Estar en los márgenes de la literatura tiene algunas ventajas y unos pocos inconvenientes. Luego hay también ventajas-inconvenientes. Entre estos últimos está que el escritor esquinado conoce de una forma u otra a casi todos sus lectores: familiares, amigos, parientes de familiares y amigos, amigos de amigos y familiares, conocidos, conocidos, familiares y amigos de los conocidos, contactos internautas, amigos internautas, contactos de los amigos internautas, familiares y amigos de los contactos internautas, etcétera. Pocas veces el escritor de las filas de atrás consigue un lector anónimo, un lector simplemente curioso, que merodea por la librería, entre otras cosas porque muchas veces, la mayoría, el libro del escritor periférico no está en la librería. Y que estuviese tampoco garantizaría nada. Es una evidente ventaja conocer a casi todos tus lectores, por supuesto, ya que te van a ir aportando muchísima información sobre el trabajo que les has ofrecido, pero no deja de ser una limitación también. ¿La escritura?, ¿el escritor?, necesitan de ese lector desvinculado, anónimo e indiferente. No obstante, me siento contento, qué digo, no contento, sino más que contento, con mis lectores amigos, conocidos, familiares, etcétera. Y nunca se sabe, puede que en un rincón perdido de alguna parte haya uno de esos lectores anónimos, o dos, o tres, o una docena. Me gustaría, lo confieso abiertamente, conquistar unos cientos. Pero ninguno, también es verdad, debido a su carácter anónimo, será nunca tan importante para mí como algunos lectores conocidos.
La memoria del gintonic ha tenido varios primeros lectores, a todos los cuales les debo mucho, porque han sido conmigo más que generosos.
Cristina Cerrada y
Leonor Sánchez fueron las primeras y la primera de las primeras fue la primera, acabando convertidas ambas en personajes de la obra, en diálogo con su protagonista, autoras además de unas palabras impagables que encabezan el texto.
Alena Collar ha sido la primera lectora del libro impreso, o por lo menos la primera lectora que ha manifestado opinión sobre el mismo en ese aparente espacio de todos que es el virtual, de nuevo con prodigalidad. Pero me voy a referir muy especialmente a otro primer lector no anónimo de la novelita,
Antonio Senciales Pastor, que la leyó con mucha paciencia y disciplina cuando la fui publicando por entregas en este blog, hará un par de años, bajo el título de La novela de Eulogia.
Antonio Senciales es un viejo amigo ya, a pesar de que nunca nos hemos visto personalmente. Mantenemos contacto virtual desde hace, creo, un lustro, y siempre se ha ocupado de mi trabajo con gran atención y cuidado, con comentarios estimulantes y observaciones precisas, sobre las que uno a veces puede descansar de la solitaria e inquietante labor de inventar historias.
Antonio Senciales acaba de sacar un tomito considerable, de más de trescientas páginas, titulado
Buscando cinco pies al gato, en el que recoge sus trabajos publicados en
Narrador.es y en su blog personal
Hablemos de literatura y...., donde se ocupa con gracia, documentación y gran agudeza de libros, escritores, reconocidos y periféricos, ciudades, bibliotecas y un otros asuntos, como el uso de la coma o los consejos de los escritores para contar una historia.
Antonio Senciales fue el primero de los primeros en armar una reseña sobre
La memoria del gintonic, que aparece en ese
Buscando cinco pies al gato. Y desde luego fue hasta su primer maquetador, ya que por su cuenta y riesgo confeccionó una portada con la que el texto se identificaba excelentemente.
A todos mis primeros lectores de los primeros muchísimas gracias, y al lector anónimo, muchísimas más.
El cuadro que ilustra es de Pablo Gallo y se titulado Lector ensimismado