sábado, 11 de diciembre de 2010

El comercial


Desde que puse de nuevo los pies en la ciudad, empezó a lanzarme sus afilados dardos. Cada parque, cada calle oscura y solitaria, que buscaba en la memoria de aquel tiempo en el que había vivido en ella, cuando era joven y pensaba en lo nuevo que era el mundo, abrían en mi corazón, percudido por las rutinas, una brecha finísma por la que se me escapaba un hilo de vida. Supe enseguida que si no me marchaba pronto perdería allí el resto, como tantas sombras que encontré. Sin embargo, no estaba dispuesto a abandonarla por las buenas. Era necesario algún imperativo externo que me maracase el camino de la supervivencia. Llegó el punto en el que, en el fondo, de lo que se trataba es de que se produjese un milagro; por ejemplo, que un ángel me anunciara una dicha o una desgracia definitiva. En términos más mecanicistas mi cerebro se tendría que cortocuircuitar para la salvación. Mi cuerpo tenía tentaciones muy atractivas para hundirse en la hermosura de una profunda tristeza, que era lección del tiempo. Recogí las reliquias de mi futuro. A partir de ahora ya sabes adónde va todo. No te podrás librar de ese pesar. Los espejos, comprendí. En los espejos se guarda lo que se pierde. El día de la partida vi pasar toda la ciudad, todo su tiempo, por delante de la ventanilla del autobús. En otra parte comencé a añorar lo que había sido y también lo que no. Para entretenerme había elegido una ocupación que me llevaba de un lado a otro. Me acercaba a los comerciantes con una sonrisa y extendía ante ellos un muestrario con el género. Señalaban sus preferencias o las de sus clientes y yo anotaba el pedido en un albarán. Todo tenía, así, un aspecto sencillo, aburrido y llevadero.

1 comentario:

Unknown dijo...

Homesickness
¡qué nostálgico!