martes, 27 de diciembre de 2011

La memoria del gintonic en una reseña doble de La tormenta en un vaso


La verdad es que en estos últimos días estoy teniendo unas muy gratifcantes muestras de la impresión que mi novelita ha provocado en algunos de sus lectores-comentaristas. A continuacón os enlazo con una reseña doble de Óscar Esquivias y Miguel Baquero en La tormenta en un vaso. Más y mejor para agradecer imposible. Aquí.

lunes, 26 de diciembre de 2011

La memoria del gintonic en Qué leer




Me he encontrado esta mañana en la biblioteca que La memoria del gintonic aparece entre las novedades que se reseñan en el número 171 de la revista Qué leer, pág. 96. Me alegro, claro. Aparece en un recuadro destacado con un titular que dice así:

La vida según Eulogia
Una mujer de 71 años monologa sobre lo que ha vivido, ve e imagina en la ópera prima de Antonio Báez

"Doña Eulogia suma 71 primaveras y a veces no está del todo segura acerca de si ha dicho algo o tan sólo lo ha pensado. Vive sola, aunque una caboverdiana, Palmira, la ayuda con las tareas de la casa: la anciana la ve elegante, bella y sigilosa como una pantera, y le recomienda que se meta a puta (no a puta puta, pero sí que aprenda a aprovecharse de su atractivo). Además tiene un hijo, Carlos, al que no considera demasiado listo y a quien le pide, como regalo de cumpleaños, un curso de escritura por internet. La voz de la protagonista y su visión del mundo son el gran hallazgo de este debut novelístico de Antonio Báez, profesor de latín y griego en un instituto de Málaga, responsable de la bitácora cuentosdebarro.blogspot.com."

jueves, 22 de diciembre de 2011

Poesía, de Lee Chang-dong, 2010




Hace poco más de un mes tuve la oportunidad de ver la película Poesía del cineasta coreano Lee Chang-dong. Me senté en la butaca del cine muy cansado, como habitualmente me ocurre en los últimos tiempos. También he de decir que antes me había tomado una cerveza. Así que en esas circunstancias y con dicho título y nacionalidad de la película pensé que no las tenía todas conmigo para no quedarme roque enseguida. Pero no fue así. En absoluto. La película me interesó desde el principio y conforme avanzaba su metraje me fue arrebatando de una manera muy emocionante e intensa.

La película cuenta la historia de la señora Mija, de sesenta y cinco años, que vive con un nieto adolescente, del que se ocupa, a partir del momento en el que se le diagnostica un principio de alzheimer; además cuida a un anciano afectado de una parálisis que le impide valerse por si mismo y se acaba de apuntar a un taller de poesía donde le proponen la tarea de escribir un poema. Todo esto coincide con el terrible descubrimiento de que su nieto ha tomado parte en unos hechos que han desencadenado el suicidio de una compañera de clase.

En los primeros minutos de la película mi interés por la historia tuvo que ver con mi propio trabajo, por supuesto. La señora Mija de sesenta y cinco años empieza a olvidar nombres y palabras como mi doña Eulogia de setenta y uno en La memoria del gintonic, luego la señora Mija se apunta al taller de poesía como mi doña Eulogia a un curso de novela. A partir de ahí son dos historias diferentes. La señora Mija es una mujer delicada e imaginativa. Mi doña Eulogia es imaginativa, pero en absoluto diría yo que es delicada. Doña Eulogia tiene un carácter fuerte, complicado, humorístico en ocasiones. La señora Mija es observadora, ingenua y paciente. Doña Eulogia es una deslenguada. La señora Mija escucha. Supongo que salvando las distancias, a favor siempre de Lee Chang-dong, son las dos actitudes: oriente y occidente.

De una entrevista al director:

Durante la realización de una película, ¿cuándo escoge el título? ¿Cuándo y cómo se le ocurrió la idea de hacer una película sobre la poesía y usar esa palabra para el título?Suelo escoger el título muy al principio. Si no es así, no consigo convencerme de que la película se hará. Hace unos años, unos adolescentes de una pequeña ciudad rural violaron a una chica menor que ellos. Llevaba tiempo pensando en este acto de violencia, pero no estaba seguro de cómo narrarlo en una película. Y una mañana muy temprano, en una habitación de hotel en Kioto, mientras veía la televisión, cuando surgió el título, Poesía. Debía ser un programa especialmente diseñado para turistas que no consiguen conciliar el sueño. Mientras veía imágenes tópicas de pájaros sobrevolando un río de aguas mansas con pescadores desplegando sus redes al son de una música relajante, supe que una película construida alrededor de un crimen tan terrible, solo podía llamarse Poesía. El personaje principal y la trama nacieron casi al mismo tiempo. En este viaje, me acompañaba un viejo amigo, un poeta. Cuando le hablé del título y de la historia, me dijo que era un proyecto temerario. Añadió que mis anteriores éxitos, aunque pequeños, me habían dado demasiada seguridad en mí mismo.



¿Cuándo se le ocurrió el tema de la demencia?“Demencia” es una palabra que me vino a la cabeza casi al mismo tiempo que los elementos clave de la película: el título, Poesía; una protagonista femenina de unos sesenta años que intenta escribir su primer poema, y una mujer mayor que trata de criar a un adolescente. Y mientras aprende a escribir poesía, empieza a olvidar las palabras. La demencia hace referencia a la muerte.



No os deberías perder esta película. Merece la pena buscar un hueco de un par de horas en estas fechas que se acercan, llenas de ruido. En el siguiente enlace es posible verla online.



http://www.peliculas21.com/poesia/
(la mejor es la opción 2)

miércoles, 21 de diciembre de 2011

La memoria del gintonic en Culturamas


Miguel Baquero es novelista, cuentista y un activo crítico literario en la red. Tiene además un blog que se llama El mundo es oblongo. Pues bien, ha encontrado tiempo para hacer una reseña de La memoria del gintonic, que ha publicado en Culturamas. La podéis leer AQUÍ.

La fotografía es de Alain Delorme

lunes, 19 de diciembre de 2011

La memoria del gintonic en Explorando Lilliput


Rosana Alonso, excelente cultivadora del microrrelato, ha hecho una lectura y comentario de La memoria del gintonic en su muy interesante blog Explorando Lilliput. Si queréis leer lo que ha escrito AQUÍ


En la fotografía Diana Vreeland

sábado, 17 de diciembre de 2011

Entrevista en esradiomálaga, en el programa Entremedias



El pasado dos de Diciembre, después de la presentación de La memoria del gitonic en CincoEchegaray se me acercó Rafael Calvo, al que no conocía de antemano y al que tampoco sabía que me iba a encontrar, y me hizo una entrevista. Si queréis oír mis balbuceos y repeticiones a partir del minuto 31:20 del programa Entremedias del 17-12-2011. Lo más peregrino de la conversación es el momento en el que nos aturullamos con mi señora.


AQUÍ

La fotografía es de Jorge Rueda

jueves, 15 de diciembre de 2011

Belén Gopegui: El lado frío de la almohada



He de empezar diciendo que yo de las tramas de espionaje político no me entero, si no me las explican muy bien. Belén Gopegui no se preocupa de explicar su trama, de ser didáctica. Por eso hasta que la novela no va acabando uno no empieza a comprender más o menos el alcance de la historia, aunque por el camino los detalles le hayan resultado confusos. Esta novela tiene espías, historia de amor, muerte, ideología marxista y visiones del mundo. Ahí es donde Belén Gopegui se preocupa de ser didáctica, pero no fácil, a través de unas cartas más o menos inverosímiles, literarias, fingidas para una novela, a pesar de todo: “Porque le tengo miedo a la literatura, señor director.” (pág. 233) Como novela la peripecia no es demasiado original; agente joven cubana y diplomático maduro norteamericano se enamoran al tiempo que se sumergen en una complicada negociación en la que las bazas de cada uno se van descubriendo poco a poco. La Historia, con mayúsculas, se cuela en la historia personal de esos personajes. Lo que destaca en la propuesta es precisamente eso: “ Con todo, publicar novelas, producir películas, poner letra a la música no bastaría para acumular otra imaginación. Porque no se imagina en el aire. Porque imaginar tiene que ver con hacer, con poder hacer.” (pág. 234) Cuba cruza toda la historia como esa posibilidad: “Algunos pueden, y no es que sean mejores, es que tienen más imaginación. Son capaces de ver lo que sería una sociedad en donde la escapatoria y el vuelo solitario y el sentimiento de admiración por uno mismo a solas, de vanidad herida, no hicieran falta a nadie. Se preguntan cuánta escasez pero también cuánto de extraordinario y bonancible habría en un tiempo sin miseria y sin lujo para todos.” (pág 226) El fracaso y caída de los gobiernos comunistas ha dejado huérfanos a quienes no se conforman con el capitalismo como único modelo de vida. Cuba es la última oportunidad. “Las personas en España, por ejemplo, nunca dicen: en Cuba funcionan mal los autobuses, convendría… y llene usted los puntos suspensivos. (…) Nunca dicen convendría, sólo dicen: por tanto la revolución cubana no tiene sentido y debe dejar de existir. La parte por el todo. Quiero decir que nadie dice de España, o de Francia o de Inglaterra: la sanidad pública no funciona bien, por lo tanto la democracia representativa debe dejar de existir.” (Pág. 189) Esta es, en líneas generales, la tesis de la novela, quizás seca en ocasiones y con pocas concesiones, aunque los personajes finalmente consigan la cercanía y simpatía del lector.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Amores extraños





