jueves, 25 de diciembre de 2008

Mensaje navideño con dicción borbónica



El buen soldado Svejk por Josef Lada

Me parece a mí que en Navidad hay un estado de sugestión colectiva, como puede ocurrir en los partidos de fútbol o en ciertas manifestaciones de muchedumbres. Por la ventana he visto pasar un ciclista pertrechado de todos sus avíos y con un gorro de Papá Noel. Enfrente tengo una ventana de la que cuelgan unas escaleras por las que suben en inestable escalada 4 pequeños papanoeles. Si miro hacia mi interior veo sobre la tele un arbolito cargado de regalos y un muñeco de nieve con el omnipresente traje rojo. Está claro que al llenar las calles de luces y soniquetes más o menos repetitivos y ridículos lo que queremos es que la magia inunde nuestras vidas. Lo que yo no sé, y ahí viene el aguafiestas, es si ése es el mejor modo de hacerlo. Una magia tan orquestada, promocionada y uniforme siempre descontenta a los descontentos. Sólo ilusiona a los ilusionados. En Navidad todos hacemos grandes esfuerzos por ser mejores, hasta los malos tienen sus mejores deseos en Navidad. Yo mismo, sin ir más lejos, para qué buscar ejemplos por ahí. Hay quienes no tienen dudas nunca, ni en Navidad ni el resto del año. Se aplican entonces a los villancicos con un frenesí envidiable, pero odioso. Le dan a la zambomba con un método tan excluyente en su efusividad que sólo consiguen que los demás se depriman. Hay quienes en Navidad se sienten como esas flores agostadas por un sol terrible e inclemente. La mayoría intenta bandearse entre una orilla y la otra. Como equilibristas en una cuerda floja. Así más o menos veo yo la puta navidad, como casi todo, una compleja trama de deseos y realidades, en las que las personas que se quieren se comunican con señales de humo. Desde la distancia, a pesar de la proximidad, o a pesar de la distancia.

El mismo día de Navidad por la mañana salí a la fría y húmeda calle de cierta ciudad pétrea, después de pasar dos noches ingresado en un hospital. La sensación de libertad me hizo imaginar la que pueda sentir el preso cuando es liberado. Nada. Qué maravilla de nada. Todo por delante para ser mirado, las calles para caminarlas. Con las manos vacías. Fue un momento único e irrepetible de esta navidad, proporcionado por unos ataques de dolor en el estómago, que me llevaron a urgencias dos noches consecutivas. Supongo que como tenían camas vacías y les venía bien un cliente, con el que cobrarle al seguro una variada gama de pruebas clínicas, me invitaron a pasar con ellos un par de noches. Ahora tengo la tranquilidad de no padecer otra cosa que una gastritis aguda y reflujo desde el duodeno.
-Descartada cualquier cosa maligna, me dijo el apuesto doctor.
-Una úlcera, vaticinó incomprensiblemente la doctora, a falta de la gastroscopia.
Yo estaba feliz con mi úlcera, claro, porque no era nada maligno. Hasta que finalmente ni siquiera eso. Nada es tan grave como parece. Aunque he visto que en ocasiones es mucho más de lo que se cree. A lo que iba: salí a la calle solo, como en una de esas escenas de película. En chándal, con barba, abrigado y con el botellín de agua en la mano. En casa me esperaban recién levantados ella y mis hijos. Me tomé unos minutos para reconocer la ciudad desde esa perspectiva, y sobre todo, para que la ciudad me reconociese a mí. Hubo una vez que sí pasé la nochebuena en un hospital, pero el ingresado era mi hermano, que no sobrevivió más allá de 4 meses. Yo sí puedo contar todas las majaderías que se me ocurran. Con una gastritis cualquiera. A ver con una leucemia cabrona qué se puede hacer. Claro que hay quien escribe un libro describiendo cómo se puede superar el cáncer. Esos tienen suerte. Navidad, Navidad, dulce Navidad.

Mi primo tuvo tanta suerte que le cortaron el brazo hasta el codo y ahora ya no le molestan con eso de ir a la guerra. No se trata de un primo mio, es el de alguien que aparece en la muy cómica, cínica y descacharrante novela “Las aventuras del buen soldado Svejk”, de Jaroslav Hasek con las casi más divertidas ilustraciones de Josef Lada (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2008), traducida por primera vez directamente desde el checo, tomaco de casi 800 páginas, para corregir mi gusto por los libros cortos. Sólo llevo 178 páginas, suficientes para saber que estoy de su parte, de esa imbecilidad tragicómica necesaria para la supervivencia. Prefiero pedirle a Papá Noel que el cretinismo navideño no nos empañe el espejo donde contemplarnos tan felizmente idiotas como siempre. Y a los Reyes ella sabe mucho mejor que yo qué ponerles en la carta.
Y como muestra un botón: el mismo día que me dejaron libre con mi gastritis deambulante, para celebrar que el mal al fin y al cabo no era tan malo, me tomé un vino con patatas a la brava, lo que me pusieron por delante, en una soleada plaza de la hermosa ciudad pétrea. Pero yo ya sabía que el fortísimo dolor que me sobrevino a las pocas horas, perforándome de parte a parte, no era nada que no se quitase con las cápsulas que llevaba en los bolsillos. Que se joda la Navidad y ese puto tarado recién nacido, entre una vaca y un buey, que alimenta los sueños inocentes de mis dos tiernas criaturas.
Con mis mejores deseos, felicidades a mis lectores, y a los demás, pero por ese orden, de todo corazón.

2 comentarios:

Joselu dijo...

Yo que he sufrido de úlcera de duodeno durante veinte años,que fue tratada al final con antibióticos, puedo entrar en la situación del post. Además que acabo de leer Las aventuras del buen soldado Svejk que me convencieron mientras Svejk fue el protagonista de la historia. Llega un momento en que se dispersa en otros varios personajes y se me hizo enojosa. En todo caso no acaba la historia porque Hasek no la terminó. Murió antes de acabarla. Me ha gustado tu historia. La patología de los enfermos de estómago es compleja y delirante. Uf.

leo dijo...

Felices Fiestas, Hdb.
Y ojo con el fistro diodenar.