domingo, 15 de enero de 2012
Algo huele a podrido en Dinamarca: mi fiestón y casos de la crítica literaria
La fotografía es de Juan Yanes
Hace tiempo, demasiado, hice una fiesta. La mejor fiesta a la que había ido en su vida mucha de la gente que fue a mi fiesta. Fue un fiestón. La mejor fiesta a la que he ido en mi vida. Hubo mucho alcohol, mucha música, muchísima gente muy heterogénea, de muy diversas edades y pelaje, comida suficiente y duró hasta altas horas de la madrugada. Ningún vecino se quejó del ruido que armábamos, y lo armamos. Hubo borracheras, conatos de pelea, exhibición de desnudos, idilios, caídas, bailes exóticos, lágrimas y risas. Vino gente disfrazada, porque a muchos les dije que era una fiesta de disfraces, a otros les concreté que sobre los años 70 y a otros se me olvidó mencionarles ese detalle. Así nos encontramos allí con Tintín, por ejemplo, al lado de un jeque árabe, entre un grupo que componía a los integrantes de Boney M y tipos escurridizos que se habían maqueado de sábado a ver si esa noche pillaban. Cuando todo el mundo se marchó y quedamos eso que se llama los “íntimos” y contemplé el estado en que había quedado mi casa me vine abajo y arropado por el alcohol y mis amigos me deshice en llanto: había goterones de sangre en las paredes, el suelo tenía una pasta pegajosa a la que te adherías y la estantería que había soportado el equipo de música no caía de puro milagro, pues estaba vencida por una esquina. Lo que dije arriba sin la más mínima gota de ironía: una gran fiesta que todavía se recuerda. Al día siguiente después de limpiar, la casa era como uno más de nosotros, convalecía del pasote que nos habíamos pegado. A los pocos días nos marchamos de viaje y estuvimos fuera otros tantos. En otras fiestas, porque aquella fue una época de fiestas. Cuando por fin regresamos y abrimos la puerta un insoportable hedor nos golpeó en la cara. ¡Qué pestazo! ¡Dios mío! ¿Qué era aquello y de dónde procedía? ¿Habría entrado algún animal, se habría muerto allí y se estaba descomponiendo? Por ninguna parte aparecía nada, pero por mucho que ventilábamos el olor no se iba. Finalmente en el cuarto de baño abrí la tapa del recogedor de agua de un lavamanos antiguo que usábamos de adorno, y un líquido espeso y pestilente se meció bajo mis narices, provocándome grandes arcadas. Todavía pasaron varios días hasta que cualquier resto odorífero desapareció. Todo olía a podrido. Pero esa fue la mejor fiesta a la que yo y muchos de los que fueron a ella fuimos en nuestra vida. Tiempo después concluimos que un tipo, no pudiendo aguantarse, usó el recogedor de agua como orinal, mientras el váter lo usaba otra persona. Ya lo decía Horacio, el mejor amigo de Hamlet: “Algo huele a podrido en Dinamarca”.
El pasado jueves 12 de Enero Fernando Valls en su blog La nave de los locos publicó una encuesta sobre los mejores libros de narrativa española (novela, cuento y microrrelato), escritos en castellano y publicados durante el 2011. Para ello se dirigió a quince críticos profesionales que él consideraba independientes, bien informados y con una dilatada trayectoria, de los cuales tres no le respondieron. Hagamos un somero análisis de los resultados, teniendo en cuenta lo siguiente: aquí no somos críticos profesionales, la independencia que manejamos es la que nos da el teclado del ordenador y la posibilidad de publicar lo que escribimos en este blog por medio de un sencillo clic, por otra parte la información que tenemos se limita al interés por el asunto literario desde el tendido de la lectura (muy de refilón la escritura) y nuestra trayectoria se recoge en el archivo de este blog, ahí abajo, desde el 2007. Pues bien, después de repasar los resultados, no nos quedó más remedio que hacer el siguiente comentario en ese magnífico blog, que es punto de referencia y encuentro de escritores y lectores:
“De los libros citados sólo he leído Las cuatro esquinas, de Manuel Longares, El vigilante del fiordo, de Fernando Aramburu y Vidas prometidas, de Guillermo Busutil, así que sólo puedo opinar desde ese sesgo: el libro de Longares me pareció sobresaliente (http://cuentosdebarro.blogspot.com/2011/08/las-cuatro-esquias-de-manuel-longares.html); el libro de Fernando Aramburu, que es un excelente escritor y me interesa muchísimo, me pareció que no estaba a la altura conseguida por ejemplo con Los peces de la amargura y que era muy desigual, sin embargo aparece en la lista de cinco críticos; en cuanto al libro de Guillermo Busutil, mencionado por dos críticos, me deja perplejo: es un libro muy limitado en su alcance, tanto estilística como temáticamente, así que no me queda más remedio que poner en duda los criterios de estos críticos, que no han encontrado nada mejor entre sus lecturas: o leyeron poco o el año pasado fue un desastre”
O sea, que los críticos a veces son perezosos: lo más fácil es citar a un escritor de reconocido prestigio como Fernando Aramburu. Pero lo realmente grave es que se incluya en esa lista a un autor que a todas luces no lo merece, sólo porque él dirige la revista literaria Mercurio y de vez en cuando les encarga a quienes lo citan artículos para ella, que suponemos de pago.
Etiquetas: Relatos, Comentarios
Que cada palo sostenga su vela
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Excelente.
Lo de los críticos da no solo grima sino asquito. Lo que dicen de los articulos de pago es tan conocido que parece obviarse.
Y cuando se hace crítica "al márgen" resulta que eres "borde" o no existes claro; "no estás en el CirculodelosImportantes".
En fin. Cada vez tengo mas definido la cosa de los críticos litearios y sus amigos:" Navajerismo provinciano".
Y ahora, que me maten un poco...
Estyop de acuerdo contigo y con Alena, lo trsite claro es que las palabras de esos críticos se publican en medios con difusión y son tenidas en cuenta. Las nuestras se las lleva el viento, pero al menos antes las leen unos pocos.
Un abrazo
Publicar un comentario