jueves, 19 de noviembre de 2009

El soldado



Me detuve en el pasillo a oscuras. La tarde se había echado encima, pero también una nube había sumido en la penumbra toda la huerta. Miré por la ventana y en ese instante lo ví venir. Traía lo necesario consigo. Era un desconocido y sin embargo una repentina intuición me hizo apreciar en él cierto aire de familia. Una ráfaga de viento hizo que una de las contraventanas exteriores comenzase a dar golpes. Levantó la cabeza hacia la casa y me sobresalté. Pensé en el gallinero. Más de una vez nos había visitado una alimaña y había dejado tras de sí un rastro de sangre. Me escondí en un arcón camuflado como asiento y ya empezaba a sentirme ridícula, cuando un grito espantoso atravesó el cielo, del que volvía a caer el diluvio universal con el que Dios quería castigar los pecados de los hombres. Estuvo yendo y viniendo por toda la casa un buen rato. Luego dejó de oírse. Quizás me desmayé. El caso es que cuando abrí los ojos los suyos me enfrentaron. Enseguida supe que no me iba a matar.
-Quiero que seas tú quien lo cuente, me dijo.
Todo lo que viene a continuación es salvaje, sanguinario y predecible. La historia del hombre.

2 comentarios:

Fernando García Pañeda dijo...

Ya. Siempre la misma historia.

César dijo...

Enhorabuena por el blog. lo seguiré