I

Las condiciones atmosféricas aconsejaban que no saliésemos de la tienda de campaña, así que más valía no tocar la cremallera, que poco antes se había enganchado y suponía yo que no resistiría otra apertura y un nuevo cierre. No sabíamos con exactitud cómo estaban las cosas afuera, pero allí dentro ella y yo manteníamos la calma. La nieve nos rodeaba por todas partes y las montañas se hacían con el eco del aullido de los lobos. Una pequeña linterna permitía que nos alumbrásemos entre sombras. Durante muchos años nos habíamos encontrado por los caminos, pero supongo que a ninguno de los dos se nos había pasado por la cabeza vernos en una situación semejante. Sin embargo, allí estábamos, tumbados uno al lado del otro, esperando que la tormenta pasase para poder salir. La ventisca y el frío se colaban por las costuras rotas de la tienda y nos acurrucábamos cuerpo contra cuerpo.
-Lo mejor será que nos abracemos, me dijo.
Así conseguimos una considerable mejoría. Permanecemos en silencio. Afuera sopla un vendaval y las paredes de lona de la tienda se agitan tanto que parece que de un momento a otro vamos a salir volando.
-A estas alturas estarán viendo la manera de rescatarnos mañana por la mañana, me dice la mujer con voz tranquilizadora. La mujer huele a ternura y no puedo evitar la erección, pero de sobra sé que no es el momento ni el lugar.
La mujer habla con voz dulce y segura, la conozco desde antes de que enviudase. Esta mañana nos hemos cruzado en la carretera y me ha recogido en su camioneta. Mi primera intención ha sido saltar al cajón, como hago siempre que alguien se para, pero ella me ha abierto la portezuela de la cabina. He entrado dentro con la cabeza gacha y enseguida me ha inundado una sensación muy agradable de bienestar. Todavía resuena en mi cabeza la musiquilla que llevaba en la radio.
-Voy arriba, a la montaña, me dijo.

A medianoche ha sido ella la que me ha buscado. Al principio he temblado y he creído que mi flaqueza de fuerzas y el miedo no me iban a permitir unirme a ella, pero luego sus caricias, ese olor a especias y su deseo han insuflado en mí la potencia de un lobo. Hacía años que no experimentaba ese vigor. Ya no soy un perro joven. Luego hemos dormido hasta que el sol ha estado alto y ha comenzado a calentar la tienda. Después de desmontarla hemos iniciado el descenso hacia el pueblo. Por el camino nos hemos topado con una partida de hombres que subía a buscarnos. Sé que no volverá a ofrecerme los abrazos de allá arriba, pero no me importa, la he adoptado como dueña y yo soy su perro.



II

No es la primera vez que un can cuenta una historia y tampoco es la primera vez que un chucho tiene una noche de amor con una mujer espléndida. Aunque los sucesos que estoy refiriendo y los que están por venir puedan pareceros insólitos, no por ello son menos ciertos.
Un buen día, entrada ya la primavera, apareció por aquella región un hombre de modales pausados, algo ceremonioso y sin gran experiencia en el trato con sus semejantes. A pesar de ello se había encajado entre aquellas montañas mientras daba un inofensivo paseo.
-Buenas tardes, dijo, paraguas en ristre, botas altas de excursionista, pero sombrero de ciudad, recién aparecido con una palidez extrema, alarmante casi.
El herrero descansó con la maza en alto. El fuego de la fragua iluminaba los músculos y el peto de quien le pareció a aquel paseante, con conocimientos de mitología, un dios que posara para los pinceles de un artista. Pero el trabajo del herrero era duro y no admitía retrasos, así que enseguida volvió a golpear la pieza que apoyaba en el yunque.
El forastero se adelantó al primer grupo de casas y me saludó con un espontáneo hola, a pesar de que era evidente que no se trataba de un hombre acostumbrado a animales. Le metí el hocico entre los pies para que viese que yo era inofensivo y que mis dientes preferían roer cualquier chuchería antes que ir por ahí a mordiscos.
-Buenas tardes, le dijo el hombre a dos mujeres que en una puerta removían las ascuas de un brasero. Una de ellas hablaba por un teléfono móvil. Era una anciana vestida de luto con la piel curtida, quemada tanto por el aire frío del invierno, como por el sol inclemente de los veranos. Llevaba unas gafas oscuras que le ocultaban media cara y en la otra mano sostenía un pitillo que se consumía sin ser probado.
-Es mi novio, le aclaró a la otra.
-Buenas tardes, le contestó la mujer al caminante.
-Creo que me he perdido. ¿Podrían decirme, por favor, dónde me encuentro?
-Está usted Arriba.
-Ya, dijo el hombre.
La mujer del móvil se apartó el aparato de la oreja y estudió al hombre.
La otra aclaró:
-No le interesa mucho lo que le cuenta su novio.
El carcamal se llevó el cigarrillo a la boca y dio una calada profunda, más intensa de lo normal, luego exhaló el humo largamente, se acercó el móvil a la boca y dijo, tajante:
-Mañana seguiremos hablando.
Luego colgó e interrogó al desconocido con la mirada. Su comadre aclaró:
-El señor se ha perdido.
El hombre sonrió, pero como el silencio de las mujeres se prolongaba decidió alejarse, y yo me fui con él, guiándolo dulcemente hasta la casa de mi ama.
-Buenas tardes, disculpe, me he perdido.
-Ya noches, pase, le dijo mi ama.



III

El hombre se encerraba con ella en su alcoba y yo me quedaba fuera. El amor tiene sus servidumbres. Aquella era la mía. Yo sabía que él saldría un día a dar un paseo y jamás regresaría. Era uno de esos hombres que de vez en cuando se extravía y no sabe volver sobre sus pasos. Pero la tierra es redonda. Sólo es cuestión de tiempo verles volver a aparecer por la puerta. Por supuesto, mi cínica intuición no me falló. A las pocas semanas de desaparecer el hombre, mi ama se cayó de un árbol y se rompió la crisma. Como ya nada me retenía en aquel lugar, yo también me marché. Cuando llegué a una ciudad encontré a un borrachín que dormía en un callejón y decidí pegarme a él.
-¡Bonanza!, exclamó nada más verme.
Estaba claro que me confundía, pero no hice nada para sacarlo de su error. Por el contrario, empecé a adoptar comportamientos que el otro perro había tenido y que no eran los de mi carácter, pero yo los deducía de sus palabras.
-No seas gruñón, me decía.
Así que, cosa que nunca había hecho antes, empecé a gruñir.
Aprendí a jugar a las cartas con el viejo y sus amigos. Todos eran alcohólicos y de vez en cuando los visitaba una furgoneta de la asistencia para darles mantas, comida y medicamentos que nunca tomaban. El vino que se bebe directamente de un tetrabrick es maravilloso para soportar los pesares, para aflojar la rabia. Me gustaba emborracharme con aquellos vagabundos, pasar las tardes mirando cómo se escarchaban no sólo los recuerdos, sino también aquel presente. Pero un día el viejo no despertó por la mañana.



IV

Salí del callejón dando tumbos, me perdí por la ciudad, me sentía un perro extraño. Vagué por los andurriales, por las estaciones, hasta que un buen día alguien me llamó y yo acudí al reclamo sin tener en cuenta quién lo había hecho. Dejamos atrás la ciudad caminando. Era un hombre muy descuidado. Me pareció increíble que comportándose como lo hacía hubiese sobrevivido hasta entonces y que no se lo hubiese llevado por delante cualquier vehículo de los que transitaban por la carretera. Tenía que avisarle constantemente de los peligros que surgían: el tráfico en la autopista, la falta de pretil en un puente, una alcantarilla destapada y un sinfín más de riesgos que no advertía. No obstante, no me pude anticipar a lo que nos ocurrió en una venta del camino, donde estábamos siendo asaltados junto con el resto de clientela por unos encapuchados, cuando de manera imprevista llegó una patrulla de la Guardia Civil y mi amo y yo fuimos hechos rehenes. La cosa se puso muy tensa, pasaron muchas horas y al final hubo intercambio de balas. Entre los asaltantes una mujer acabó por descubrir su rostro. Pésima señal. Dejaba de importarles que les pudiésemos ver la cara. Era una mujer muy fiera. Nos cogió a mí y a mi amo y nos encañonó la cabeza para dejar claro que irían a por todas con tal de salir de allí.
La mujer olía a sudor. Me tenía cogido entre un brazo y su costado, y me apuntaba en la sien. Era una mujer de una complexión grande. A pesar de las circunstancias, del peligro y de las pocas posibilidades que teníamos asaltantes y rehenes de salir con vida de aquel atolladero, o precisamente por todo eso, empecé a notar cómo se me removía la sangre y una erección me aupaba todavía más hacia ella, por mucho que no era ni el momento ni el lugar.



