lunes, 12 de mayo de 2008

Propósito casi firme no de parecer imbécil, sino de serlo

Al teclear imbécil en Google Imágenes me aparece este tipo.

Uno de mis peores defectos a la hora de escribir es común entre plumillas. Me refiero a los juegos de palabras. Malabarismos del ingenio, del que no tengo un alto concepto. Se me ocurrió mientras andaba por la calle, porque en alguna parte había leído que Gabriel García Márquez perpetraba una nueva obra. Se le achaba al colombiano que su carrera había entrado en declive por las ganas de seguir publicando. Y se volvía al paradigma de Cien años de soledad, que es la obra favorita de muchos lectores. No la mía. No me acuerdo de mucho. Mejor dicho, de casi nada. Pero sí sé cómo la leí, dónde y que me gustó. Quizás hasta puede que me fascinara. Pues bien, pensé dos cosas. Para la primera me saqué de la manga uno de los dichosos jueguecitos verbales. Me dije: prefiero que un libro me alumbre a que me deslumbre. Pasando por alto el tropo. ¿Qué nombre tendrá? Es cierto. La segunda cosa iba al hilo. Prefiero envidiar a admirar. Tener ese defecto, el viejo pecado capital, antes que quedarme paralizado, estupecfacto por la obra. Por el autor. No suelo envidiar dineros. Ni vidas. Pero a veces me digo: cómo me gustaría haber escrito ésto. Y no vayan ustedes a pensar que me refiero a esas grandes obras de la literatura universal que son favoritas de muchos lectores. A veces pueden ser panfletos menores, o residuales, de escritores con dudosa reputación. Si me alumbran. Y perdón por la insistencia. No sé para qué sirven los grandes monumentos, ni los sistemas. Pero sé que ciertas casetas o cobertizos ofrecen refugio y que una idea entra por los ojos antes que por la razón.

Esta tarde iba a poner un cartel en el escaparate de este blog: “Cerrado por malos hábitos”. Bajo la etiqueta de Qué fácil es cagarla. Otra mala pasada del ingenio. Si momentáneamente cerraba el chiringuito unos días el motivo no eran los malos hábitos. Pero a veces el escritor lo entrega todo por una ocurrencia. Ya encontraré comportamientos perniciosos. Y si no, me los inventaré. Todo por tensar el hilo de la ficción. El caso es que no se me ocurría nada para escribir. Cuando ocurre eso, lo mejor es sentarse a leer. En mis circunstancias no pueden ser lecturas muy pesadas ni muy extensas. Leo mientras los niños meriendan o no quieren merendar. Mientras P. se pone en el orinal y se levanta. Y así es como escribo. Pero escribir me abstrae más que la lectura. Luego he tenido que bajar a la calle para los avíos del puchero de mañana. L, que me da mucha cobertura, tenía hoy Pilates. Los he bañado y les he dado la cena. ¿Son esos malos hábitos? Ya me gustaría tener malos hábitos que no me dejasen escribir. O no.

El caso es que entre bromas y veras me he puesto con una ¿novelita? De César Aira. Después de la interrogación me sale la puta mayúscula. Pero no desentona con mi sintaxis. Mira, siempre se descubre algo. La novelita se llama Cumpleaños. Y supongo que su autor sabe lo mala que es. Es mala, pero fácil de leer. Quiero transcribiros un párrafo:
“¿Pero para qué sirve escribir buenos libros, o cultivarse, o descubrir verdades nuevas? Contribuir a la construcción y acumulación del saber es colaborar con el poder, ya que el poder recuperará inevitablemente ese saber para usarlo con sus propios fines, de dominación y sojuzgamiento. ¿Qué hacer entonces?¿Mantener en secreto ese saber?¿Usarlo antes, con fines revolucionarios?(Pero en este campo no es fácil decidir qué está antes y qué después.) Preventivamente, me mantuve en la más completa estupidez.” (Pág. 72)
Hace unos días recordábamos lo que decía Satie: “No es moderno dar una impresión solemne. El último grito pide otra cosa: dar una impresión imbécil, por ejemplo.”

Por qué un tonto no va a poder leer libros. Y cuál es el motivo para que un tonto no los escriba. A veces hasta siento envidia de ciertos majaderos con un par de ideas muy claras. He de insistir por ese camino. No sólo hay que parecerlo, sino serlo. Imbécil. Estúpido. A la espera de que este propósito sea serio.

3 comentarios:

frikosal dijo...

Ahhhh si se pudiera ser imbécil a voluntad con solamente desearlo muy fuerte, como los niños hacían para poder volar en Peter Pan.

Sirena Varada dijo...

Como siempre haces gala de un mordaz y admirable sentido del humor. Yo también me digo a veces “cómo me gustaría haber escrito esto”, pero qué le vamos a hacer si algún imbécil se me ha adelantó.

hombredebarro dijo...

Frikosal, quererlo es el primer paso para poder serlo.

Gracias, Sirena, qué bien suena en tu comentario.

No olvidemos que el propósito es serio.

Saludos.