lunes, 11 de enero de 2010

Callejero 3


Edward Hopper: Study for Rooms by the sea, 1951

Ahora camino distraído, con la cabeza en el otro lado. Hay fuertes ráfagas de viento que consiguen deshacerme el lazo de la bufanda. La ciudad está ahí, pero sin la importancia de antes. Un laberinto de callejas me lleva una y otra vez al mercado de abastos. Las llamadas de las pescaderas hacen que por fin mi atención vuelva a lo más cercano. El suelo está encharcado y huele a agua de mar sucia y a visceras. Me pierdo por los pasillos y las mismas mujeres que hace unos minutos me han ofrecido la mercancía en oferta comienzan ahora a burlarse de mí. Ante mi cara de circunstancias una de ellas me toca un codo y me hace una señal con la cabeza ofreciéndome la salida. Antes de llegar a la puerta siento como si las tripas se me encabritasen. Necesito con urgencia ir al cuarto de baño, pero temo que quizás el lugar en el que estoy no sea el más adecuado. Siento un asco preventivo. Me lanzo a la calle a grandes zancadas intentando amortiguar los movimientos de los intestinos. A ver si dando un paseo se me pasan las ganas, pienso. En ningún momento se me ocurre regresar a la agencia de viajes en la que trabajo. A esa hora estoy seguro de que no habrá nadie. Ni a mi casa, en la que tampoco. Estoy decidido a resolver mi situación de otra forma. Me dirijo al mejor hotel de la ciudad y entro en la sala del trono, donde me descargo por completo. Al vaciar la cisterna me siento un hombre nuevo, renovado y limpio. Apoyo la sien sobre una baldosa de la pared y cierro los ojos. Me sumerjo en un sueño muy dulce y cálido durante unos minutos, que le dan a la experiencia elasticidad y hondura, como si hubiera penetrado por una puerta que no se abriese a ninguna parte, como si se pudiese vivir dentro de la puerta misma. Me enfrento al espejo.
-Buenas tardes, me dice alguien que ha puesto sus manos bajo el grifo.
-Hola, le digo.
Enseguida llegan otros hombres que lo saludan con bromas y risas. Son los invitados de una boda que se celebra en el hotel. Entre ellos está el novio.
-Vamos a celebrar aquí y ahora un concurso de micropenes y necesitamos el dictamen de un jurado imparcial, me informa otro.
-Usted, usted va a designar al ganador, propone el novio, señalándome.
Enseguida se forma en torno a mí un círculo de hombres con los pantalones en el suelo y las mingas en la mano.
-A ver, dí tú cuál es la más pequeña.
El novio, que no participa en la competición, está muy interesado en ayudarme en mi juicio. Conseguimos descartar a varios concursantes hasta que sólo quedan tres. Uno me ofrece un puesto de trabajo como directivo en la empresa que dirige si sale elegido. Lleva un enorme puro en la mano libre y lo agita en el aire.
-Tómese su tiempo, mire y juzgue, me dice otro, que al oído me sopla su soborno y me lo muestra en la muñeca, su valiosísimo reloj.
El tercero es el que va más allá.
-Una mujer, me dice, la que tú quieras, para ti.
Todo eso sucede en el interior de una puerta.
Luego salgo del hotel. En la calle un remolino de bolsas de plástico y papeles me envuelve los pies con el mismo acaloramiento que una camada de cachorrillos.

3 comentarios:

Joselu dijo...

¿A quién se eligió como ganador? Un puesto de trabajo como directivo, un reloj valioso o una mujer por elegir el pene más pequeño. Realmente extraño, conectas imágenes inverosímiles e inesperadas. Tus relatos bordean lo fantástico.

Naia Marlo dijo...

Genial...Divertido e irónico, con ganas de leer más.

Un abrazo sereno.
Namasté-OM

Anónimo dijo...

vomitivo...no tu texto sino el último soborno.