martes, 11 de abril de 2017
Manual de jardinería (para gente sin jardín). Entrevista a Daniel Monedero.
Hola, Daniel, después de leer tu libro he de decirte que me he llevado una impresión general muy buena de tus relatos; algunos me han gustado mucho. Voy a plantearte algunas peguntas en relación al libro y sobre el espacio del cuento en general.
Mi cuento favorito es el que le da título al volumen “Manual de jardinería”, donde un adolescente negro con sobrepeso se cree la reencarnación de Wislawa Szymborska y se propone escribir un poema más, lo que le lleva de viaje desde Nueva York a Cracovia; ¿cómo llegas a ese argumento que me parece envidiable y cómo te planteas su escritura, llena de humor y ternura?
La verdad es que es el cuento que más han destacado los lectores y sobre el que más me han preguntado. Tampoco es casualidad que sea el que titula el libro. Incluso algunos me han seducido para que lo convierta en una novela corta o algo así, aunque de momento no lo veo muy claro. Lo cierto es que uno no sabe a ciencia cierta cómo llega a ciertas ideas. De pronto aparecen. Quizá la confluencia de vivencias y lecturas hace que uno llegue a algunas de esas ideas singulares. Después de mucho trabajo, claro. Por otro lado, la inspiración como concepto está muy devaluada, pero algo de eso también debe seguir existiendo. Yo solo recuerdo que un día, como por arte de magia, me senté a escribir y apareció esto: “Un joven de Queens cree que es la reencarnación de Wislawa Szymborska". A partir de esa semilla llena de sugerencia y misterio, comencé a tirar del hilo del personaje y nació el cuento que dio título al libro. Por un lado es un cuento sobre la identidad y por otro sobre la vocación literaria. Pero considero que tiene muchas lecturas y eso es lo que le hace interesante par los lectores. Respecto al estilo, mi apuesta formal siempre parte de una voz potente, de cierta “música”, y de un lenguaje muy plástico. Además, en este caso, mezclé de forma un poco intuitiva al principio, y más consciente después, a un narrador omnisciente con la propia voz del protagonista, formando por momentos una amalgama indistinguible entre una y lo otra. Creo que eso ayuda a esa sensación de cercanía y ternura, con lo narrado.
Respecto a cómo me planteo mi escritura, pues lo hago de un modo muy intuitivo, me dejo llevar por la escritura sin demasiado plan previo y una vez que tengo un primer borrador más o menos claro, ya le voy dando forma, puliendo la arquitectura y el estilo del relato. Digamos que me encuentro muchas cosas en el camino, en el propio proceso de la escritura, cosas valiosas que no sería capaz de sacar desde la reflexión o la proyección de un relato con un planteamiento más meditado y racional. Lo más interesante de mis cuentos creo que siempre lo encuentro en el fragor de la escritura.
Y lo del humor. Es un humor un poco singular. Parte un poco de cierta sensación de absurdo y de lo ridículo que es en ocasiones nuestra vida y la de los otros. Un lector de mi libro me dijo que leyendo el libro a veces se reía donde pensaba que tenía que llorar y viceversa. Me gustó eso. También le sucede a un personaje del que se habla en un relato. Está claro que el humor es una forma de sobrevivir a la adversidad y al desierto de lo cotidiano. El otro modo, es la poesía. Los dos están presentes en el libro. Humor y poesía.
En un momento dado ese adolescente, después de un reciclaje autodidacta, piensa que las personas no se diferencian tanto por sus valores o por su sistema filosófico como por su forma de poner las comas. Estoy totalmente de acuerdo con él y algo muy parecido le digo yo siempre a mis alumnos; ¿escribir es en ocasiones decidir dónde pones las comas?
