jueves, 26 de mayo de 2016

Pornografía


Desde chiquito tengo ruedas en el lugar de las piernas. No está mal tener ruedas, pero es mejor tener piernas, como todo el mundo. Si me paro a pensar, quizás a mí me hubiesen tocado unas piernas, si todo el mundo tuviese ruedas. En ese caso desearía las ruedas, que es justo lo que tengo. En resumen: estoy jodido.
Había que inflar las ruedas y había que engrasar los ejes. Además no iban solas. Tenía que empujarlas con la fuerza de mis brazos. De ahí que los tenga tan fuertes y musculosos. Como los pectorales. Si las personas empezaran de cintura para arriba, yo sería un hermoso ejemplar de persona. Guapo, además. Pero las personas también van de cintura hacia abajo. Y ahí es donde yo ya no he sido yo, sino ese chico pegado a unos hierros, a unas ruedas. Un ser extraño, híbrido. Como un centauro. Lástima que hoy casi nadie sepa nada de mitología.
Moverse por la ciudad en silla de ruedas es una aventura complicada. Nunca hay suficiente espacio para pasar y todas las puertas son estrechas. No obstante, de la calle he hecho mi reino. Me he ganado la vida vendiendo lotería. Mi vista está llena de cinturas. Por ellas reconozco a las mujeres antes de elevar los ojos hacia la cara. A los hombres, según el tipo de hebilla que lleven en el cinturón.
Cuando era un muchacho unos monitores me arrastraron a un equipo de baloncesto. Pero a mí lo que de verdad me gustaba en aquella época era el cine. Así que no tardé mucho en decirle a mi entrenador que me importaba poco si la pelota pasaba o no por el aro. Me hice socio de un videoclub. Me gustaban todos los géneros y a veces, sobre todo los fines de semana, alquilaba las películas por lotes. De este modo di en una ocasión con una película diferente, entre una serie de títulos del oeste. La cinta iba dentro de una carátula errónea. Aproveché la circunstancia y dije que la había perdido. Pagué la multa y me la quedé. Llegué a verla incontables veces. Mientras me empujaba sobre la silla de ruedas con la única fuerza de mis brazos, recitaba los diálogos de aquella película, que tenía memorizada desde la primera hasta la última secuencia o plano. Había dos chicas, dos amigas, que en los primeros minutos del metraje ya habían seducido al muchacho en el estudio de la que era artista, pintora. Hablaban con un gemido provocador, insinuante, antinatural. Con inflexiones y tonos que me erizaban la piel y me provocaban una erección permanente. Después de usarlo como pincel y consolador, o como el pincel-consolador, la pintora lo invitaba a la clausura de su exposición en una importante galería. Donde seguramente todos acabaremos follando con todos, dijo.
El caso es que yo subía una empinada cuesta y mascullaba el diálogo entre la pintora y su amiga, con esos hipidos en la inflexión, que insinuaban una calentura constante:
–¿Crees que querrá venir el martes?
Y la otra, o sea, yo mismo, en su remedo, me decía:
–No lo sé, supongo que sí.
Y me sentía como Ulises pasando por delante de las sirenas, seducido por su canto, atado al mástil. De hecho, el muchacho, que había sido recogido a las puertas de un instituto por las dos pervertidas mujeres para ser usado como modelo, en la exposición, ese martes de cierre, le diría a la artista:
–Me gusta mucho tu pintura, creo que es enormemente plástica.
Y a mí, como a él, no sólo me temblaba la voz, sino también la barbilla. Pero mis escenas favoritas eran aquellas en las que el chico, en pie, ya se había hecho dueño de las situaciones y en medio del estudio de la pintora, con las piernas abiertas y un enorme bulto apretado en el pantalón, miraba hacia la cámara como un coloso, y traspasaba todas las barreras de la inercia y el vacío, hasta llegar al espectador, al mirón, yo mismo.
Con el mando a distancia rebobinaba hacia delante y hacia atrás para ver cómo se erguía y se presentaba desafiante. Luego, cuando la chica, la pintora, se arrodillaba ante él y le bajaba los pantalones, o la otra, la amiga, se ofrecía desde atrás, subiéndose las faldas, yo cumplía con mi deber manual. Finalmente le daba a Pause y congelaba la imagen del video con el chico despatarrado.
