domingo, 11 de diciembre de 2016

El hijo de la estrella






Yo era un chico imberbe todavía cuando aquella mujer me asaltó por la calle, me dio unos abrazos y unos cuantos besos y me dijo que había estado casada con mi padre. Qué gran hombre tu padre, me dijo, qué recuerdos más maravillosos tengo, eres igual que él, las chicas te van a rifar. Luego vino la otra mujer, la que la arrancó del abrazo con que me sujetaba y le dijo, deja al muchacho tranquilo, ¿no ves que lo avergüenzas?, y se la llevó. Me pareció evidente que la mujer estaba desquiciada. Llegué a casa y fui a buscar a mi padre, que en ese momento estaba entretenido en una tarea muy delicada, no recuerdo si limpiaba las armas de su colección u ordenaba los volúmenes de su biblioteca. Cómo estás, me preguntó. Bien, papá. No le dije nada del episodio que acababa de vivir en la calle, pero durante unos segundos lo observé con curiosidad. Mi padre era, como todo el mundo sabe, un hombre fornido y atractivo, que le debía su gloria a un personaje de ficción interpretado con enorme solvencia. Quizás aquella mujer tenía razón y había estado casada con mi padre. Después de que mi padre y mi madre se separasen hubo un par de matrimonios más. Muchas veces me he detenido a pensar en aquel episodio, ¿quién era aquella mujer? No volví a verla, pero me di cuenta con el tiempo de que me hubiera gustado hablar con ella, era evidente que me había reconocido. He conocido a todas las mujeres con las que mi padre ha estado casado, antes y después de mi madre, y ninguna ha despertado en mí el interés y la curiosidad que siento por aquella mujer que me habló en mitad de la calle menos de un minuto. Dale un beso, me dijo, cuando su amiga ya la arrastraba hacia la playa. El caso es que sobre mi padre ya se han escrito unos cuantos libros y en ninguno de ellos se habla de una desconocida con la que pudo haber estado casado, lo que no quiere decir que ello no haya sido posible. Paseo mucho por la playa el cáncer de hígado que me va a matar y ahí es donde pienso y pienso, y pienso, luego, ya saben, existo. Creemos que conocemos a nuestros seres más queridos y eso, muchas veces, no es verdad, no tenemos ni idea. Mi padre contaba sus anécdotas a la hora de comer, cuando venían sus amigos a tomar una copa, siempre que alguien lo quisiese escuchar. Sus admiradoras le escribían y le pedían fotos firmadas y prendas de ropa para satisfacción de sus fetichismos, también le pedían matrimonio y otras extravagancias que yo no lograba cazar, pero que más tarde fui averiguando. La carrera cinematográfica de mi padre estuvo obviamente limitada, porque si bien tenía enormes virtudes atléticas y natatorias, en lo que se refiere a la actuación estaba mucho más limitado, de modo que con el tiempo, cuando su carrera empezó a declinar, acabó entrando en el mundo de los negocios. Un buen día alguien me asaltó por la calle, tu padre es un pedazo de hijo de puta enorme, como la copa de un pino, un cabronazo, dijo, sin que yo supiera todavía a qué carta apostar, si era bueno o malo lo que iba a decirme. Hasta que terminó la frase. Uno de los problemas de imagen de mi padre fue siempre la papada, esta misma, la misma papada familiar que ya tuvo mi abuelo y que yo mismo le he dejado en herencia a mi hijo. La frase venía a decir que mi padre le había hecho ganar un montón de pasta alicatando piscinas. Por lo que yo sé las piscinas casi arruinan a mi familia, así que me alegro de que alguien ganase dinero con aquel proyecto. También hubo un tipo que escribió un cuento sobre mi padre, una cosa absurda de un tío que iba de chalet en chalet por una urbanización, bañándose en todas las piscinas hasta llegar a la suya. Mi padre pensó que si se hacía la película lo llamarían a él, pero no fue así, le dieron el papel a otro, que no quiero mencionar aquí para no darle más publicidad. Seguramente todos conoceréis de sobra la marca de mi padre, su grito, a veces si tenía invitados y se lo pedían emitía aquella mezcla de chillido humano mezclado con aullido de hiena, rasgar de violín y el gruñir de los camellos. El grito de papá producía una gran satisfacción en todos menos en mí. A mí me avergonzaba. Me avergonzaba, luego existía. Ningún placer me pareció nunca una prueba de existencia tan rotunda como cualquier nimia contrariedad. En el colegio acabaron enterándose de quién era hijo y de repente me hice muy popular. Lo invitaron a dar una charla y aceptó. Al final le pidieron que lanzara su grito y lo hizo. Cuando mis padres se divorciaron sentí alivio. Mamá y yo nos mudamos y durante bastante tiempo mantuvimos el anonimato en una ciudad provinciana y tranquila, donde me enamoré de una chica con la que me acabé casando. Conforme me pasaron los años el parecido con mi padre fue creciendo y uno de mis mayores temores era que alguien me relacionara con él, que había pasado de ser una gran estrella a verse relegado a producciones en las que se evidenciaban todas sus carencias interpretativas, para finalmente dar palos de ciego en unos cuantos negocios ruinosos. Yo mismo no entendía muy bien cuál era el verdadero motivo que me hacía sentir aquel desapego hacia mi padre, que sin ser el padre perfecto siempre que había encontrado oportunidad había sido bueno y cariñoso conmigo. Mi madre había intentado por todos los medios que entre nosotros hubiese una relación cordial, pero después de que se separaron yo adopté una actitud huidiza. Si ponían alguna de sus películas por la televisión, yo pretextaba cualquier excusa para no verla con mi mujer y mis hijos. Mi padre nos visitó un par de veces y fue obsequioso con mis hijos, nada que reprocharle. En una de ellas antes de marcharse me tendió la mano y dijo algo que no entendí. Doy por hecho, mientras existo en el paseo que doy pensando por la playa en este relato de un desconocido, que nos deseaba a mí y a mi familia lo mejor.

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