La fotografía es de Martine Franck

lunes, 12 de diciembre de 2011

Algunas fotos de la presentación de La memoria del gintonic

Con cierto retraso aquí van algunas fotografías del viernes 2 de Diciembre en la librería CincoEchegaray.
Es una pena no tener una de la asistencia al completo, porque sin duda es la que preferiría.




Con Lucila, Elena, Rafael, Maruxela y Guadalupe



Mariano muy serio mirándome




Con un botellín de cerveza en inestable equilibrio

jueves, 8 de diciembre de 2011

Las señoritas



En el año 2007 aparececieron por primera vez dos relatos míos en papel dentro de un volumen colectivo que publicó Narrador.es titulado Primeras piedras. Los voy a recuperar. Se trata de este, titulado "Las señoritas" y de otro que traeré también aquí, "Amores extraños". En ellos hay mucho de lo que después me ha interesado a la hora de contar. Uno no se da cuenta, pero casi siempre le da vueltas a lo mismo. En "Las señoritas" aparecen algunos motivos en los que insistiré en La memoria del gintonic. Me sorprende o no mi interés por tanto carcamal.




Fuimos cuatro. Huérfanos. El varón murió poco después de cumplir los veinte años. Estaba sano como una pera y era guapo como un San Luis, pero de la noche a la mañana agarró unas fiebres y en menos de una semana se consumió como una tea que arde. Así quedamos las tres en una segunda orfandad. En aquella época ocurrían cosas así, contra las que no había sino resignación. El pobrecillo se acababa de licenciar con muchos planes, entre ellos el de reabrir el despacho del abuelo. Sus esperanzas eran también las nuestras y con su muerte se esfumaron aquellas ilusiones que nos habíamos ido haciendo de brillar en sociedad. En los bailes del casino.

Tuvimos que encerrarnos en casa. La pena nos comía por dentro, mientras por fuera el luto nos roía esas ilusiones propias de las muchachas. No tardó en llegar el olvido. Enseguida dejaron de tenernos en cuenta, ya que no sobresalíamos por una hermosura especial y nuestra educación de señoritas finas y casaderas no estimulaba ninguna singularidad del carácter. Poco a poco, y sin ser del todo conscientes de que estaba ocurriendo, las puertas por las que se accedía al trato con los posibles pretendientes se nos fueron cerrando, hasta que un día nos vimos en un callejón sin salida, pues nuestra hidalga postura tampoco consentía que nos empleásemos como oficialas o secretarias. Así que con una férrea administración de las rentas, con las que hasta ese momento habíamos ido tirando, decidimos refugiarnos en esta finca. Las tres. Huérfanas. Pero siempre juntas. Y fieles. Como tres gracias que en su abrazo le dan la espalda al egoísmo de los demás. Y comenzaron a llamarnos “Las señoritas”. Las horas se nos colgaron de las trenzas, las horas empañaron el azogue de los espejos, frente a los que cada día nos sentábamos antes de ir a dormir. Nuestra vida de señoritas discurrió entre la pequeña casa atestada de antigüedades y el jardincillo lleno de gatos. Y un buen día, tenía que ser, empezó el desfile camino del cementerio. Lo teníamos más que hablado.

-Desde luego, la que se muera la primera sufrirá menos. La que
se muera la última tiene un trabajo para dejarlo todo en orden. No pueden quedar recibos pendientes y la casa habrá de estar recogida. La mejor muerte será la de la segunda, ya que tendrá una hermana aquí para ocuparse de que tenga un funeral a su gusto y otra en el más allá para la recepción.

El primer turno le tocó a Rosalinda, que se había pasado medio siglo lamentándose de no haber vuelto a tocar el piano, ya que alguien le había echado el candado a la tapa después de la muerte del chico, y nadie en todo ese tiempo había osado forzar la pequeña cerradura. Rosalinda se limitaba a poner encima sus dedos artríticos y sobre el barniz de la madera golpeaba una melodía tétrica, sorda y rabiosa. Era, no obstante, una mujer intelectualmente muy curiosa y dispersa. Había sido una de las primeras socias del Círculo de Lectores de todo el país. En la mecedora del abuelo había leído cientos de libros, miles quizás,y de cada uno de ellos había cumplimentado una ficha, que luego archivaba en cualquier cajón, de donde estaba terminantemente prohibido sacarla. Albergaba además multitud de proyectos de emancipación, que no pasaban del terreno de la fantasía y se había negado siempre a cocinar o a aprender el rudimento más básico relacionado con las tareas domésticas. Cuando conoció las teorías feministas se adhirió de pleno a ellas y habló en ocasiones del amor libre. Luego se pasó los últimos años de su vida dando vueltas por la casa, yendo y viniendo a la búsqueda de todo lo que continuamente iba perdiendo: las gafas, el monedero, la pluma. Siempre se había encargado ella de las gestiones administrativas, de la archivística y de escribir en nombre de las tres las cartas de condolencia o de felicitación.

Rosalinda se quedó dormida.
-Tiene algo en la boca, dijo Joaquina, después de que descubriéramos que no tenía pulso.
Le metimos los dedos y se lo pudimos sacar. Era un caramelo de limón. Lo pusimos en un platito del servicio de té y de allí no fuimos capaces de tirarlo. Nos parecía que en él quedaba algo suyo, aunque sólo fuese la escarcha de su saliva. Rosalinda se reunió con nuestro hermano en el panteón familiar.
-Por fin podrá volver a tocar el piano, dije. Era un modo de decir: me parecía que en el cielo la música sonaría por doquier.
Entre las ropas de Rosalinda apareció una llave. Me fui derechita a probar y después de medio siglo la tapa del piano se abrió de nuevo. Pero ya no había pianista. Ella misma se había mortificado con semejante renuncia.

Joaquina había sido la más presumida de las tres y la que más pretendientes había cosechado, aunque ninguno de los que se acercaban hasta la finca era de nuestro nivel, ya que lo hacían en calidad de operarios que reparaban un tejado, abrían una zanja o cortaban leña. Joaquina se había pasado la vida enferma. Dormía mal, se cansaba y en muchas ocasiones le molestaba hasta el peso de las sábanas. Desde niña se había quejado de los gases. Era como si el cuerpo se le fuese llenando de bolsas de aire, que tenía que luchar por expeler. Desde el principio tuvo permiso para no aguantarse y cada vez que soltaba un pedo se lo celebrábamos con aplausos. Alguna vez se tiró un cuesco en presencia de extraños. Entonces Rosalinda y yo batíamos las palmas con primor y animábamos a los invitados para que hiciesen lo mismo a la menor oportunidad.

A propósito, aún no me he presentado, yo soy Arminda. La muda. Algunos vecinos piensan que soy muda sólo por el hecho de no haberme oído hablar nunca.
-Ahora podrá volver a tocar el piano, dije después de medio siglo de silencio. Lo dije como un modo de decir, pero Joaquina se lo tomó al pie de la letra y por las tardes se sentaba en la mecedora para oírla tocar.
Un buen día en mitad de una serenata celestial sonó el teléfono.
-Para que no echéis de menos a una tercera en discordia, me voy a ir a vivir con vosotras, nos anunció una prima nuestra, creyendo que con sus simpatías nos ayudaba en algo.
Pero al mes y medio de haber llegado a la casa la palmó. Ahí sí que se portó bien, pues el velorio y su entierro nos distrajeron de la pena por nuestra hermana.
A las pocas semanas otra vieja, prima también, nos escribió una carta. Acababa así: “En definitiva, que me gustaría ir a morirme con vosotras”. Pero resultó ser un bluf, ya que desde el primer momento no hizo otra cosa que quejarse; de las ventosidades de Joaquina, de mis silencios o de los gatos del jardín. Así que decidió que se marchaba. Murió, eso sí, en el autobús que la llevaba de vuelta a su casa. Las exequias se las hicieron sus sobrinos. Una lástima, de haber sabido que el desenlace estaba tan próximo la hubiésemos retenido.

Joaquina tuvo la mejor muerte, sólo por ser la segunda, como tantas veces habíamos dicho. Se le llenó el cuerpo de pompas de aire como esos plásticos de embalar y un buen día estalló como si fuese una enorme flor pirotécnica. La amortajé con un gran kimono de seda de colores. En el otro lado la esperaba Rosalinda con una sempiterna melodía al piano.