El chico me miraba y yo estaba pegado a la silla, a las ruedas, con los pantalones bajados, hechos un nudo entre mis muslos blandos, blanquecinos y escuálidos. Yo, igualmente lo miraba a él, sostenido por dos fuertes pilares, piernas de Hércules hundidas en el amasijo de ropa que le trababa los pies de un modo ridículo. Un hombre entero y un hombre por la mitad, frente a frente, asomados desde dos dimensiones distintas.
Escribí a la productora. Les envié una fotografía, pero no les dije nada más. No tardaron en llamarme. Les interesaban las caras nuevas.
–¿Y las ideas nuevas, os interesan? –les pregunté.
–Eso menos –me contestaron.
En el porno, como en el resto de los géneros, impera la inercia. Me costó, pero los convencí. Me contrataron para una película. Mi papel era el de un malvado resentido que se quería follar a la hija del presidente y a partir de ahí dominar el mundo. Pero el resultado comercial no fue el esperado y en ese momento acabó mi carrera como estrella discapacitada del porno. Y como guionista.
A veces voy a un cine del centro. Pago la entrada y me tengo que quedar en el pasillo. Pero ya no es lo mismo que en los 80. Ya no quedan salas X. Y las echo en falta. En su turbia oscuridad aquellos seres del desahucio amoroso, exiliados de la composición erótica, componíamos un bestiario muy escogido de las maravillas mitológicas.
Había un hombre perfecto de cintura hacia abajo, con el que me entendía muy bien. Me gustaba abrirle la hebilla de su cinturón con los dientes. El jamás se agachaba, erguido en la oscuridad de la sala. La altura a la que quedaba mi boca era la perfecta. La hidrocefalia le había estado ensanchando los rasgos del rostro, le había abierto la narices y por ellas resoplaba como un búfalo, cuando el placer de su carne y el de los seres del celuloide coincidían.
Lo que tiene la calle es que se ve a mucha gente. Muchas caras, muchas cinturas, muchas hebillas. Y algunas acaban por repetirse. Aunque sea sólo en un par de ocasiones, se quedan grabadas en el cerebro. La primera vez le ofrecí lotería. Yo en mi silla de ruedas, él en su coche. Casi a la misma altura. Me quedé mirándolo porque no me lo podía creer. Lo reconocí. Era el chico de la película. El mismo. No me cupo duda. Como a mí, le habían pasado unos cuantos años por encima. Intentando triturarlo. Sentí una emoción muy intensa que me sobrecogió. Y pasé los meses siguientes sin poder conciliar el sueño.
Ya pensaba que había desaprovechado de un modo ridículo la oportunidad de haberle hablado. Ya, que todo había sido un error de percepción. Un lapsus imaginativo, un desliz sentimental que me había llevado a confundir a cualquiera con aquel mito de mi juventud. Fueron transcurriendo los meses y pasaron algunos años más. El pozo del olvido se lo fue tragando todo. Ni siquiera podía estar seguro de que el encuentro hubiese tenido lugar, independientemente de la identidad de aquel hombre. Acababa de estrenar una silla con motor. El tipo tenía una hebilla reluciente con motivos vaqueros. Entendí que había pasado por momentos mejores, pero que no estaba dispuesto a renunciar a las señas de identidad de su elegancia. La abrí con los dientes. Me apliqué, pero el tipo no soltó ni un gemido, nada.
No era mi costumbre mirar hacia arriba, a la cara, pero esta vez lo hice. El tipo estaba muy tranquilo y yo sabía que su mutismo no era hostil.
–Eres tú –le dije.
Se me presentaba una segunda oportunidad.
–¿Me conoces?
–Te reconozco. De joven me sabía de memoria los diálogos de tus películas, sobre todo de una.
–Hice muchas, pero todas eran iguales, ¿cómo se titulaba?
En ese momento se me soltó la lengua y empecé uno de aquellos diálogos excitantes por el tono hueco, vacío, y ambiguo, de todo lo que decían:
–¿Tú? ¿Por qué tú? Podría ser yo –le dije.
–Seguid, seguid, soy un hombre muy liberal.
Y luego, ya en plena faena:
–Desde luego, eres un cachondo. Acércate, ven con nosotras.
El tipo no daba crédito a lo que le estaba ocurriendo. El lisiado que se la chupaba se conocía de memoria todo su repertorio. Al cabo del tiempo a mí también me cuesta creer que eso me haya ocurrido. Pero me he llevado las manos a la cintura en un movimiento involuntario. Acabo de tocar la hebilla. La que el tipo me regaló.

