viernes, 10 de abril de 2009

Culos y desempleo


He llegado a una conclusión después de cierto tiempo. Una seguridad que me instala en una grieta resbaladiza y afilada del mundo, empero. Me gustan las mujeres que me pueden ofrecer un culo rotundo que amasar, un culo generoso por el que introducirme en ellas. Mi novia, sin embargo, tiene un culo proporcionado, con forma de manzana, un culo, que podríamos calificar como distinguido. Un culo para lucir unos vaqueros. Pero los culos que me gustan a mí son culos más generosos, grandes como hogazas de pan. Hace meses que camino por las calles detrás de ellos. La intensidad de mis vivencias ha crecido, imaginando esos culos como si fuesen ofrendas, insinuaciones, apuestas del deseo, cuando el deseo hace saltar las tripas. He espiado culos que se reflotaban sobre unas piernas, como boyas de salvación en el mar, culos que me parecían mirar unioculares, asalvajados y fieros, hambrientos, culos que temblaban emocionados por mi vigilancia, expresivos y generosos, culos reticentes a ser culos, encogidos como si quisieran perdir perdón por ser tan culos. He husmeado como un sabueso todos los culos en los que he soñado descansar, por los que he deseado abrirme camino hasta las entrañas.

Para ser fiel a mi pasión no necesito nada. Sólo lo que tengo. Tiempo. Estoy desempleado. Una excusa perfecta. A mí la crisis me ha venido de perillas, como al empresario que me despidió. Salgo pronto de casa y los primeros culos que encuentro son los de las mamás con sus jóvenes crías, camino de la guardería y el colegio. En ellos va pegada todavía esa materia opaca y densa del sueño, son culos que hay que desperezar, y me digo: yo sabría como despertarte del todo. Primer estertor de deseo en las tripas, hacia el bajovientre. Desayuno en un bar, como supongo que hace el empresario que me dio la patada. Allí van los culos a aplastarse en las sillas, culos que se desbordan como un pastel fuera del molde. Desde una posición estratégica estudio la marcha del culo hacendoso y servicial de la florista, el culo arisco de la profesora, aquel indómito bajo la bata blanca de la auxiliar de la farmacia.

La ciudad se me abre cada día como si fuese un abanico con el que me puedo llenar de estímulos. A mi novia le digo que voy a las empresas de trabajo temporal a dejar mi curriculum. Que entro en la biblioteca para indagar a través de internet. Me gusta la dulzura emocionante de estos días, como un cazador de momentos imposibles. Nadie sabe cuál es mi verdadero interés en todo. Si ella, por un sólo instante, llegase a adivinar que me gustan esos culos, que está tan contenta de no tener, sufriría un shock. No me apetece una crisis, no me apetece un drama, así que cuando llega la hora me aferro a su culito e intento que no advierta la transformación que se está operando dentro de mí. Prefiero la pequeña insatisfacción que me va a corresponder. Con ella avivo aún más mi deseo secreto, mi oculta pasión.

A veces alcanzo pequeños objetivos o salgo indemne de alguna
escaramuza. En el metro, en el autobús, en una cola a la que me sumo sin otro interés que el de un culo. Un culo que me gustaría tener en pompa, ofrecido. No se trata de tocarlo, del roce de mis dedos, o no se trata de sólo eso. Es el momento mágico en el que un culo me habla, me cuenta una historia, se adelanta a mi deseo. Sólo en un par de ocasiones lo he vivido y por ellas merece la pena seguir adelante. La primera vez me sacó de una aglomeración y me guió por la ciudad hasta un parque. Allí se tumbó en el césped. Y a pocos metros yo hice lo mismo. La primavera, el sol, el sandwich y las hormigas. No creo que haya nada mejor bajo ese cielo azul, donde veo que las nubes se apelmazan como culos de algodón. Regresé a casa y me encerré en el baño para llorar de felicidad. A las pocas semanas me atreví a acercarme. Me había jugado la vida al cruzar las calles, sin tener en cuenta el color de los semáforos, sólo por ir detrás de aquel culo. La chica sonreiría y me lo pondría fácil. Estaríamos cerca de su casa y me invitaría a subir. No habría mucho con lo que enredar antes, ya que tendría pocas cosas, pero la luz entraría hasta el colchón depositado en el suelo.
Esa misma noche le dije a mi novia que estar sin trabajo me había hecho pensar que mi vida se hallaba en una encrucijada. Le contemplé el culo cada una de las veces que se levantó de la silla para ir al lavabo. Le hacía un vaquero ideal.


La fotografía es de Robert Doisneau.

8 comentarios:

Hiperbreves S.A. dijo...

Muy bueno. El sueño del parado produce culos.

Carlos Frontera dijo...

Efectos beneficiosos de la crisis.
El cuento está muy bien, la última frase -cojonunda- le pone la ginda.

nancicomansi dijo...

AY...vaqueros y/o culo...
la eterna encrucijada que tenemos que solventar muchas cada dia...

Si una cosa, No la otra...

me encantó eso de los que se "desbordan como pastel del molde"...

Diego N. dijo...

...quiero tirarme en plancha,
y que sobre cancha...
Lalalalalaaaa.

César Socorro dijo...

Este efecto secundario, debería venir en el prospecto de la crisis. Me atrapo tu relato. Un aplauso.

Antonio Senciales dijo...

Es un relato lleno de humor, en la línea de escritores reconocidos hace tiempo. Hablamos de 'Senos', de Ramón Gómez de la Serna, y 'Coños', de Juan Manuel de Prada.
Podría ser incluido en la especio de relatos eróticos.
A mí me agrada el tema, me resulta atractivo y se le puede sacar partido, como has hecho tú.
Está escrito verdaderamente en clave de humor.
Enhorabuena.
Sólo pasaba por aquí para saludarte pues hace tiempo que no hablamos.
Veo que tu vocación sigue en auge. Me refiero a escribir.
Mis mejores saludos.
Antonio Senciales.

Unknown dijo...

Pues no he comprendido de qué tema hablas exactamente, oyes.
:-p

Anónimo dijo...

Oye, soy de colombia y no tienes ni idea tu pasión por los culos como crecería allí.
Eres grande. Eres un genio con nuestro abecedario.
Gracias, hace mucho no leia algo tan bueno.