viernes, 29 de mayo de 2009

Fernando García Pañeda: Billete de ida



El día que aprobó la oposición, el día que completó un magnífico tercer ejercicio y obtuvo la ansiada plaza, G. soñó por tercera vez que se despertaba convertido en un enorme y repugnante insecto. Ese día, cuando soñó por última vez que se despertaba con ocho patas, ojos compuestos y antenas, vació su cuenta corriente, empaquetó sus pertenencias más queridas y reservó un billete para el primer avión que partiera rumbo a alguna de las escalas de Levante.

La primera vez que se presentó a las pruebas, su impecable preparación y su perfecta mentalización no le sirvieron para aprobar el primer examen. Pero, hasta que ese “no apto” se sumió en sus esperanzas como un cuchillo afiladísimo, no se acordó de que ese día había soñado con cumbres hundidas a sus pies, nubes que flotaban al alcance de su mano y mares que cruzaba en pocos pasos sin llegar a hundir sus pies en el agua.

Llegó a soñar con multitudes que esperaban ansiosas su indulgencia y se peleaban por las migajas de poder irrefrenable que se escurrían entre los dedos de sus manos; en palacios que, a su paso, abrían las puertas de par en par; y en músicas incontenibles que fluían in crescendo al ritmo de su pensamiento. Lo soñó cuando un tribunal le apeó del proceso de provisión de plazas en aquel cuerpo de élite de funcionarios al servicio del estado por segunda vez.

No fueron las insistencias de su familia, de su preparador y de sus amigos las que rompieron su determinación de no volver a presentarse, sino un sueño repetido noche tras noche, durante su tercer intento. Un sueño de seres etéreos de belleza insondable que susurraban hileras de ciclópeas columnas alegóricas, en geometrías imposibles que trazaban estructuras perpetuas y en espejos esféricos que devolvían las imágenes de dioses imaginarios. Un sueño sumergible que se fue a pique por un ridículo fallo en el último ejercicio, un iceberg escondido bajo un artículo de la ley de medidas urgentes para la reforma de planes de desarrollo monetario tras la extinción de la validez del tratado de Bretton-Woods, que él utilizó en una redacción ya derogada.

Sólo con la superación del primer ejercicio, en su último intento, empezó a soñar que se despertaba convertido en un enorme y repugnante insecto.

G. subió al avión con su billete de ida.

Nunca le importó saber por qué dejó de soñar que soñaba. Por eso, también dejó de escribir.


Fernando García Pañeda (Bilbao, 1964) es autor de tres novelas, publicadas con los títulos de Las lágrimas de Eurídice, Kismet, y Tres Gymnopedias. También ha publicado en revistas culturales algunos relatos cortos. Actualmente su labor creativa se centra en la publicación del blog Territorio Enemigo (http://territorioenemigo.blogspot.com), que salió a la blogosfera hace ya tres años, en el que intenta combinar sus textos con otras formas de creación como la fotografía y el vídeo.

4 comentarios:

María dijo...

Deseamos tanto conseguir un sueño, que por el camino, perdemos la prespectiva. Siempre es 100 veces más doloroso un fracaso y aguijonea más, que satisfacción da conseguir el éxito. En ese mometo, en el que por fín hemos llegado a nuestra meta tan ansiada, su sobor es tan efímero que no lo valoramos y deja de sabernos.
Comenzamos a mirar nuevas cumbres...O despertamos y decidimos dejar de mirar hacia arriba, para mirar solo de frente.
Me ha encantado,
Ha sido un placer.

Anónimo dijo...

Ferrrrrrrrrrrr, qué haces aquí???
Recuerda eso de "dime con quién te juntas y te diré quién eres"!!
O Dios los cría y ellos se juntan!! aún peor.
:))

He de decirte Antonio, que yo ya tengo los tres libros de Fer, superrequeteleídos.
Qué bien se tiene que estar en Málaga ahora.

Besos a los dos

Mafalda dijo...

...

Me gustó mucho este cuento tuyo Fernando. El final aguijonó mi corazón.
La sola sospecha de dejar de ser uno mismo, nos convierte en cualquier bicho asqueroso.

Un saludo para ti escritor.

Mafalda

dante bertini dijo...

Estimado, lo prometido ya no es deuda.
Gracias por el cuento (suena a Benedetti) y esperamos más.
Siga haciendo las maletas, no deje de escribir.