Este relato apareció en el número 10 de la revista Narrativas (Julio-Setiembre de 2008) dedicado al erotismo. Aquí el número compelto.

martes, 10 de mayo de 2016

La magia de los días. Entrevistas breves con lectoras sugestivas. Sergio Verdugo






Sergio Verdugo, 52 años, nací en Alfarnate, me crié en La Luz y vivo en Torremolinos, casado y con una hija, me gusta el tenis y el Barsa, el cine sin efectos especiales (El Padrino es ciencia), leo novela tipo Noah Gordon, John Grisham y ahora Antonio Báez, visito el Museo del Prado cada vez que puedo y me gusta pasear por el centro de Madrid (yo también busqué el kilómetro cero), ver un musical o un concierto con mi mujer y mi hija. Recargo pilas cuando estoy con mis hermanos y mis amigos, soy trabajador autónomo y por lo tanto ADN sin baja médica en treinta años.


Hola, Sergio, tú y yo nos conocemos desde hace casi cuarenta años, fuimos juntos al colegio y creo que tienes algunos recuerdos de aquella época en clase...

Tengo muy buenos recuerdos, cómo olvidar un examen de recuperación en sexto de EGB que tú me lo hiciste con mi nombre, yo solo tuve que pasar por tu lado y presentarlo, y además saqué un sobresaliente, yo sabía que tú no fallarías con el libro por delante.


Vives y trabajas en Torremolinos, donde tienes una tienda de souvenirs. Te he visto tratar al público con una guasa que es muy propia de Málaga. El otro día estuve allí y unos turistas preguntaron si bordabas el nombre en las gorras. Tú les dijiste que sí, que costaba 6 euros, pero que si el nombre era muy feo costaba 7. Luego fuimos al chino de al lado y nos regaló una bolsa de tangas donde me bordaste la leyenda de La magia de los días. ¿Siempre te lo pasas así de bien trabajando?

Intento atender a la gente lo mejor que puedo, el ambiente lo requiere, son turistas y están de vacaciones, me da coraje no entenderme con gente que te quiere hablar y no los entiendes, luego a los cinco minutos entran dos vascos o dos catalanes hablando en su euskera y piensas por qué cojones no hay un idioma universal. Conoces gente que te toca la fibra, el otro día pregunté a un cliente de Gibraltar que cómo era una zona de La Línea a la que mi hija tiene que ir una semana a un curso de inglés y se empeñó en darme su móvil por si tuviera algún problema. También pasó hace poco la presidenta de la Junta de Andalucía, estuve un buen rato hablando con ella. Enriquece mucho la gran variedad de gente que pasa por mi tienda.

¿Qué piensas de un tipo como Adán que no se interesa por trabajar ni prosperar?

Adán es un luchador que va sobreviviendo según le van viniendo las cosas sin importarle más que el día a día, y en parte tiene razón porque el ayer ya no existe y el mañana aún no ha llegado.

Cuando salíamos e íbamos a alguna discoteca de Torremolinos te recuerdo como un caballero con las chavalas, yo tenía otro modo de comportarme, ¿tienes alguna imagen al respecto?