Me quedé sola y los parientes no paraban de aconsejarme.
-Arminda, tráigase a alguien a vivir con usted, meta una estudiante, le hará compañía.
Según mi costumbre, yo callaba.
Me las apañaba para cuidar la casa y la finca, escribía notas de pésame y felicitaciones, ponía los recibos al día, cocinaba. Antes de irme a la cama me sentaba en la mecedora y veía la televisión un rato. Esperaba que mi hora no tardase en llegar para poder reunirme con mis hermanas y también con el chico.

Una mañana tocaron al timbre. Un mensajero me entregó en mano una invitación para una fiesta en el casino. Llegaba medio siglo tarde. Sólo allí hubiésemos podido encontrar nosotras un hombre con el que casarnos.

El vals. El traje de noche. El pellejo de mis brazos al ritmo que marcaba la orquesta. Aquel apuesto galán me explicaba todo el asunto. La pintura de los labios agrietada en los cráteres de la piel. El rímel me abría la expresión de los ojos hacia el espanto y la demencia.
-Usted no tendrá que preocuparse de nada, todo el papeleo corre de nuestra cuenta.
Querían construir un hotel en el lugar de la casa y la finca. Me ofrecían una millonada. Pero a mí sólo me interesaba seguir bailando, pasarme la noche entera en los brazos de aquel galán interesado, recuperar el tiempo perdido no de toda una vida, sino de tres, en aquella noche única y última, así que me hice cortejar como una muchacha.
-Eres encantadora, me decía él.
-Ah, pues mis dos hermanas sí que son lindas, contesté yo, y luego añadí:
-Por favor, ¿me traes un poco más de ponche?, es que el baile me ha dado mucha sed.


La fotografía es de Pérez Siquier y se titula Las tres gracias

sábado, 3 de diciembre de 2011

Entrevista en La opinión de Málaga


El jueves pasado, día previo a la presentación en la librería Cinco Echegaray de La memoria del gintonic, salió una pequeña entrevista en La opinión que os enlazo Aquí.

Estoy muy conforme con el titular elegido por el periodista.

Ese gusto mío algo humorístico por las bendiciones no es oríginal, todo hay que decirlo. Y aparece también en uno de los relatos que rematan la novela. Viene de una película muy cortita, que llaman mediometraje, de Luis Buñuel que he visto muchas veces: Simón del desierto (1965), en la que Simón, encaramado en su columna en mitad de la nada, bendice hasta las moscas que se le posan encima y encuentra que es un modo muy entretenido de pasar el tiempo. Ante la pregunta de si conocía a algún hombre libre, Buñuel parece que contestó esto: «Sí lo hay: Simón del desierto, que es el hombre más libre del mundo [...] porque tiene y hace lo que quiere, sin encontrar obstáculos. Está allí arriba en una columna, comiendo lechuga. La libertad total»

jueves, 1 de diciembre de 2011

Plop y Frío


Rafael Pinedo (1954-2006)




Pues todavía me han gustado más, mucho más, estas dos novelas de Rafael Pinedo.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Ocio


Me ha gustado mucho una novelita corta titulada Ocio, de Fabián Casas.

La novelita va seguida de un relato que se llama Veteranos del pánico, introducido por un proverbio japonés que dice:

Si te cruzás con Buda, matá a Buda.
Si te cruzás con un discípulo de Buda,
matá al discípulo de Buda.
Si te cruzás con tu padre,
matá a tu padre.
Si te cruzás con tu madre,
matá a tu madre.
Sólo así te liberarás de los apegos
y serás libre.

Ahora me da mucha pereza hablar de ella, incluso elegir un párrafo y copiarlo aquí. Pero me ha gustado mucho.

martes, 29 de noviembre de 2011

En Previsones meteorológicas de un cangrejo


Agustín Martínez Valderrama tiene un blog en el que escribe unos textos muy breves y afilados. En la sección Pasen y Vean me ha dedicado, muy generosamente, tiempo y lugar. Aquí.

La fotografía es de Marcos López

lunes, 28 de noviembre de 2011

Seísmos, de Javier Puche


38 x 6 hace un total de 228. Esas son las palabras que tiene Seísmos, el libro de Javier Puche (Málaga, 1974), editado por thule con ilustraciones de Riki Blanco.

Seísmos son los cuentos de seis palabras que Javier escribe a partir de aquel de Hemingway que decía Vendo zapatos de bebé, sin estrenar ( For sale, baby shoes, never worn).

Javier lleva mucho tiempo ejercitándose en esa parafilia literaria. De hecho a sus textos los llama también temblores. La autoimpuesta y arbitraria regla de que tengan exactamente seis palabras es un corsé que acaba siendo exquisito, un cilicio perverso que muerde la carne del lector provocando ese temblor y dejando una marca o cardenal, testimonio de la mordida.

Es muy difícil comentar un libro de 228 palabras, quizás porque hay muy pocos libros tan breves. O yo he leído muy pocos. Se puede hablar de intensidad, de belleza y adecuación entre las ilustraciones y los textos. Se puede decir también que nos permite volver a él una y otra vez, leyendo y contemplando los dibujos en blanco y negro, sin que el texto o las imágenes se agoten.

No quería nacer. Lo obligaron vilmente lleva una ilustración con unas sombras que tiran de una cuerda como si fuese el arrastre de un copo de perfiles africanos más que malagueños.

Asoma un periscopio en mi consomé tiene un malencarado capitán de fragata de aire soviético.

Quizás uno de mis favoritos sea Este laberinto ni siquiera tiene baño. Tanto de texto como de ilustración, en la que una figura humana anda perdida entre brochazos que son como un nudo intestinal.

También me gusta mucho el esqueleto que tacha palitos en Le aburre al muerto la eternidad.
Y esa maciza que aparece en Por imprevista resurrección, vendo mi tumba.

Javier echa mano del humor y de la poesía sin perder nunca de vista el carácter narrativo:

Mi sombra flirtea con otro cuerpo
.

He de decir finalmente que conozco desde hace tiempo su trabajo y que nunca cae en la facilidad o en el chiste. Personalmente nunca se lo hubiera perdonado.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Epopeya





Un restaurante en la carretera, el suelo sucio. El arquitecto pide una botella de agua. El arquitecto se dirige a la ciudad, ya a pocos kilómetros, que contrató sus servicios para que levantara un escudo de defensa inexpugnable. En su hotel de siempre tiene reservada la suite de la última planta, desde donde, al día siguiente, antes de inspeccionarlos a pie de obra, contempla los trabajos de fortificación. No duda en desear que las fuerzas enemigas se adelanten a lo previsto. No obstante, él ha puesto su experiencia y sus conocimientos al servicio de la ciudad. Sabe que, si consiguen evitar la aniquilación, los ciudadanos se lo agradecerán y levantarán una estatua en su honor o le pondrán su nombre a la principal puerta de entrada.



Desde la ventanilla del avión el autor de guías de viaje ve el perímetro de la ciudad perfectamente delimitado por una zanja, tras la cual se alza la fortaleza. El sol empieza a declinar. Como siempre aconseja, procura llegar por primera vez a una ciudad desconocida a esa hora. Antes de que el avión enfile hacia la pista de aterrizaje tiene tiempo de ver una enorme polvareda en la llanura, extramuros. Como él, el resto del pasaje desea que el ataque se produzca en los próximos días, antes de que su visita acabe.



La pareja se entusiasma cuando el agente de viajes les propone pasar el puente en un hotel de lujo con spa en una de las ciudades sitiadas. Quizás también para ellos esa sea una solución.



La mujer no sabe qué hacer con el último sms de su marido. Lo ha leído ya más de cien veces. Me gustaría, le dice, tenerte aquí, bajo los escombros que me sepultan.


Soy yo quien con mi ingenio convertí vuestra confortable vida fortificada en un parque de ruinas y de humo. Por mi astucia tuvisteis que pasar la noche de vuestro amor a la intemperie. Dadme las gracias a mí por haberlo perdido todo, por haber visto como perecían vuestros hijos, cómo ardían vuestras madres en mitad del mar. La ruina le ha dado sentido a vuestras vidas, a vuestras bibliotecas y a vuestras fiestas. Habrá quien cante mis tretas, habrá quien describa la hermosura de los jardines en los que fuisteis felices y señale ese momento justo de la última luz sobre vuestros ojos.
Quien así habla es uno de los terroristas más buscados. Su cabeza tiene precio.
Yo soy Nadie, dice, y la emisión concluye.



Entre las nubes de humo uno de los generales de la ciudad busca la huida. Ha de fundar una civilización; otro futuro de aventuras, de amor, de muerte, de viajes. Habrá compañías de bajo coste que nos ayudarán a llegar adonde él se asiente. Para ello despreciará a reinas, riquezas y poder. Y un buen día decidirá levantar una muralla inexpugnable.




