domingo, 17 de junio de 2012

Soy profesor de enseñanza secundaria






Soy profesor de enseñanza secundaria en un instituto público. Soy sospechoso por tanto. En primer lugar de trabajar poco. Y después de no ser solidario con el resto del país cuando está sufriendo el azote en unas circunstancias de crisis impensables hace muy pocos años, muy pocos meses, incluso muy pocos días. Creo en la enseñanza pública por principios, por ideología o por politización, me da igual. Me he pasado la vida estudiando. Tuve que sacar una carrera, más fácil o más difícil, eso habría que verlo. Tuve que aprobar unas oposiciones. Más fáciles o más difíciles, allí estaban para todos. Y luego seguí estudiando, ya sin la presión del resultado. Quizás no sea cierto: más que estudiar, después empecé a aprender. Me gusta mi oficio, nunca he querido dedicarme a otra cosa, aunque también es verdad que podría vivir sin trabajar. Pero mis padres sólo me dejaron en herencia las oportunidades de la educación. Para ellos ser una persona instruida era lo más importante, quizás por pobres. No entendían muy bien lo que el niño estudiaba, pero lo dejaban tranquilo con sus estudios. Si mañana me tocase mucho dinero en la lotería tened por seguro que dejaba mi trabajo. No vivo para trabajar. Vivo para vivir. Pero tengo dignidad y orgullo profesionales. Me preocupo por mis alumnos, me gusta enseñarles la materia que imparto, pero me gusta mucho más intentar transmitirles amor y pasión por el conocimiento, por el estudio y por los valores que transmite la cultura. A veces lo haré mejor y otras peor, a veces acertaré y otras fallaré. Pero a nadie le consiento que menosprecie mi trabajo. Tengo la suerte de impartir una materia optativa que generalmente cuenta con un número muy razonable de alumnos. La dinámica de trabajo es muy participativa y me permite llegar a conocerlos y valorarlos en lo que cada uno puede ofrecer de bueno. Esto lo saben bien todos los profesores y todas las autoridades educativas: a menos alumnos por clase, mejor aprendizaje. Una de las peores consecuencias de los recortes será el aumento del número de alumnos por clase. Evidentemente me opongo a que me sigan recortando el sueldo. Trabajo por dinero, ¿no lo dije?, mientras enseño por placer, al tiempo que aprendo. Me lo paso como Dios en una clase llena de pardillos. Mis alumnos me mantienen al día, me ponen en contacto con el mundo. Me recuerdan quien fui y me hacen vigilar lo que no quiero ser. No quiero ser quien se conforma en un mundo injusto y arrogante que se desentiende del placer, de la belleza y de la felicidad. Mientras tanto pago mis impuestos, consumo, sostengo una hipoteca, intento en definitiva mantener el tipo como ciudadano, pero que las apariencias no os lleven a error. Hay en mis venas gotas de sangre jacobina. O como dijo Alaska, que no me toquen a la travesti que llevo dentro.

3 comentarios:

Iván Teruel dijo...

Extraordinario alegato, Antonio. Lo suscribo palabra por palabra, punto por punto y silencio por silencio. Como colega de profesión no he podido evitar sentirme absolutamente identificado con todo lo que dices. Con tu permiso lo comparto en facebook.

Encantado de pasar por aquí. No es la primera vez, aunque sí la primera que dejo un comentario.

Un saludo afectuoso.

Anónimo dijo...

Precioso! :)

faber est suae quisque fortunae
Que las Moiras te sean propicias

Besos

Lansky dijo...

"Mis alumnos me mantienen al día, me ponen en contacto con el mundo. Me recuerdan quien fui y me hacen vigilar lo que no quiero ser"

Querer lo que se tiene es mayor garantía de sosiego, sino felicidad, que tener lo que se quiere (condicia)

Un abarzo, campeón