viernes, 20 de noviembre de 2009

Catástrofe


En la imagen, Nicolae Ceausescu

-Vámonos, yo no espero, le dije.
-Pero sí sólo son tres personas, me dijo.
-Ya vendremos luego, le dije.
-No tengo tabaco, me dijo, yo me quedo.
-Yo me marcho, le dije.
No me gusta lo que hago. Traduzco lo que dicen los rumanos que son presentados por la policía ante el juez. No me gusta porque la inmensa mayoría de mis compatriotas es culpable. Tardé diez años en completar mis estudios como ingeniero de robótica. Entre medias fui pool-boy en un crucero de lujo, pinche en un mercante, camarero y no sé cuántas cosas más. Me abrieron la cabeza con el culo de una botella. Me puedes tocar aquí. He tomado hamburguesas de salmón en Alaska. Cuando vi las imágenes de la ejecución de Ceausescu y su esposa Elena por la televisón me juré a mí mismo que abandonaría mi país para siempre. Hice lo que millones de rumanos, con la diferencia de que yo soy, además de rumano, extraterrestre. He aprendido el español con la chica que dejé en la cola. Lo hablo con un acento muy marcado, que me hace parecer un borracho permanente. Sé que va a haber una catástrofe mundial, en la que la mayoría de la gente va a morir. Tengo razones para creer que yo sobreviviré, como ya hice antes. Lo que de verdad me gustaría ahora sería trabajar en Citroën, quizás en el departamento de diseño, pero sobre mí pensan, sobre todo, las sospechas.
-¿Ves?, no se tarda tanto, me dijo ella.
-Vale, está bien, pero yo odio las colas, le dije.
Me dio el cigarrillo y me exigió un beso. Si ella me dejara, tendría que marcharme de este país, qué digo país, de este continente de mierda. Saldría al espacio exterior pilotando mi propia motonave.

2 comentarios:

Fernando García Pañeda dijo...

¿2012 ó demasiadas sustancias... evasivas?

Ra dijo...

El vello de punta.