La fotografía es de Murat Germen

sábado, 19 de noviembre de 2011

Rectificación sobre el comentario de Tangram


En el comentario sobre Tangram de Juan Carlos Márquez escribí el siguiente párrafo:

"La falsa pista final de que puede haber sido él el asesino del actor Gaetano Iabichino es un truco que no podemos perdonar a estas alturas, aunque para eso está la cara dura del autor, para hacer lo que le de la gana."

Quiero puntualizar:

Mi impericia lectora me llevó a pensar que se trataba de una falsa pista. Y no es así, como bien me ha hecho ver su autor: "el asesino de Reikiavik es el asesino de Iabichino".

En las historias en las que todos los detalles de la trama son importantes para el desarrollo de los acontecimientos posteriores no es la primera vez que me pierdo, y supongo que no será tampoco la última. No me enteré pues. Pido disculpas desde aquí a su autor y a los lectores de la reseña.

Al hablar de la cara dura del autor no quise ser, obviamente, ofensivo, sino expresivo.

En la fotografía Juan Carlos Márquez

viernes, 18 de noviembre de 2011

Tangram, de Juan Carlos Márquez


Tengo mis dudas sobre que Tangram sea una novela. No me cabe ninguna de que el título de la obra es potente y adecuado a las siete historias que se cuentan y que más o menos se acaban cruzando entre sí. Supongo que una novela se podría definir por el hecho de que las intenciones de la narración vayan dirigidas hacia la profundidad o los márgenes de un personaje o de un argumento. La literatura fragmentaria no se contradice con la esencia novelística, pues los diferentes fragmentos pueden ir ahondando, o rodeando, la materia que se haya elegido como asunto novelable. Novelar es hurgar en la herida. Groseramente se podría decir que remover la mierda con un palito. Tangram se descompone en siete relatos distintos de asunto criminal. El primero es muy intenso, a mí me ha gustado mucho. Dos estudiantes de psicología son encerrados en un sótano por una inmensa, gordísima exactriz, y allí, en la oscuridad, no les quedará otra que alimentarse de la carne embalada que contiene un arcón frigorífico. La narración es densa y envolvente, atrapa. Sitúa el comienzo de las historias en un nivel muy alto de expectación. La segunda historia, sin embargo, me ha parecido mucho más floja. La recreación del detective clásico, a lo Sam Spade o Marlowe, aunque se diga explícitamente que el que nos ocupa es diferente, no cuaja. El pasthiche no es literariamente todo lo gamberro que desearíamos. Porque uno de los puntos a su favor en este libro es cierto aire de poca vergüenza, de cinismo, con el que el escritor aborda, según me parece, su labor. La tercera historia, contada por un asesino "ocasional y selectivo", me parece también impostada, porque el humor se le queda a medio gas. La falsa pista final de que puede haber sido él el asesino del actor Gaetano Iabichino es un truco que no podemos perdonar a estas alturas, aunque para eso está la cara dura del autor, para hacer lo que le de la gana. La cuarta historia es otro homenaje poco encubierto, descarado, siendo aquí sus protagonistas unos adolescentes que con la crueldad esencial de ese periodo de la vida le gritan a sus víctimas a la cara los defectos que han de corregir. Le sirve al autor esta historia para introducir a dos coristas, en el sentido de coro de la tragedia griega, que en la historia final se ocuparán de cerrar y explicar los diferentes nudos que han quedado sin resolver por el camino. Ahí es donde flaquea la estructura de la obra, porque las tramas se cruzan en sus flecos, pero ni evolucionan ni se resuelven desde ellas mismas, sino que son explicadas en el relato final, que funciona a modo de epílogo concluyente. Los homenajes cinematográficos en los diferentes episodios son más o menos explícitos, pero constantes. La quinta historia titulada "Un millón de libras" evoca varias películas de género, con botín enterrado del que se quiere apoderar el ladrón. Más allá de que el autor haya pensado en ella o no, quiero mencionar La noche del cazador como referencia. Tiene, no obstante, aquí, su gracia y su novedad: el ladrón es un buenazo. La narración titulada Crotone nos sitúa en un ambiente de mafia calabresa muy creíble, llevada con pulso firme hasta el tramo final, en el que aparece el gancho que cruza esta con las demás historias, donde resulta forzada.
Me han gustado muchas cosas de este libro, principalmente su descaro y una fresca propuesta pulp. Sin embargo, en la preocupación del autor por no dejar flecos sueltos y por acabar en novela, creo, que es donde residen sus carencias.

jueves, 27 de octubre de 2011

La señorita Bayer




En casa siempre tuvimos lectores y lectoras, puesto que éramos al tiempo que muy miopes grandes aficionados a las bellas letras. En cuanto al dinero, en fin, eso nunca fue un problema. A mi madre le leía un chico de Murcia, le parecía que con su peculiar acento Proust le pasaba mejor, eso decía ella, me pasa mejor. A mi padre le leía una chica muy tímida a la que nunca le oíamos la voz. ¿No será muda tu lectora?, le preguntaba mamá con una sorna muy civilizada, flemática. A mí me gustaba que me leyese la señorita Bayer porque dejaba que mis ojos y mi imaginación resbalasen por su escote alabastrino. Los lectores y las lectoras entraban y salían de casa continuamente y se cruzaban en las escaleras, de modo que sucedió que el chico de Murcia se enamoró de la lectora tímida. Viniendo a casa para leerles a mamá y a papá comenzaron a entenderse a escondidas. Primero en los cafés, a la hora de la merienda, luego en hoteles baratos a la misma hora. Un buen día alguien los encontró juntos y lo contó en casa, donde todos somos muy tradicionales, así que se convocó a la pareja y se le pidieron explicaciones.
-Nos hemos enamorado, dijo ella, a la que hasta entonces no le habíamos oído el tono de voz.
No hubo más, pasaron unos instantes en los que nadie supo qué decir y de repente mi padre reaccionó.
-Pues si es el amor qué le vamos a hacer, contra el amor no se puede luchar, sería de locos enfrentarse a él, pero comprenderéis que en ese caso no podéis seguir con nosotros. Os deseamos mucha suerte.
-Señor, dijo el chico de Murcia, con su peculiar acento, necesitamos el trabajo. Ahora más que nunca. Estamos esperando un bebé.
Pero en asuntos de honor mi padre era inflexible.
-Imposible, dijo tajante.
Y luego añadió que no obstante escribiría unas cartas de recomendación.
-Se lo agradecemos de corazón, dijo el lector.
Nunca más volví a verlos. La señorita Bayer llegó a un acuerdo con mis padres y se vino a casa como interna a leernos a los tres. A mí mientras leía me consentía que perdiese la mano dentro de su escote.

miércoles, 26 de octubre de 2011

El fuego




En casa no tenemos chimenea, pero a veces me siento en mitad del salón y con el ansia y los ojos enciendo un fuego, llamas que lamen el aire, sutiles como todas las pasiones. Me quedo mirando el fuego a la espera de que algo ocurra. Azul, negro, rojo, naranja: en la llama están todos los colores, también el amarillo y el verde. Tarde o temprano se produce una señal. Es como si fuese una mano que saliese de la niebla para guiarme, me agarro a ella y me dejo llevar. El fuego desaparece y antes de salir a la calle, a los asuntos en los que se ocupa un hombre contemporáneo, recito una oración que mi madre me enseñó de niño. En ocasiones al atardecer, cuando ha llegado la hora de volver a casa, me he equivocado de calle, de edificio o de puerta. Pero siempre he recibido un aviso a tiempo, una especie de soplo al oído. En cierta ocasión en la que iba especialmente distraído un hombre me sorprendió intentando abrir su coche con mi llave. Como mi aspecto es corriente no cundió la alarma. Aquel hombre adivinó enseguida lo que ocurría.
-A mí también me suele pasar, me dijo, al tiempo que accionaba su mando a distancia.
Me sentí confuso y eché a caminar hasta que salí de la ciudad por uno de sus arrabales. En un recodo de la carretera hallé una taberna y entré. Tenían una hermosa chimenea en la que ardía un gran fuego que todos los parroquianos agradecíamos en un día tan intempestivo. Me tomé una copa de coñac para entrar en calor de cara a las llamas, que no cesaban de escribir en el aire los hilos por los que discurría mi vida fuera de allí.