Tengo la imagen y los recuerdos de reírnos mucho, de reírnos de no ligar, pero al ver a algún conocido, al igual que Adán fingía, cuando iba a la entrevista con Paco Tierra para alquilar el piso, concentrando todas sus armas en la expresión del rostro, te recuerdo exactamente igual, decir todo lo que habíamos ligado y lo que habíamos dejado de ligar porque no dábamos abasto, y reírnos del que se lo había creído y de pensar a quién le contaría nuestra trola y estar luego toda la semana riéndonos cada vez que lo pensábamos y si alguno ligaba también nos reíamos de él.

Has leído el libro y ahora creo que quieres recuperar el dinero que te costó devolviéndolo a la librería. ¿Por qué no se lo regalas a alguien, cabrón?

Yo creo que debería ser información reservada si yo voy a devolver un libro a una librería, pero la chica ya la vi yo muy borde cuando no me lo ha querido devolver, porque según ella, y palabras textuales, “no devolvemos libros dedicados”, le insistí en que algún Sergio podría comprarlo, pero ya vi yo que aquello no prosperaría. Ahora de ahí a que te llame para decírtelo lo veo una falta de respeto. Catorce euros a la mierda.

Cuando íbamos a la playa decías que mi cuerpo era como el de tu padre, pero yo siempre fui más guapo que tú. Ahora tú tomas una pastilla para la tensión y yo para el colesterol. ¿Eso es que estamos jodidos?

Estamos en lo mejor de la vida, tenemos una edad, pero somos jóvenes si miramos lo que nos queda por delante. Hemos aprendido a darle importancia a lo que realmente vale la pena, a ver las cosas de una manera más tranquila y con más claridad, a no cabrearnos por cualquier tontería, a valorar lo que tenemos. A mí el hecho de que pasaras el otro día por Torremolinos y me llamaras para tomar un café conmigo tiene más importancia que muchas otras cosas, y si al final de la semana me paro a pensar lo bueno y lo malo de esos días, el café contigo es de las cosas que más aprecio.

Tu padre y el mío son amigos y pasan mucho tiempo en el barrio en torno a un árbol charlando con otros jubilados. Me gustaría escribir sobre eso. ¿Qué diferencia principal crees que hay entre la vida que ellos han llevado y las nuestras?

Ellos han pasado mucho a lo largo de su vida, a mi padre lo echaron a la calle con ocho años con mi abuela y mis tíos. Él era el mayor de los hermanos y, huérfano de padre, tuvo que buscar casa. Después pasó diez años de emigrante en Suiza y Francia y toda la vida preocupado por sus hijos. Nosotros no podemos ni compararnos en ese sentido, siempre hemos tenido el apoyo y la seguridad que ellos no tenían. Además los dos comparten la desgracia más grande que pueda tener un ser humano, la pérdida de un hijo. Ahora a sus ochenta y tantos siguen preocupados por sus nietos. Yo creo que la preocupación por nuestro futuro ha sido el centro de sus vidas y nosotros ese tema lo llevamos de otra manera. Yo he disfrutado el ver crecer a mi hija más que mi padre de sus hijos.

¿Te vas a comprar los otros libros que he publicado o vas a seguir esperando que alguna vez te los lleve por la patilla?


Voy a comprar ahora “La memoria del gintonic”, pero ese no me lo dediques, te lo agradezco. Quería ver cuantas excusas eras capaz de poner para no regalármelo, “es que voy de paso” , “es que como hemos quedado a comer para no llevarlo encima todo el día”, “es que…” en fin, lo compraré.


¿Le recomendarías a tu hija la lectura de La magia de los días?

Hombre, simplemente la duda me ofende, me considero tu amigo y por supuesto que no. Ella te tiene por un escritor serio y prefiero que siga teniendo esa imagen, prefiero que no se entere cómo se las gastaba el Perico.

Torremolinos es una ciudad en la que seguro que pasan muchas cosas dignas de figurar en una novela, cuéntame alguna.


