viernes, 7 de noviembre de 2008

La metralleta

Metralleta Stein, José Antonio de la Loma, 1974, película inspirada en la vida de Quico Sabate, resistente libertario antifranquista, integrante de la guerrilla urbana itinerante en Cataluña, pero ambientada aproximadamente 20 años despues de sus acciones.


Salí temprano de mi casa. Compré el periódico y me senté en un bar con las ofertas de trabajo por delante. Pronto me di cuenta de que la tarea sería ardua y algo más tarde advertí que también infructuosa. Pero mantuve las formas, lo típico, ya sabéis, lo habréis visto en el cine infinidad de veces, un chico va rodeando con un rotulador rojo aquellos anuncios que cree que le pueden interesar, luego queda patente que no. Que no hay nada para él. Así estuve hasta que la gente pasó del desayuno al aperitivo. Luego cambié mis dos últimos billetes por monedas y me senté delante de la máquina tragaperras con el firme propósito de pasar delante de ella el resto de mi vida. Empecé a introducir monedas por la ranura y durante una hora las gananacias apenas compensaron las pérdidas. Pero desde que una chica con el uniforme de Mercadona se sentó en una de las mesas, que había a mis espaldas, la balanza inclinó su fiel hacia la otra parte. Fue casual: miré sin intención en el espejo y la vi. Cuando se marchó temí que mi suerte volviese a cambiar de signo, así que me levanté para pedir un refresco en la barra. Una mujer se acercó a la máquina y comenzó a alimentarla, sin que ello me importase en absoluto. Al cabo de veinte minutos la mujer se marchó mascullando algo, visiblemente contrariada. Me senté de nuevo en el taburete y estuve allí hasta que el bar cerró. Cuando llegué a mi casa metí en un bote de la cocina los dos billetes y puse el resto del dinero, que eran ganancias, encima de la mesa. Me acosté y me quedé dormido enseguida. A la mañana siguiente volví a salir pronto de mi casa con aquella cantidad de dinero que consideré necesaria para pasar todo el día jugando en las tragaperras. Antes de sentarme en un taburete y empezar a echar monedas por la ranura, compré el periódico y marqué una serie de ofertas de trabajo, que finalmente no se ajustaban a mi perfil profesional, según las palabras de mis entrevistadores telefónicos. A mediodía por fin metí la primera moneda. La música, que la máquina entonó desde ese instante hasta que a la hora del cierre me levanté para marcharme a casa, llenó mis oídos, mi corazón, todas mis expectativas. Metí en un bote dos billetes como los que ya tenía guardados y el resto del dinero volví a dejarlo sobre la mesa. En la cama recé sin fervor, pero con buena memoria. Llevaba treinta años sin entonar una plegaria. A la mañana siguiente me descubrí en la ducha una inusitada erección, que satisfice con el recuerdo de la chica del Mercadona. Aquella tarde, cuando la vi aparecer por el espejo retrovisor de la cafetería sentí que mis mejillas se ruborizaban. Mientras ella estuvo allí con sus compañeros fuí ganando. Cuando se marchó comencé a perder y la racha duró hasta la hora del cierre. Llegué a casa y pude echar dos billetes al bote de mis ahorros, pero apenas me quedaron unas monedas para el día siguiente. Antes de cerrar los ojos me acordé de ella. Le di un beso imaginario y me quedé dormido. Tuve un sueño de metralletas. Un chico como yo buscaba trabajo. No lo encontraba y se entretenía jugando a las máquinas. En cierto momento la tragaperras fallaba y al comprobar si es que se había desenchufado de la corriente el muchacho encontraba una metralleta apoyada en la pared, con la misma naturalidad que si fuese un mocho. El muchacho, o sea, yo, empuñaba el artilugio con reverencia, salía a la calle y comenzaba a disparar en derredor con una inmensa alegría por poder hacer saltar por los aires astillas, cascotes, cabezas. Todos me felicitaban y me decían:
-Ya tienes trabajo.
-Me gusta mi trabajo, pensaba yo.
A la mañana siguiente volví a mi rutina ludópata. Miré detrás de la máquina antes de meterle la primera moneda. Perdí todo lo que había cambiado en pocos minutos, así que regresé a mi casa y saqué de aquel bote dos billetes, que no me llegaron más allá del medidodía. Antes de la hora del cierre ya lo había perdido todo y miré de nuevo detrás de la máquina.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Me pregunto...es que tu formación clásica no te ha dejado la más mínima huella?
Vaya entrada más dura :)
Besos

El Doctor dijo...

Me encanta el estilo underground que le das a tu magnífico relato.Creo que el realismo sucio no está muy de moda en este país,ay,nos falta un Bukowski,un Carver,un Wallace,etc.Pero no está todo perdido.Es un placer venir aquí,a estos cuentos de barro.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Te acaba de comparar con Raymond Carver, le vas a tener que invitar a algo jajaj; lo de Bukowski ya es imperdonable.

Anónimo dijo...

He escrito una entrada para tu libro en el blog, espero que te guste.
Bss

hombredebarro dijo...

Mita, yo creo que sí me ha dejado huellas mi formación clásica. Piensa en Petronio, Apuleyo, Marcial, Catulo,etc...

Francisco, ya me gustaría ser underground, pero no, y lo siento, no puedo serlo, me falta carácter underground. Aunque como dices, no está todo perdido.

Me gusta, Mita, por supuesto, y te la agredezco, además de tu interés y atención hacia el libro.

Saludos.

Emmaskarada dijo...

Es una pena que no encontrara la metralleta de verdad detras de la pared. Casi crei que sucederia.

Fernando García Pañeda dijo...

Mal que no mejora, empeora.
Las metralletas no sirven más que en sueños.
Opino lo mismo que Mita, por cierto.