La foto es de Ricardo Moreno y se titula Marilyn en la pared

martes, 25 de octubre de 2011

Salvador Dalí y mi familia


Mi padre conoció a Salvador Dalí. Fue de un modo casual, mi padre iba por el campo y se lo encontró cagando en un sombrero, mientras que en la cabeza llevaba la quijada de un mulo. Mi padre quizás también buscaba un lugar para cagar en aquel campo. Evidentemente mi padre no sabía que aquel hombre era un gran escritor, pero por las señas que siempre dio refiriendo la anécdota del hombre que jiñaba en el campo, yo enseguida supe que se trataba de Dalí, el escritor que me interesó, no el pintor, desde que yo mismo quise ser escritor y se lo anuncié a mi padre:
-Quiero hacer lo que hacía aquel hombre que encontraste en el campo. El que se llamaba Salvador Dalí.
Mi padre redondeó sus ojos como si me quisiera decir:¿dentro de un sombrero?, ¿ponerte una quijada en la cabeza? pero se quedó callado, a la espera de que me aclarase.
-No, padre, quiero ser escritor.
-Tu verás, me dijo. Pero ahora vete y ordeña a las vacas.
Todas las noches después de las faenas yo leía el periódico en voz alta. Procuraba adaptar las noticias a mis intereses particulares: raro era el día en el que no introducía en alguna noticia una anécdota o una declaración del maravilloso escritor que ya todos venerábamos en casa, aunque yo fuese el único que leía sus libros.
Mi padre conoció a Salvador Dalí, el escritor, no el pintor, mientras hacía el servicio militar. Mi padre estaba destinado en un polvorín aislado, rodeado de huertos. En uno de esos huertos Salvador Dalí se puso en cuclillas habiendo colocado debajo de su culo el sombrero con el que había salido para protegerse del sol, sobre la cabeza llevaba en equilibrio una quijada. Mi padre se pasaba los días solo. Una vez cada quince le traían provisiones y le entregaban una pequeña cantidad para que se abasteciese de pan, leche, huevos y verduras, pero lo que hacía era intercambiar con los hortelanos sus latas de conserva por lo que él necesitaba; además les echaba una mano en las labores y así sacaba un pequeño jornal. De otra forma mi padre nunca hubiese conocido al insigne escritor, que por esas fechas debía de estar de vacaciones con su mujer Gala en la isla. Y es que estamos en Ibiza, unos cuantos años antes de que fuese descubierta como paraíso del sexo y las drogas.
Hace unos años estuve en Ibiza e intenté dar con el lugar en el que mi padre había encontrado a Salvador Dalí dando de cuerpo, que fue la expresión que siempre usó mi padre.
-Y allí, entre las matas de tomates encontré a aquel hombre dando de cuerpo en su propio sombrero, decía mi padre.
-¿Cómo era ese hombre?, le preguntaba yo invariablemente.
-Muy moreno, con un bigote como una torcida y habla de idiota. Al principio me dio pena ver lo que hacía, pero luego me aclaró que siempre daba de cuerpo así.
-¿Él dijo dar de cuerpo?, le preguntaba yo a mi padre.
-No, el dijo otra cosa, decía mi padre.
Al menos si no encontraba los huertos, cosa harto improbable, me hubiese gustado ver el polvorín o sus restos, pero preguntando a unos y a otros me señalaron un lugar en el que se levantaba un chalet inexpugnable. Nada más acercarnos mi esposa y yo a la valla oímos los ladridos de un perro guardián.
Nunca conseguí ser un escritor de la talla de Salvador Dalí, me he tenido que conformar con escribir guiones radiofónicos o para las series de televisión. No obstante, siempre que puedo saco alguna frase de sus libros y la cuelo en las historias que me imponen. Es la primera vez, sin embargo, que cuento la historia de mi padre con Dalí. Por cierto, el ambiente hippy de Ibiza me pareció decepcionante. Mientras mi mujer conducía un pequeño utilitario de alquiler yo me asomaba en pelotas por la abertura que tenía en el techo. Nada, nada, ni rastro de aquello que tanto había alimentado mi imaginación.



En la fotografía Salvador Dalí que llevaba un cráneo de animal como un sombrero, ( por Hulton Archive / Getty Images)

lunes, 24 de octubre de 2011

Borges, Remake


El cuento Pierre Menard, autor del Quijote, antes de escrito fue soñado por Borges. Pierre Menard es un oscuro escritor francés recientemente fallecido, cuyo mayor logro fue escribir, en el siglo XX , los capítulos noveno y trigésimo octavo de la primera parte del Quijote, y un fragmento del capítulo veintidós. Los capítulos son iguales, en cada palabra y cada coma, a los escritos originalmente por Cervantes. Sin embargo no son una copia. Tras la hazaña del poeta simbolista de Nimes no son pocos los que se han atrevido a emularlo. Yo mismo en cierta ocasión, después de haber descansado bien por la noche, a la mañana siguiente redacté Pierre Menard, autor del Quijote. A las pruebas me remito.
Escribe el argentino:
“El Quijote- me dijo Menard- fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.”
Y en el exacto lugar del relato esto es lo que yo mismo escribí y publiqué en unos pliegos artesanales, para un círculo de conocidos amantes de la buena literatura:
“El Quijote- me dijo Menard- fue ante todo un libro agradable; ahora es una ocasión de brindis patrióticos, de soberbia gramatical, de obscenas ediciones de lujo. La gloria es una incomprensión y quizá la peor.”
Modestamente y a riesgo de ofender a alguien más que a la señora viuda de Borges creo que he mejorado el texto de su marido, a pesar de que al lector corriente podrían parecerles el mismo. No obstante, se podrá observar que donde el bonaerense se despacha con el adjetivo “agradable” referido a la obra de Cervantes, en mi texto, exacto al suyo, la intención tiene menos ironía, aunque la misma ligereza, y por el contrario mi texto resulta más incisivo que el suyo, idénticos entre sí de nuevo, en lo de “soberbia gramatical”.
Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en el porvenir lo será. Afirmo, a riesgo de ofender a la cruel viuda.
En la Historia universal de la infamia, un libro que Borges publicó en 1935 y según él mismo confiesa en el prólogo escribió durante el año anterior, hay una parte final titulada Etcétera, en la que en la edición del año 1954 incluyó tres piezas nuevas. Me permito añadirle hoy a sus Obras Completas en los tres tomos de Emecé Editores, 1989, un relato nuevo, que he conseguido encuadernar y camuflar en el tomo primero de todos aquellos amantes de la buena literatura que acuden a la biblioteca provincial a leerlo o a tomarlo en préstamo. Cuenta Borges en esa parte, que he ejecutado yo, la historia de Muamar al Gadafi.

El dibujo de María Kodama que ilustra es de Pablo Gallo

domingo, 23 de octubre de 2011

Inma Ruiz sobre La memoria del gintonic


Desde Frankfurt, Inma Ruiz, que da clases en la Justus-Liebig-Universität Gießen, ha escrito en su blog Agua y azahar la reseña de su lectura.

La fotografía es de Kim Ji Hae

sábado, 22 de octubre de 2011

La Bañera Láctea




Ya estoy tan viejo que
la leche me chorrea por la cabeza.
Ya no creo lo que nunca creí
con la firmeza del viejo
al que le leche se le ha ido pudriendo.

Usted, amigo, que se acerca curioso a verme,
como el que se aproxima a la letra pequeña
de un pasquín callejero,
tendrá que saber que aquí me apilo yo
en una montaña de tetrabricks.

Sáquese las manos de los bolsillos, hombre.
Le voy a llenar los zapatos de muerte,
mientras se toma la cervecita de costumbre,
mientras enjuicia usted al mundo,
lleno de razón.

Ya estoy tan afilado, tan hecho hilos, tan soplado
por el viento de la vida,
que me doblo, me inclino ante la mancha
de grasa en el bajo de los pantalones,
rendido a su voz.

No es que se lo pida, amigo (no quiero ser irónico),
es un ruego,
actúe usted como nadie espera
y métase conmigo en este mar,
no azul de mar,
sino blanco de muerte y leche.