Si yo te contara llenarías tres libros pero que recuerde a bote pronto, un gitano limpiabotas y analfabeto que cada vez que habla es pura sabiduría, frases como “si te ven con un mangante tú eres otro mangante”, “hay quien ve que no comes y te quita la cuchara”, o “porque tengas cuatro duros te crees tener a Dios cogido por los huevos”, te dejan pensando un rato. Luego mi amigo Manolo que a sus 85 años, tiene teorías muy personales de muchos temas, por ejemplo, dice que la sanidad no mejora porque todos los médicos son del PP y van en contra de la junta, y te argumenta que los padres son de izquierdas, se han sacrificado mucho para que sus hijos puedan estudiar y ahora que son médicos, los ziosputas son de derechas. Por último mi amigo Jose es el mejor camarero que yo haya visto jamás, es un poco Adán y ha dado muchos tumbos, ahora vive en Barcelona y no pasa un día que no me salude por wasap. En la mejor actuación que yo le he visto se presentó un grupo de ocho guiris buscando el famoso tablao flamenco Pepe López y él con un arte que no se puede describir, les contestó: “¿Pepe López? ¡Pepe López soy yo!” Y subiendo los brazos y taconeando en el suelo les bailó y los sentó en una mesa con ocho sangrías de litro.

Un abrazo, Sergio.

Te quiero Báez.

martes, 3 de mayo de 2016

La magia de los días. Entrevistas breves con lectoras sugestivas. Pepe Narbona








JoseMNarbona, recién nacido o amnésico: mi recuerdo más lejano es de cuando el librero me engañó. Iba a comprar ‘Cincuenta sombras de Grey’ y cuando llegué a casa me encuentro con ‘La magia de los días’ de (José) Antonio Báez. Quizás esa fue la magia de aquel día, que te cambien un libro por otro y ni te enteres: ‘Çiñoagüé’ (para saber más de esta palabra se puede acudir a internet, que todo lo sabe), dijo el librero, el prestidigitador de los libros.
De profesión, tirar palante y de aficiones contarle cosas al ordenador y que me saquen a pasear, a veces mi mujer (y mi hijo) y habitualmente la Bruja, esa perrita que también y tan bien hace magia.


Pepe, tú yo fuimos juntos al instituto, así que durante la adolescencia y primera juventud compartimos muchas cosas, como fiestas, salidas, barrio, etc... Supongo que en el libro habrás reconocido ciertas situaciones o personajes. ¿Recuerdas aquel tiempo de forma parecida a la mía o tienes otra percepción?


Tengo hermosos recuerdos de aquella época (emborrados por la presencia continua de un tío que me estafó en la compra de unos libros). Las fiestas, las salidas, el barrio, nuestro lugar de reunión en torno al asador de pollos… En el relato del capitán Trueno he visto reflejada nuestra juventud. Las veces que le dio al ‘Juanca’ por Neil Diamond y la zarzuela y por las fotos y por la música y por el perro que se compró. La peluquería de su madre la recuerdo, pero yo no tenía esos sueños con las clientas. Recuerdo los días en el instituto, en el que entramos siendo niños y salimos siendo hombrecitos. Las veces que, sin ningún éxito, intentábamos ligar. Las playas en verano… Tengo infinidad de recuerdos, todos ellos magníficos. Y me acuerdo de tantas chicas que me gustaron en el instituto. Y tantas cosas más.
 
Tengo una deuda grande contigo, porque cuando estábamos en COU yo te compraba libros de una colección de quiosco titulada Obras Maestras de la Literatura Contemporánea. Hace poco, para hacer sitio en mi casa, me deshice de la mayoría, que me han acompañado durante más de 25 años. Ahí leí por ejemplo A sangre fría, Lolita, La peste o Viaje al fin de la noche. Me alegro de que me timaras...

