relato se va a prolongar unos instantes más de lo previsto, ya completamente vestido. Caminé hasta el coche y le indiqué al chófer que me llevase a la oficina. Pasé el día entero pensando en la voz que había salido de allí abajo de la taza, en el enano del bosque. Por primera vez en muchos años perdí dinero. Pero como soy un hombre de decisiones hice que mi secretaria concertase una cita con un especialista. Le conté lo mismo que les he contado a ustedes. Y creo que pensó que me inventaba algo así para llamar la atención, lo cual no dejaría de ser una simpleza por parte todos los actores implicados en este asunto, incluído el enano, del que no he vuelto a tener noticias directas, aunque sé que sigue con la idea de sacarle más provecho al bosque que el simple encantamiento.

viernes, 27 de agosto de 2010

Habitación del antesdeya



No siendo estrictamente verdad, en este momento de escribirlo, que me he quedado en estas palabras que vais a tener de mí, sin embargo, cuando tú las estés leyendo, tarde o temprano, sí, podré decir que mi único rastro ya será éste. Y que todo lo escrito se corresponde con lo cierto, cuando declare que me he tapado la cara con un sombrero para protegerme del sol, aunque jamás haya llevado a cabo yo tal maniobra con un objeto tan anticuado. Mi promesa de vivir en el futuro, eso que vulgarmente llamamos estar muerto, se cumple desde antesdeya. Yazgo con el bigote engominado, las manos sobre el pecho y una flor prensada entre los dedos. Yazgo así desde el siglo pasado, habiendo estado vivito y coleando hasta hace poco, y seguiré sin levantarme por mucho jaleo que armen esas hordas de la juventud escandalosa con sus vasos de plástico llenos de ginebra. Fui la novia y también el novio. Qué mas da. Todo pasa por fuera y todo lo registro, te darás cuenta de que también a ti te ocurre cuando yo te lo diga, serás un rastro solamente de lo que todavía no existe, tarde o temprano, sí, tampoco, nada, nunca, habrá. Camino, pero estoy acostado. Salto, pero me hundo. Giro, pero inmóvil. No siendo estrictamente mentira, en este momento de escribirlo, que tengo una habitación en un hotel del tiempo, tampoco es verdad, porque mi casa es la de siempre, está llena de goteras y se hunde en el lodazal del hombre, de forma que las flores que riego son brazos y piernas que sobresalen buscando arriba un poco de luz, huyendo de la luz de la oscuridad. Y que en lo que no he escrito es donde está todo lo que he querido decir. Solo por amor, desde donde se empieza, claro...