La imagen es una fotografía de Pierre Cordier

miércoles, 19 de octubre de 2011

Barrio


Habría que avisarles, claro, a quienes nunca vieron esas cosas, porque el tiempo es como una lasaña de capas superpuestas, que bajo el edificio en el que han adquirido su vivienda, hipotecados hasta las cejas, pero qué le vamos a hacer, las cosas están así, la crisis estalló en sus narices como un espectáculo de pirotecnia, luz y color, y no se iban a arredrar, el amor por encima de todo, decidieron casarse, hacer un banquete con la familia y los amigos, y luego irse de luna de miel, que bajo el edificio, repito, en el que está su piso, su casa, hogar, república independiente sueca de Ikea, hubo en otro tiempo una vaquería, un huerto, un cementerio, capa bajo capa, hacia dentro, hacia atrás, hacia nada. Habría que advertirles, claro, que ahí había una elevación del terreno, que por las tardes desfilaban las madres con sus niños roñosos de una mano y en la otra una cantarita que llenaban de leche recién ordeñada, sobre la que se formaba una tapa de nata y si no se cubría con un paño una corona de moscas. Habría que levantarse y acercarse a ellos y decírselo. Mirad, todo esta calle y esas de ahí eran campo. Había una acequia, mosquitos, vacas, cerdos. La gente que llegaba aquí venía de los pueblos, pero aquí ya no era como en el pueblo, aunque hubiera muchas cosas que lo recordaran. Esto era la ciudad. Habría que traer a los chicos de las escuelas y decirles que bajo ese edificio en otro tiempo se plantaron cebollas sobre las tumbas, y otros tubérculos que enredaban sus raíces entre los huesos, entre las conchas, entre los jarrillos de los ajuares de los muertos, de una dulzura al paladar como ya es imposible comer en ninguna parte, porque todo se está volviendo insípido, porque nada sabe igual que antes, y uno no sabe si es que es eso, que la fruta la traen toda en camiones de los invernaderos de Almería o que el paladar se va desgastando o perdiendo, serán seguramente las dos cosas. Habría que decirles que el tiempo es una lasaña, una capa sobre otra. Pero quién es el guapo que lo hace. Quién se acerca a la chica cuando viene cansada con el uniforme de Mercadona. Oye, mira el edificio en el que vives está embrujado, no sería extraño que oyeras por la noche unos lejanos mugidos de vaca o susurros de la gente que vigilaba el mar, el mar llegaba hasta aquí mismo. ¿Sabes lo que me ha dicho un vecino hoy?, le diría ella después de darle un beso. Él pondría cara rara pensando en cualquier inconveniencia, como aquella vez que ella le contó que un exhibicionista le había salido al paso. No, no te preocupes, aunque bien pudiese haber dicho no te mosquees, porque es él es de naturaleza desconfiada y suspicaz. ¿Qué te ha dicho?, dirá él, serio. Que el tiempo es una lasaña. Y él querrá saber quién le ha dicho eso, quién se atreve a esas confianzas con su mujer, qué quiere decir con eso. ¿Y nada más? Más, por supuesto, que no nos extrañemos si por la noche oímos mugidos, susurros, que el edificio se levanta sobre una vieja necrópolis. He buscado necrópolis en internet y significa cementerio. Y él empezará a dormir mal y ella empezará a pensar que quizás ha llegado el momento de quedarse embarazada. Olvidarán lo que el chiflado aquel le dijo a ella un día, qué era lo que te contó aquel viejo. Yo lo pasé mal una temporada, algo de que el edificio estaba embrujado, pero mira la de años que llevamos aquí, aquí han nacido nuestros hijos y yo nunca he visto un fantasma. Habría que decirles todo eso.

La fotografía es de Xavier Delory

martes, 18 de octubre de 2011

Hijo




En todas las familias hay un gracioso al que uno de buena gana le partiría la cara. Para poder por fin reír de verdad, con ganas. En la mía ese lamentable honor lo tuvo siempre mi padre. En fin, mis hermanos, mi madre y yo intentábamos mirar para otro lado cuando el viejo salía con sus gansadas. Así fue siempre y la cosa no tuvo nunca visos de que fuera a cambiar. No había boda, bautizo o celebración en la que mi padre no pusiera la nota discordante.
-Las cosas que tiene este hombre, es lo que solían decir las tías, o mis primos.
Las cosas, sus cosas, han sido todo tipo de impertinencias, de comentarios fuera de lugar, de bromas pesadas. El carácter expansivo, ridículo y cegato de mi padre me ha torturado y me ha humillado desde que tuve algo de raciocinio, desde que a los cinco o seis añitos me percaté de que aquel individuo era un fantoche presuntuoso. Sin embargo un día, cuando por enésima vez lo veía meter la pata y hacer el ridículo ante todos, de repente me embargó un sentimiento nuevo que no era ni vergüenza ni miedo ni dolor. Me sentí triste. Lo imaginé muerto, estirado y brillante, empalagoso como siempre, relamido en su pose de actor folletinesco. Me levanté de la silla dejando un flan con nata a medias y me escondí en el cuarto de baño antes de que el llanto me asaltase. Estuve allí un buen rato, oyendo las risotadas de mi padre y de alguno más de su cuerda. Luego en el frío de las calles le fui dando puntapiés a una lata hasta que me cansé, decidido a que no regresaría nunca a aquello que todos seguiríamos llamando hogar por mucho tiempo.


La fotografía es de Pierre Gonnord

lunes, 17 de octubre de 2011

Un encuentro


-¿Es usted un espantapájaros?
-Esa pregunta ya me la han hecho otras veces. Otras veces usted ya me ha preguntado eso.
-Sí, pero nunca obtuve respuesta.
-Hoy sí, hoy le contestaré, no tema, no despertará usted sin haber satisfecho su curiosidad.
-¿Despertar?
-No sé si se habrá dado cuenta, pero usted está soñando y yo no.
-¿Es usted un espantapájaros?
El hombre que podría ser un espantapájaros encendió un cigarrillo. Era curioso verlo fumar porque ese hombre procedía de un tiempo en el que no se conocía el tabaco. Llevaba un traje de excelente calidad muy estropeado, lleno de rotos, con manchas de grasa. El cigarrillo se transformó en un gusano juguetón. Un gusano blanco, humeante, sabroso, que el hombre se echaba al pecho con la satisfacción del que ha dejado por unas horas la caja de pino.
El hombre curioso que había sido acusado de estar soñando estaba dispuesto a meterle fuego a aquel fantoche y así lo insinuó con un gesto, levantando el pulgar, como si fuese una llama.
-¿Es usted un ángel?
-¿Lo dice usted por el truquito del dedo flamígero?
-Le ha quedado muy efectivo. He temido por mi vida, si le soy sincero.
-Me siento ahora capaz de incendiar una ciudad.
-Me alegra saber que está usted en forma, adelante si gusta, pero permítame que le cuente nuestra historia.
Usted y yo somos dos hombres inventados. Supongo que no le desvelo ningún secreto si le digo que además yo ya he fallecido y usted está falleciendo en este preciso instante.
-Se contradice usted demasiado.
-¿Me contradigo?
-Sí, lo hace.
-Horror, ¿y ahora qué hacemos?
-No me gustan sus burlas.
El hombre espantapájaros se abrazó al otro hombre, que sintió una inmediata repugnancia.
Nunca, nunca, en ninguno de los encuentros que ya habían tenido, pero de los que no hay constancia, habían llegado hasta ese punto. Luego, cada uno volvió a sus quehaceres y por más que intentaron coincidir nuevamente ha sido del todo imposible, aunque el deseo de conseguirlo no los ha abandonado desde entonces.



La imagen que ilustra es un aguafuerte de Paul Klee

sábado, 15 de octubre de 2011

El balón



El hombre se detiene en mitad de la calle cuando se da cuenta de que todas sus ocurrencias, toda su gracia y su chispa ya no le sirven. Como si hubiese perdido el sombrero por un golpe de viento. Estuvo bien mientras duró, se dice. Y no se le ocurre nada más. Se sienta en un café. El hombre, con la cabeza inusualmente descubierta, mira a las mujeres como quien persiste en un hábito. Ayer mismo esa contemplación hubiese sido fuente de elaboradas fantasías, pero hoy mira a las mujeres como podría estar mirando caballos de carreras, porque son los elementos móviles que aparecen en su horizonte. Ayer mismo el hombre de hoy, sin ocurrencias, era un pozo inagotable de comparaciones que ya está seco, como una chistera de mago agotada. Así son las cosas. El hombre podría hacer un esfuerzo, y de hecho lo hace. Podría ir a la sombrerería más cercana y probarse algunos modelos. Con algo de voluntad, se da cuenta, volvería a ser el mismo que fue antes de que todo empezase. Más ocurrencias, más comparaciones, un placer renovado, podríamos decir en el uso de las palabras, porque es cuestión de palabras y de dónde brotan las palabras. Pero sabe que ese camino es un bucle absurdo, un bucle. Ahora se trata de la necesidad. El hombre mira a las mujeres como si hubiera necesidad de mirarlas como a caballos de carreras. Un ejercicio al que no está acostumbrado, de resultados decepcionantes. Camina por un suelo irregular, en el que es fácil dar tropiezos, hundirse o caer, se asegura con un bastón, curioso, elegante. En este territorio sus recursos de ayer, sus ocurrencias, su improvisación, son como lluvia que rebota en el suelo. El hombre, despacio, se dirige al lugar que tenía en mente alcanzar en su paseo, cuando un golpe de viento le dejó la cabeza desnuda. El hombre acepta los rigores. Hace frío y quizás sus ropas no sean las adecuadas para soportarlo, además en sus bolsillos se han abierto dos grandes agujeros, como si una brasa hubiese quemado la tela. Dos sucesos le sobrevienen, el primero es reflexivo: los años, que parecían un adorno, otra frivolidad más, le exigen un tributo de mermas y deficiencias. El segundo es que en mitad de la calle da con un balón abandonado. Toda esfera es un reclamo, piensa, una invitación. El hombre echa atrás la pierna, lo suficiente como para adelantarla con fuerza y chutar. Ojalá, se dice, tuviera muchas oportunidades como ésta. Pero piensa: ¿cuántas veces encuentra un hombre un balón así en su camino? Y contesta: muy pocas.

jueves, 13 de octubre de 2011

Otra opinión sobre La memoria del gintonic


La escritora valenciana Elena Casero ha dejado en su blog su opinión y reflexiones a raíz de la lectura de la novela.
AQUÍ

martes, 11 de octubre de 2011

Microrrelatos del perro Argos





El escritor era un humorista, puso punto y final a su vida literaria con microrrelatos sobre un perro. Pensando un nombre, qué mejor nombre que Argos.


