jueves, 27 de octubre de 2011

La señorita Bayer




En casa siempre tuvimos lectores y lectoras, puesto que éramos al tiempo que muy miopes grandes aficionados a las bellas letras. En cuanto al dinero, en fin, eso nunca fue un problema. A mi madre le leía un chico de Murcia, le parecía que con su peculiar acento Proust le pasaba mejor, eso decía ella, me pasa mejor. A mi padre le leía una chica muy tímida a la que nunca le oíamos la voz. ¿No será muda tu lectora?, le preguntaba mamá con una sorna muy civilizada, flemática. A mí me gustaba que me leyese la señorita Bayer porque dejaba que mis ojos y mi imaginación resbalasen por su escote alabastrino. Los lectores y las lectoras entraban y salían de casa continuamente y se cruzaban en las escaleras, de modo que sucedió que el chico de Murcia se enamoró de la lectora tímida. Viniendo a casa para leerles a mamá y a papá comenzaron a entenderse a escondidas. Primero en los cafés, a la hora de la merienda, luego en hoteles baratos a la misma hora. Un buen día alguien los encontró juntos y lo contó en casa, donde todos somos muy tradicionales, así que se convocó a la pareja y se le pidieron explicaciones.
-Nos hemos enamorado, dijo ella, a la que hasta entonces no le habíamos oído el tono de voz.
No hubo más, pasaron unos instantes en los que nadie supo qué decir y de repente mi padre reaccionó.
-Pues si es el amor qué le vamos a hacer, contra el amor no se puede luchar, sería de locos enfrentarse a él, pero comprenderéis que en ese caso no podéis seguir con nosotros. Os deseamos mucha suerte.
-Señor, dijo el chico de Murcia, con su peculiar acento, necesitamos el trabajo. Ahora más que nunca. Estamos esperando un bebé.
Pero en asuntos de honor mi padre era inflexible.
-Imposible, dijo tajante.
Y luego añadió que no obstante escribiría unas cartas de recomendación.
-Se lo agradecemos de corazón, dijo el lector.
Nunca más volví a verlos. La señorita Bayer llegó a un acuerdo con mis padres y se vino a casa como interna a leernos a los tres. A mí mientras leía me consentía que perdiese la mano dentro de su escote.

3 comentarios:

Lansky dijo...

la señorita Bayer, a pesar de su nombre de aspirina, me puede leer lo que quiera

Anónimo dijo...

Eres un aprendiz de escritor que intenta, intenta, intenta...
y no lo consigue.

Lansky dijo...

pues anda que el anónimo...ni eso