jueves, 7 de mayo de 2009
Escaleras
Los últimos 20 años de mi vida laboral me los pasé subiendo y bajando unas escaleras. No viene al caso aquí, porque carece de relevancia, pero también porque no lo recuerdo, cuál era mi trabajo, pero como podréis suponer ocupaba uno de los últimos puestos en el escalafón de la empresa, o bien, como quizás quieran intuir otros, mi cargo fuese ejecutivo. Todos los días había de subir y bajar una docena de veces de la primera planta a la tercera. Teníamos ascensor, pero una fobia insuperable me impedía cogerlo. Al principio me ahogaba. Llegar arriba era como escalar una montaña. Me faltaba el resuello y tenía que dejar pasar unos minutos antes de cumplir con la parte de mi labor, que consistía en dar unas indicaciones verbales, por ejemplo. Ni siquiera era capaz de articular un simple hola. Todo el mundo supo entonces que le tenía miedo a los ascensores. Comencé a adivinar en mis compañeros, en mis jefes o subordinados, fuesen lo que fuesen, esto sí que lo tengo presente: sonrisas de conmiseración. Estuve tentado en varias ocasiones de solicitar un cambio, pero el miedo y la timidez me frenaron. Miedo a ser despedido en una época crítica para el sector, quizás, vergüenza por tener que explicar detalles de mi intimidad, seguramente. Poco a poco empecé, no obstante, a considerar aquellos ascensos por las escaleras, qué curioso, como un respiro que me aliviaba de la servidumbre de mi mesa. Ya fuese noble mesa de despacho propio o simple escritorio encerrado por mamparas. Os parecerá que me guardo ases en la manga y quizás no me creeríais si os dijese de nuevo que no recuerdo en absoluto si yo era un pez gordo o un subalterno de la empresa. Ni lo sé ahora ni me importa. Me paso los días en este parque viendo a las carpas ir y venir por el estanque. Pero me ha venido hace un momento esa imagen: yo subiendo y bajando una y otra vez unas esaleras. Ahora recuerdo también el edificio coronado con un nombre que nos cobijaba: COSTALUZ. Mientras subía y bajaba me iba despojando de ese desgaste de las emociones que se introduce en el organismo a través de la rutina laboral. Lo experimenté enseguida, en cuanto fuí cogiendo cierto fondo para aguantar las escaladas. Aprovechaba los descensos para recrearme en un codo, en el destello de la luz en un trozo de piel, en unas piernas fugaces. Mientras iba y venía por aquellas escaleras comencé a sentirme libre. Los pensamientos, las imágenes que surgían en mi mente, mientras mis gemelos se fortalecían, eran como descargas de energía, con las que alimentaba sueños que se me antojaban como ratoncillos. En veinte años amamanté, gracias a unas escaleras vulgares, un ejército. Me da el sol en la cabeza y en los hombros y eso me hace bien. Hace mucho tiempo que no subo unas escaleras. Alguien ahí atrás me ha llamado por mi nombre, si es que ese es mi nombre, y me ha preguntado que adónde voy. Le extrañará que me mueva de aquí. Nunca lo hago. Me colocan al borde del estanque y aquí me quedo sentado.
Hay unas escaleras de madera que van a dar a un puentecillo sobre el estanque. Pero al poner el pie en el primer peldaño, me he quedado ahí, inmóvil, hasta que se ha hecho la hora de la comida y han venido a por nosotros. Luego, antes de salir por la cancela del jardín, he mirado atrás. No sé, sería una pena que nunca hubiera sido como lo he contado.
La imagen que ilustra este cuentecillo se titula Escaleras hacia el cielo y es del fotógrafo Jorge del Campo García.
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3 comentarios:
En mundos donde la realidad parece absurda se construyen realidades más tangibles que las que los cuerdos consideran reales.
No vendría nada mal un estanque con carpa y que de vez en cuando me pasen a buscar.
Saludos.
Lo bueno de ser una carpa es que no tengo Alzheimer, que no tengo fobias y, sobre todo y fundamentalmente, que no subo escaleras.
Te acompaño en el sentimiento.
Una carpa japonesa
No me lo tomes a mal, te sigo desde hace bastante, hombredebarro, este comentario mío va cargado de buena voluntad: normalmente me gusta lo que escribes, pero últimamente detecto una influencia demasiado nítica del, llamémosle, estilo "Millas", no sé. Creo que hay estilos 'pegajosos' y el de Juanjo Millás lo es, hasta para él mismo. Disculpa si te he molestado, repito que sin intención; si no es así, medita lo que te indico
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