Así es. Escribir es tomar decisiones todo el tiempo. Qué pongo, qué quito, qué añado. Comas, puntos, palabras, personajes. Escribir es acotar y concretar. Yo soy un indeciso patológico en la vida, pero no en la escritura. Tengo más decisión poniendo comas que viviendo, creo. Por otro lado, lo que quería expresar con esa frase es que un modo de escribir determinado también es una forma de pensar determinada. Y es también una declaración de intenciones sobre mi propia propuesta literaria, claro. Para mí, forma y fondo son exactamente lo mismo. O como decía Wallace Stevens: “Un cambio de estilo es un cambio de tema”.
He encontrado en un par de relatos el tema de la mutilación o la amputación real o fotográfica, que me parece una muy buena metáfora de todas las ausencias y limitaciones con las que hay que vivir y ello lo desarrollas con humor más que con morbosidad. ¿Siempre buscas la ligereza?
Para comenzar, como dices, en mi libro el tema de la mutilación es tratado como una metáfora que se puede leer de diferentes modos, que hace referencias a los huecos y a las ausencias, pero nunca es mi intención tratarlo de modo morboso. Bajo mi punto de vista si uno trata un tema escabroso es preferible no subrayarlo en exceso. No estoy muy a favor de los subrayados excesivos, ni de querer impactar al lector de modo burdo. Prefiero otros tonos más sugerentes. Más que nada, porque no “me creo” a mí mismo como escritor en otros registros. Mi mirada está más entre lo poético y lo humorístico. Ahí es donde me muevo con más comodidad y donde me siento más natural, creíble y auténtico.
“Vivir es un rato y da risa.”, dices muy acertada y escuetamente en Llamadme Mississippi, un relato que particularmente no me convence, en el que Huck Finn, a las puertas de la muerte, evoca su amistad con Tom Sawyer, antes de integrase o desintegrarse en el río; “ser joven, como supimos después, es exagerar sin tregua y tener derecho a ello.”, en Último verano en Seattle, un relato que me ha gustado mucho, sobre la decepciones de la madurez: “la madurez es una mentira atómica y consensuada”. Me parecen muy buenos ciertos párrafos que tienden a la sentencia o al aforismo, llenos de ingenio, pero si te soy sincero hay otros momentos en los que se producen deslices hacia la facilidad complaciente, en un modo a lo Sabina: “Él nunca había estado con una mujer con el pelo tan corto y las piernas tan largas.” ¿Son las virtudes de un escritor sus principales defectos (y hablo en general, no solo al hilo de lo que he expuesto anteriormente)?
Para comenzar te diría que uno tampoco puede mantener el mismo nivel de “intensidad" literaria todo el tiempo. Sería agotador para el lector. Además, la frase que señalas del relato “Sylvia & Ted” la dice un personaje, no yo. Habrá que pedirle cuentas a él y no a mí, je. En serio, se trata de cuento en el que se respiran ciertas referencias a un tipo de cine y de música (aunque no precisamente la de Sabina que señalas está entre mis influencias, je), y ahí enmarco yo esa frase. En segundo lugar, es sorprendente la variedad de opiniones que uno encuentra al respecto de las frases y los cuentos del libro. Hay algunos lectores que me han señalado “Llamadme Mississippi”, el que tú dices que no te acaba de convencer, como su relato favorito del libro. En tercer lugar, no hay duda de que mi planteamiento en cuanto a estilo tiene en ocasiones ese gusto por la sentencia o la frase que se te queda clavada, aforística. Y a veces la diferencia entre una frase simplemente “ingeniosa” y un verdadero “hallazgo” literario en cuanto a su expresión y a su contenido, es delgada. Y uno siempre da en la diana. En ni propuesta, como comentaba antes, tiene mucha importancia una apuesta por la inventiva verbal y plástica. Y en esa apuesta uno corre sus riesgos, claro, y a veces ahí estarán mis virtudes y mis defectos. Pero no hay que olvidar lo que decía Antonio Machado por boca de Juan de Mairena: “No os empeñéis en corregirlo todo. Tened un poco el valor de vuestros defectos. Porque hay defectos que son olvidos, negligencias, pequeños errores fáciles de enmendar y deben enmendarse; otros son limitaciones, imposibilidades de ir más allá y que la vanidad os llevará a ocultarlos y eso es peor que jactarse de ellos”.
