Adela fue siempre la que tomó ciertas decisiones que nos concernían a todos los hermanos. En aquella ocasión tenía en una mano la nariz de papá. Tiraba de ella hacia arriba. Y en la otra una maquinilla de afeitar. En el aire. Nos miraba. Sonreía.
-¿Qué os parece? Ahora el viejo no protesta.
No obstante, realizaba la operación del afeitado de un modo escrupuloso, como todas las cosas que hacía Adela. El viejo estaba muerto y habíamos decidido que lo enterraríamos sin el bigote.
-¿Alguno se quiere llevar el mostacho de recuerdo?
El humor de Adela estaba siendo agrio, pero su proceder en ningún momento dejaba de ser exquisito.
El resto de los hermanos permanecimos en silencio. La idea había sido suya.
-Afeitémolse el bigote al viejo.
-¿Estás loca?
-¿Qué dices?
-¿Para qué?
Era raro que una propuesta de Adela no saliera adelante. Así que allí estábamos, viendo cómo rasuraba concienzudamente por encima del labio. Desde aquel día no volví a afeitar a Jaime. Y mira que era una cosa que siempre había hecho con gusto. Jaime era muy perezoso para el afeitado y una vez a la semana, los sábados generalmente, se ponía en mis manos. Era un ritual muy sexy. Sin embargo, desde que ví a Adela haciendo lo mismo con el fiambre del viejo, no pude volver a hacerlo. Se lo conté a Jaime y jamás él me insistió. Los sábados, nada más levantarse se encerraba en el cuarto de baño y al cabo de un rato salía con su cara de niño bueno.
Cuando empezó a llegar todo el mundo, el trabajito ya estaba terminado.
-Pero qué le habéis hecho a vuestro padre.
-Su última voluntad fue esa.
El descaro de Adela era evidente. Así como la irritación de todos los que habían conocido a papá. Un señor al que nunca se le había visto desnudo de bigote.
Pero estaba tan bien amortajado, tan severo y deslumbrante, que nadie se atrevió a protestar públicamente.
2 comentarios:
Como de costumbre, encuentro por aquí las frases justas, con el ritmo idóneo para tenerme enganchado.
Un abrazo.
Ay, lo que engancha. Qué bueno o qué malo.
Te abrazo.
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