No fue un timo. Y si lo fue, yo fui la víctima. Tú elegiste lo mejor de la colección a un precio muy inferior al que me había costado a mí. Esos títulos forman parte de la Historia de la Literatura. Hay mucha gente que escribe y mucha gente que escribe bien, y que escriben buenos libros, pero no todos van a ocupar un lugar en la Historia de la Literatura, pero las que has nombrado sí. Algunos de esas obras (que no tenías ni puta idea que se hubieran escrito y no conocías siquiera el nombre de los autores) están universalmente reconocidas. Si no hubiera sido por mí no habrías pasado más páginas en tu vida que las de las revistas para adultos. Me debes tus inicios en la literatura, me debes parte de tus libros, me debes tus aficiones, me debes tu interés por los libros, me debes dinero, me debes parte de tus recuerdos, me debes que te ayudara a tener una mejor adolescencia, que te sacara a pasear cuando nadie quería saber nada de ti. Y también una comilona. Y eres un desagradecido que dices que fuiste timado…

¿Cuáles son tus autores favoritos?

Yo soy de Gabriel García Márquez, de Pablo Neruda y, especialmente, de Borges. Nadie me gusta más que Borges, al que releo con asiduidad. Tengo sus obras completas (eso dice el título de los cuatro tomos). Por otra parte, aunque parezca contradictorio después de lo que he dicho, yo no soy de autores, soy de novelas, de obras. Mis gustos son amplios, pero abandono rápidamente muchas novelas que no me enganchan. Últimamente la novela ha cambiado, hay mucha gente que escribe una novela muy buena, pero la segunda baja de calidad y la tercera, con la que ponen fin a su carrera, mejor ni leerla. Me gusta la novela histórica, las novelas que me aportan algo, Coelho también me ha aportado cosas. Me gustan las novelas de suecos que están de moda y que escriben sobre detectives, porque son amenas: leídas y olvidadas, pero las de Millennium me gustaron mucho y las he releído. Leí varias de Matilde Asensi, de Pérez Reverte, de Isabel Allende. Ahora recuerdo que mis primeras lecturas fueron de Enid Blyton (los cinco) y Karl May, unas novelas del oeste que mi madre compró en el Círculo de Lectores y que me entusiasmaban y que leí varias veces. Ahora con internet puedes leer muchas cosas, muchas novelas. He leído de mucha gente, decir autores favoritos, es difícil. Recientemente he leído tres de Khaled Hosseini, que creo que es afgano, pero no puedo decir que sea un autor favorito. De Ken Follet me gustan sus obras, aunque creo que éste debe ser un negrero y tener un montón de negros escribiendo para él. Estos autores que escriben anualmente libros de mil páginas seguro que no trabajan solos. Pero me gustan sus obras. Hablar de escritores y obras puede llevar días, considerarlos favoritos es otra cuestión. Poe, Juan Rulfo, Pío Baroja… ¡yo que sé! Vaya preguntas que haces.

Tienes algún libro publicado en Amazon y tienes intención de publicar una novela. ¿Cuáles son los asuntos sobre los que te interesa escribir?

He publicado un par de cuentos para niños. Están en Amazon. Son de un búho despistado que es detective y que resuelve los asuntos de aquella manera. Son interactivos y el pequeño lector puede decidir algunos aspectos sobre el desarrollo del cuento. Me gusta escribir cuentos para los más pequeños (tengo escritos varios), porque ahí dejo volar mi imaginación. Por otra parte, casi con toda seguridad voy a publicar una novela ‘Para Elisa’. Seguramente la presentación será en este mes de mayo. En ellas se reflejan muchas de mis cuestiones acerca de la vida. Es una historia compleja, un tanto densa y, aunque la he aligerado (por recomendación de mis lectoras-asesoras), al final no he recortado lo suficiente, de acuerdo con sus opiniones, pero no quería ‘mutilar’ mi novela. Una de las cosas que me gusta de ‘La magia de los días’ es que es ligera, amena en su lectura. Creo que ‘Para Elisa’, en cambio, requiere una lectura lenta, y no sé si los posibles lectores estarán dispuestos a ello o terminarán echando la novela a la chimenea, que seguro que arde bien. Recientemente, porque así me lo han recomendado, para estar un poco en las redes, por si alguien que lee alguna cosita mía quiere conocer algo más acerca de mí, he iniciado un blog en el que voy a ir insertando un libro de relatos que tengo escrito “Çiñoagüé” y una serie de “Personajes que surgieron del teclado”. El blog se llama josemnarbona.blogspot.com.es. Por esa misma razón, también me he dado de alta en Twiter. Yo hasta hace poco era ajeno a las redes sociales.