Al otro lado de la muerte el perro Argos se cruza en una plaza con Kavafis, que ha escrito un famoso poema titulado Ítaca, recogido ahora en los panfletos publicitarios de ciertas agencias de viajes. El perro olfatea una pierna del poeta, pero no se atreve a hacer lo que se le pasa por su cínica cabeza. Se aleja y levanta la pata contra el tronco de un árbol, que ha crecido al otro lado de la muerte. El poeta reconoce inmediatamente al perro Argos, porque al otro lado de la muerte la existencia es transparente, o diáfana. El poeta busca un café donde escribir un poema con esta anécdota, pero lo encuentra lleno de bellos muchachos, pobres y cultos, así que se olvida de su primera intención y se queda embelesado con su deseo, al otro lado de la muerte.


El perro Argos cultiva la amistad de algunos cínicos por razones de perruna obviedad. El perro ha adquirido la facultad del lenguaje, con lo que vale más por lo que dice que por lo que calla.


El escritor le lee a su perro todo lo que escribe y desecha aquello que no recibe la aprobación cínica. Poco a poco el escritor va aprendiendo a ver en la mentalidad de su perro y de esa forma sus historias consiguen penetrar en el alma humana. Los perros no son como se piensa que son los perros, como parece, sino como son. Tener en cuenta esta evidencia condiciona la carrera del escritor, que discurre al margen.


En ocasiones el perro Argos está tentado de expresar sus opiniones y se le ocurre por ejemplo escribir una carta al director de un periódico. Pero en el último momento se reprime porque las opiniones le repugnan, lo que más de una vez le ha valido ciertos calificativos que despectivamente desembocaban en el que define con precisión su naturaleza, cínico.


Un hombre se acercó al perro Argos y le mostró un palo, que luego lanzó lejos con la idea de que fuese a buscarlo y se lo trajese entre los dientes. El perro llevaba varios días sin decir nada, porque nada tenía que decir. Al hombre del palo le dijo:
-Me temo que me tomas por lo que no soy.


El perro Argos se acercó a un pozo y allí había un extraterrestre bebiendo. No se dijeron nada, pero estuvieron un buen ratro husmeándose el culo.


El perro Argos no va desnudo por ahí, como podríais suponer. Es presumido y tiene una rica colección de trajes hechos con hilos invisibles. Siempre dice lo mismo: la vida es un traje invisible.


El perro Argos huele a humo, sabe a ceniza. Es un perro sin raza. Pero no tiene pulgas. La higiene es la base de su existencia. Come silencio, y no es cosa esta que me halla inventado yo.


El perro Argos cuando quiere poner fin a una conversación ladra y se acabó. No esperes que diga nada más. En ese sentido, es seco, pero no olvidemos que el perro Argos no es una persona, sino un perro.


El escritor ha inventado un perro protagonista de sus microrrelatos, un perro pensado a partir de sus ideas de cómo podría ser el perro protagonista de sus microrrelatos y para ello ha usado su experiencia perruna, que no es poca, más allá de ciertas bromas o gracias que podrían figurar a continuación.


Hasta donde se sabe el perro Argos sólo se enamoró una vez. Fue una época de equívocos, porque con su comportamiento humano contribuyó a que la chica, que era dependienta en una tienda de modas, echase por alto su reputación. Aquí podría ponerse ahora una enseñanza o conclusión, pero ni al perro ni a su novia les valdría de nada, sólo satisfaría al lector.


Al otro lado de la muerte el escritor Borges tuvo un desacuerdo con el perro Argos. Como en casi todas las disputas pretendidamente intelectuales el componente principal eran los celos y antipatía personales. Borges odiaba a los perros lazarillos y por extensión a los perros en general. Prefería a María Kodama. El perro Argos hacía muchos chistes sobre Borges sin referirse directamente a él. En un sueño el escritor y el perro se encontraron por fin y mantuvieron un breve diálogo.
-Usted odia a los perros.
-Usted odia a Borges.
Lo cual demuestra que el combate quedó en tablas.


El escritor de estos microrrelatos a veces se queda mirando a un perro flaco como si mirándolo pudiera saber cosas sobre él. Lo que ha averiguado sobre el perro Argos ha sido sobre la marcha, conforme escribía, así que habrá incurrido en errores, imprecisiones y otras faltas más graves.

El cuadro es de Lucian Freud

lunes, 10 de octubre de 2011

Nocturno


Anoche no podía dormir, así que bajé a la calle a fumarme un cigarrillo mientras daba un paseo. Bajo una farola encontré a un hombre tomando una copa de champán. Y caro, me dijo.
-Yo no puedo dormir.
-Tómese usted una copita conmigo.
-No sé, no entraba en mis planes beber esta noche, le dije.
-Vamos, hombre, anímese, se volverá a la cama de buen humor.
-¿Por qué brindamos?
-Por la suerte, contestó.
-Ea, por la suerte.
-Gracias por acompañarme, me quería tomar la última y todos mis amigos han desertado.
-Gracias a usted, pero empiezo a sentirme cansado, creo que volveré a la cama a ver si soy capaz de coger el sueño.
Esta mañana he visto al pie del contenedor de vidrio la botella de la que anoche me escanció el hombre que bebía solo. Ha sido algo irresistible, un impulso que no he controlado. La he cogido por el cuello y me he echado al coleto las últimas gotas. Un vecino se ha asustado al ver que me relamía como un gato. Luego me he acercado al paso de cebra donde mis hijos me esperaban para cruzar camino del colegio. Y nada más. La mañana no ha sido mala. A lo que le temo es a dar vueltas en la cama en mitad de la noche.

La fotografía es de Kim Ji Hae

miércoles, 5 de octubre de 2011

Nunca se sabe


Me levanto, siempre en este pueblecito tranquilo, sosegado, y lleno un vaso de agua, que me gustaría arrojar por la ventana para escándalo de mi perro, tranquilo, paciente, pero como no me atrevo, glugluglú. Quizás dibuje algo en un papel y lo recorte. Sí: un pájaro o un pez, que me atrevo a pegar en el frigorífico. En el ascensor ya me han pillado haciendo muecas delante del espejo. Me he defendido ante mis vecinos, irónicos, tranquilos, simulando que me estudiaba las ojeras, o bien las orejas, sus pelos. A veces fantaseo con que la policía inicia una investigación. Sobre mí. Habrá motivos, digo yo. Un informe de mi comportamiento, tranquilo, sosegado, paciente. Me pregunto: por qué salto, si no tengo obstáculos por delante. Los vecinos declaran: parecía alguien muy normal, quizás un poco reservado, pero un chico como todos los de su edad. Cómo íbamos a pensar algo así. En un calabozo, con las esposas puestas y esa barba de criminal, con todo perdido. Nunca se sabe. En este pueblecito. Me acabo de levantar y he llenado un vaso de agua.

La fotografía es de Marc Dubord

jueves, 29 de septiembre de 2011

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 9


Mi marido está ahí, detrás de la piedra de granito, en una hornacina. He venido a contarle mi proyecto.
-Ernesto, estoy escribiendo una novela sobre mí. Hoy voy a hablar de ti. Esta chica que me acompaña se llama Palmira, ¿es guapa, verdad?


La mujer de la foto es la misma que aparece en la portada de la novela

martes, 27 de septiembre de 2011

La memoria del gintonic, cita 8


La novelita está llena de anécdotas particulares transfiguradas, citas más o menos secretas, referencias y divertimentos personales.

El siguiente párrafo es la adaptación de los primeros versos de un poema de la griega Safo que ya en su día hizo suyos el poeta latino Catulo:



"Ha venido el chico al que le encargo muchos más congelados de los que puedo consumir. Le digo a Palmira que se los lleve a su casa. El chico, que se me asemeja a Apolo, frenta a mí, con la caja de productos en el suelo, me va pasando las bolsas y yo las voy metiendo en el frigorífico. Palmira está advertida. No debe ayudarme. El chico sonríe y me aconseja sacar las pizzas, que no me gustan y nunca como, de la caja para que abulten menos."


Safo:

"Me parece que es igual a los dioses
el hombre que se sienta junto a ti
y desde tan cerca te oye hablar dulcemente
y sonreír de esa manera tan seductora."


Catulo:

"Que es igual a los dioses me parece aquel
(y que supera a los dioses, si es lícito)
que sentado frente a ti, sin cesar
observa y escucha como ríes con dulzor;
lo que me arrebata los sentidos, mísero:"



El mocetón de la foto es Yul Brynner