Hace ya unos meses intenté subirme a un avión con un explosivo camuflado como mermelada. Me confiscaron los cuatro botes y una vez en el avión decidí que aplazaba su secuestro para otra ocasión. Por fin ésta llegó el viernes pasado. Pasé un alambre en forma de percha y las instrucciones bajadas de internet para convertirlo en un arma convincente. Una parte importante de mi mundo fantasioso se gestó con el personaje de McGuiver, que era capaz de transformar un clip en una llave maestra. Sin embargo, de nuevo fracasé. Me tocó ir en el asiento de enmedio, y en el del pasillo una de esas ancianas francesas hincó la frente sobre sus rodillas y no fui capaz de saltarla por encima e ir a buscar la percha, con la que pretendía desviar el vuelo a un lugar quizás más exótico que los castizos madriles, adonde, si nadie lo remediaba, me dirigía para asistir a una boda.
Las medidas de seguridad para acceder a los aeropuertos no son capaces de intimidar a los terroristas buenos como yo. Me paso los vuelos imaginando distintas formas de dirigirme a mis compañeros de pasaje para anunciarles que mejor que el destino al que nos dirigimos sería, por ejemplo, aterrizar en Atenas. En fin que llegué con mi señora a Barajas. Si soy bueno no es por otra cosa que porque el 90% de lo que pienso no lo practico. La bondad en mi caso es una elección, que, por otra parte, no sé si va a durar mucho.
He dicho mi señora porque ya tengo edad para ello. Lo que no tengo es cabeza para tener una señora. Bueno, sea como sea, ella y yo cogimos el metro y llegamos adonde teníamos que llegar para cambiarnos de ropa. Yo me puse un traje negro y adopté perfil de enterrador, de asesino eficaz. Ella se puso uno de esos vestidos globo, que luego camufló bajo un abrigo. En la recepción parecían estar acostumbrados a todo, así que nadie se sorprendió por nuestras pintas. Fuimos a comer a una de esas tabernas en las que siempre hay oreja y torreznos. Y después ya casi que era la hora. Teníamos que llegar a la iglesia de San Antonio de la Florida. Por el camino mi señora, digo, ella, y yo nos preguntábamos si veríamos las pinturas de Goya.
El metro es un lugar en el que un terrorista bueno lo primero que hace es comprobar si las papeleras han sido selladas. Luego estudia con disimulo la disposición de las cámaras de seguridad. En el metro, ella y yo. A mi señora le prestaron un abrigo de otra época. Para cuando hacía más frío en Madrid. Así que se echó a sudar en el metro. Ella porque tenía calor y yo porque, aunque sea bueno, los terroristas siempre sudamos en las ratoneras.
La celebración fue en un hotel con un portero vestido de lacayo del 19. Es de agradecer encontrar de vez en cuando manifestaciones así de elocuentes de lo que significan las categorías. Lo refuerzan a uno en ese mundo interior de absoluto terrorista. Ni bueno ni malo.
Muchas amigas de la novia eran azafatas y estaban muy buenas, así que el terrorista bueno se reconcilió con el mundo y sus disparidades, diferencias y desigualdades. Le ayudó además el whisky.
De vuelta al albergue, donde ella y yo compartíamos habitación con cuatro muchachos ahippiados, nos reímos un buen rato de todo y de todos. Pero sobre todo de nuestros aspectos, a la par que nos encontrábamos muy guapos y muy buenos, ella como ella y yo como terrorista.
Las pinturas de Goya representan el milagro de San Antonio de Padua, en el que el santo resucita a un muerto en Lisboa. Alrededor de este motivo una serie de personajes de la época con trazos más o menos gruesos, muchos abocetados: le gente corriente y moliente, los tipos de la calle. De ese modo, ir a Madrid volvió a ser un curioso placer. La cola para comprar lotería en Doña Manolita tenía una cuantas decenas de metros. Al lado, en la casa del libro, dí con otra historia que seguramente no leeré nunca: Manual del perfecto terrorista de Mathias Enard. Sonreí con suficiencia.
7 comentarios:
Yo en el metro de Madrid ya no sé si convertirme en terrorista bueno o en usuario malo. Dan ganas de sabotear las escasas escaleras que funcionan...
Y sí, un grupo de buenas azafatas pueden ser una magnífica solución en algunos momentos de esos.
Besitos/azos.
Jajajajjajaja.
¡Buen lunes! Y Buena suerte...
Ja, ja, veo que tu visita a MAdrid dio mucho de sí. Os imagino a los dos sudando en el metro.
Un abrazo
Menudo collage. Un viaje, una boda, tabernas, fiestas de postín, diseños de Ágatha Ruiz de la Prada, Goya, bombas, malas intenciones, albergues juveniles, libros no leídos...
Qué derroche.
En efecto, toda una exxxperiencia.
Ir a madrid siempre es un placer.
Si me encuentro contigo algún día en un vagón del metro de Madrid espero cogerte en uno de esos momentos tontos en los que decides ser terrorista bueno. Entonces, al verte sudar junto a ella, te reconoceré y puede que entonces decidamos seguir siendo buenos y que todo siga igual... pero puede que decidarmos no serlo y que sea el momento de la revolución del metro...
Venga, a por la proxima entrada!
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