¿Qué es lo que menos te ha gustado de La magia de los días?


Me ha gustado mucho, en general. Quizás me descuadra (o me desconcierta) el nombre de Esperanza Aguirre del personaje del último capítulo. Lo mismo tienes razones que desconozco para usar ese nombre. Me gusta que se lee rápido y me encanta el personaje de Adán, porque me gustan los personajes peripatéticos y las situaciones hasta cierto punto absurdas de las novelas.

Pepe, me has leído porque somos amigos, pero de no serlo, ¿hubieras comprado un libro de un fulano que no tiene marca de reconocimiento?

No. Definitiva y desgraciadamente no. Tradicionalmente se ha leído lo que dicen las tres o cuatro editoriales que manejan el cotarro. Recuerdo que hace varios meses leí en un periódico de tirada nacional la relación de los mejores libros de 2015 (los que ellos decían que eran los mejores). Casi todos estaban editados por su grupo editorial, lo que deja en entredicho la imparcialidad del informe o del periodista. Luego, estos premios literarios, que sirven para vender muchos libros y que a veces le dan uno de los premios a algún famoso que no es ni escritor, lo que termina por desprestigiar al propio premio. Yo antes compraba los libros premiados, pero luego dejé de hacerlo, porque dejó de ser una garantía de buen libro. A veces me sentía estafado. El lector cree que elige, pero es todo lo contrario. El lector nunca elige lo que va a leer. Lee lo que los editores quieren que lea. De todas maneras, las pequeñas editoriales, que necesitan gente nueva para competir contra los monstruos, el ebook e internet, han abierto mucho las posibilidades de leer. Ahora te puedes descargar gratuitamente (por desgracia, pero, al mismo tiempo, por fortuna para los escritores) un montón de libros que antes ni se te ocurría comprar y lo mismo alguien se descarga tu libro, lo recomienda y el boca a boca te puede dar la posibilidad de que una editorial más fuerte te haga algún contratillo y te ponga tu nuevo libro en un montón de librerías (aunque no es fácil que esto ocurra). Entonces, el monstruo pasa a ser el hada madrina.


No sé si le recomendarías la novela a tu hijo, por ejemplo. Creo que nuestros hijos van a tener una percepción diferente de su pasado. Nuestra vida tenía muchas más limitaciones que la suya. ¿Qué piensas?

Mi hijo no es de mucho leer. Yo he escrito un montón de cosas y no le ha dado siquiera por preguntar ni por el título de la obra. Pero sí se lo voy a recomendar a lectores (lectoras, mejor dicho) que devoran libros. Voy a recomendar que se compre en la biblioteca de la Agencia Tributaria (no sé si me harán caso).
En lo que respecta a las limitaciones del pasado no estoy de acuerdo contigo. En nuestra juventud no había limitaciones, había lo que había y con eso nos apañábamos. No había internet y qué. No había móviles y qué. ¿Alguna vez los echaste en falta? No estábamos continuamente localizados y qué. Las cosas son distintas, han cambiado. Ahora resultaría difícil volver al pasado y renunciar a muchas de las cosas que tenemos, pero el futuro será igual, con cosas nuevas que ahora no tenemos, pero que no por ello creo que debamos hablar de limitaciones.


No te he sacado todavía en ninguna historia, pero si lo hiciera podría coger alguna anécdota interesante que compartimos y luego retorcería el asunto a mi conveniencia, ¿te importaría?