¿Quiénes son tus autores favoritos?
Ahora mismo los tres que tengo entre manos. Julio Ramón Ribeyro, del que he leído recientemente: “La tentación del fracaso”, todo un monumento literario imprescindible. Fernando Pessoa, del que he releído: “El libro del desasosiego” y que siempre tengo a mano. Y Salinger, otro maestro, del que estoy leyendo: “Franny y Zooey”. Dentro de un mes serán otros, por eso no voy a dar una larga lista grabada en piedra. Sé que no es algo habitual en los escritores, que normalmente tienen claros sus “Olimpos” literarios, pero yo soy un lector infiel y caprichoso, y mis preferencias, o mi pódium de escritores va cambiando según el momento, los años o mi estado de ánimo. Y ahora estoy leyendo muchos diarios y poemas. Mañana no sé.
Eloy Tizón ha acuñado recientemente el término postcuento y te menciona como autor practicante de una nueva forma de narrar. ¿Crees que hay una nueva forma de narrar y si así es desde cuándo?
Eloy ha hecho un diagnóstico, personal (porque es suyo y no de otro), del cuento español actual. Pero dada su importancia y su relevancia como escritor del género yo lo considero muy valioso. Lo que vino a señalar, entre otras cosas, y con lo que yo estoy plenamente de acuerdo, es que hay un nueva generación de escritores de cuentos con planteamientos muy personales, con voces dispares pero que atacan el cuento con la misma libertad de planteamientos, y de un modo muy personal y sin complejos. Que están ampliando el género y desafiando ese cuento “perfecto” y sin fisuras que parecía el modelo más deseable. Cuentistas que conocen la tradición, pero que no se enmarcan en ninguna en concreto y tienen propuestas frescas y rompedoras. Durante un tiempo la corriente carverianas o cortaziana tenían demasiado peso en el cuento español, tanto en escritores como en críticos, y parecía que a uno le clasificaban automáticamente en una de las dos corrientes, y era un panorama de más estrechez que el actual, además de ser una simplificación y una generalización brutal. Yo creo que escritores españoles como Eloy Tizón, Carlos Castán o Hipólito G. Navarro, siempre ocuparon lugares intermedios, más heterodoxos, y son un referente para muchos de nosotros. Abrieron un camino importante. Yo me quedo con esta frase del articulo que Eloy publicó en El Cultural: “Al cuento literario le han estallado las costuras”. Me parece bien que Eloy, un referente y ya un clásico del cuento español, haya tenido la valentía y la generosidad de acuñar ese termino y de “nombrar” algo que estaba pasando. A veces es necesario “señalar” algo de ese modo para que darle mayor visibilidad y colocarlo en un lugar central. Yo no le veo ninguna pega al término “Postcuento”. Me parece que Eloy ha dado un paso al frente. Yo se lo agradezco y además estoy de acuerdo. Creo que además como sucede también en la novela, se tiene a lo híbrido, a que los géneros sean más abiertos, permeables y menos “puros”. El cuento tampoco se libra de eso. Más bien al contrario, está siendo todo un ejemplo en ese sentido. Y sí, yo me enmarco tranquilamente en esa forma de narrar, porque no es para nada una etiqueta limitadora y estrecha. Más bien al contrario. También me gusta mucho una frase que Matías Candeira escribió el prólogo a mi libro, en la que dice esto: “El relato cerrado, aseado, frente al relato excesivo, vivo, y hasta furioso”. Ahí veo yo también esa forma de narrar por la que preguntabas, la mía y la de unos cuántos más, en ese relato vivo y excesivo en contra de ese relato donde “nada sobra y nada falta”.
Gracias.
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