No. Todo lo contrario, me acuerdo cuando me abandonaste en un bar de Granada sin pagar. Eso fue una putada, propia de ti. Y sí me has sacado: una noche nos ‘robaron’ dos o tres o cinco duros en el parque de la plaza de la Luz y a eso sí haces referencia por ahí. Tengo muchos recuerdos, un día nos reunimos y hablamos de nuestra juventud y sacas todas las notas que consideres.

Cuando lees un libro, ¿te gusta identificarte con algún personaje? ¿qué opinas de Adán?

No me identifico con ningún personaje del libro. Creo que tampoco te identifico a ti con ninguno. En lo que respecta a Adán es un pedazo de personaje, pero eso es mérito del autor. Quizás no me cuadra que siendo tuerto no llame más la atención. Al Adán de las Escrituras le sacaron una costilla y a éste un ojo y le cortan un dedo, se ve que el nombre va asociado a mutilaciones. Tener un solo ojo no suele pasar desapercibido y puede suponer un rechazo a la hora de mantener relaciones. En la novela no parece que a las mujeres con las que se relaciona Adán pongan muchos reparos. En todo caso, me alegro por Adán. No le van bien las cosas, pero al menos que folle con diversas mujeres, que es lo único positivo que le pasa. A mí, personalmente, si el parche va a juego con las enaguas o con el picardías, pos palante. A mí siempre me puso Ana Bolena, pues tenía mucho de misteriosa y creo que me quedará la duda de saber qué se escondía tras el parche.

Durante mucho tiempo no nos hemos visto, lo típico de que la vida te lleva por caminos diferentes, sin embargo he tenido una foto de grupo en la que tú salías en el salón de mi casa. Normalmente la gente tiene a sus familiares. Yo tenía a un grupo que parecía de quinquis, aunque éramos de los niños buenos del barrio..., de los que salimos adelante, ya que allí cayó mucha gente en la droga y había mucha extorsión, atracos, etc. ¿Qué me dices?

Dios, el azar, el destino, la casualidad, las circunstancias, o lo que sea gobiernan nuestra vida, todos los detalles, hasta la mínima cosa de nuestra vida. Sea lo que sea, es absolutamente injusto, prevaricador (toma decisiones injustas a sabiendas de que lo son, pues no nos trata a todos de la misma manera, que sería lo justo). Por qué hay personas con distintas fortunas, por qué unos van por un camino y otros por otro, por qué unos viven cien años y otros apenas viven tres. Por qué a unos la vida les concede todo (lo material) y otros el único derecho que tienen es a morir (de momento, que lo mismo cualquier día también lo limitan). ¿Quién decide todo esto? Un día pasas por la calle y se cae una maceta que te puede caer sobre la cabeza o a medio metro. La diferencia entre ambas circunstancias son importantes (no sé si la percibes, pero es así). También es importante la diferencia de si esa maceta cae sobre tu cabeza o sobre la cabeza de una persona que te importa, o si cae sobre la cabeza de un desconocido. Lo primero marca tu vida, lo segundo te es intrascendente.
Por otra parte, yo nunca me sentí inseguro en el barrio ni era consciente de que hubiera tanta droga o delincuencia. El barrio de la  Luz es un barrio muy grande y hay zonas mejores y peores. Creo que en mi zona había mejor ambiente que en la tuya. La sensación que yo tenía es que era un barrio de gente trabajadora. Nosotros éramos hijos de trabajadores y sabíamos cuáles eran nuestras obligaciones y las asumimos: estudiar e intentar salir adelante. Todos vamos buscando las personas con las que encontramos más afinidad y así se forman los grupos. Yo no pertenezco a un grupo en el que no estoy a gusto, lo mismo que tú y que nadie. Yo no estoy a gusto con gente que hace cosas que no me agradan y me aparto de ellos (ellos también me apartan a mí, pues no tengo espacio en esos círculos). Muchos de esos que van por ahí con sus malos (apreciación absolutamente subjetiva) rollos seguramente no estarían a gusto en un grupo en el que uno te vende un libro y luego te somete a un interrogatorio como si fuera un delincuente.

 
Un abrazo, Pepe.


Un beso, Báez.