viernes, 15 de enero de 2010
Callejero 5
Las hormigas son de Cristina Duclos
Cuando me aproximo al final de una cola en mitad de la calle me doy cuenta de que he dejado olvidado en algún lugar la bolsa de mi compra y un paraguas.
-¿Es usted el último?, me pregunta una chica por detrás.
Le digo que sí y me encajo como un anillo de serpiente entre la espalda de quien me precede y la sonrisa de quien sin saberlo me ha empujado involuntariamente a formar parte de una cola de la que no tengo ninguna referencia: ni para qué ni hacia dónde, ya que la cabeza está más allá de la primera esquina. Miro a la chica y ella me devuelve una sonrisa muy ilusionada y contagiosa.
-Qué nervios.
-Sí, le digo.
-Tú pareces muy tranquilo.
-No creas, la procesión va por dentro.
Al cabo de unos minutos mi inquietud ya es manifiesta.
Alguien pasa corriendo a nuestro lado, hacia la cola de la cola, que ya va tan crecida que no vemos al último.
-Se ha mareado un chico, uno de los primeros, dice otro.
-Pobre.
-Dicen que el primero está ahí desde ayer.
-Yo he hecho un viaje de 600 kilómetros antes de llegar aquí.
-Pues yo creo que entrar de los primeros no es lo mejor.
-Sí, hombre, es lo mejor.
-Tal como estamos nosotros situados tienes que destacar mucho para que te elijan.
Me llega a las manos un paquete de galletas. Cojo una y se lo paso a la chica de atrás, con la que sigo manteniendo una corriente de simpatía fundada antes que nada en nuestra llegada casi simultánea a la cola. Ya somos como viejos conocidos.
-Gracias, ella me ofrece una barrita de caramelo.
Oímos gritos y protestas. La fila se agita y se deforma, hay algunos empujones y lamentos. La chica y yo nos giramos buscando y ofreciendo protección.
-¿Qué ocurre?
-Ha llegado uno con intención de colarse y ha habido una pelea.
Todo el mundo en la cola está indignado, pero la ola de malestar se disuelve en cuanto se corre la voz de que han abierto las puertas y ya han entrado los cinco primeros aspirantes. Esto me provoca una inquietud nueva, pero no soy capaz de renunciar a esa cola, ya que me encuentro muy bien en ella. Me gusta la chica de atrás y me divierto con los comentarios de todos.
-Es mi última oportunidad, dice un hombre entrado en kilos.
-Yo seguiré intentándolo si esta vez no hay suerte, dice su compañero.
-¿Y tú?, me preguntan.
-Bueno, para mí es la primera vez. No sé. Estoy aquí un poco por casualidad, digo y miro a la chica de atrás, que me sonríe con aire comprensivo.
-¿No estás muy convencido, verdad?
-La verdad es que no, pero para abandonar la cola se necesita más valor que para ponerse en ella.
-Tienes razón.
Hace mucho frío, pero circula entre todos un termo de café.
-Tarde o temprano la cola va a desaparecer.
-Sí, y es una pena.
-Os echaré de menos, chicos.
-Y yo.
Se forma un corrillo que se abraza por los hombros.
-Yo os daría mi teléfono, pero fuera de esta cola las cosas ya no serían iguales.
-Es cierto, quizás volvamos a encontrarnos en otra parte, pero prefiero que si sucede sea por azar.
-A mí me da mucha pena eso.
-En la siguiente tanda estaremos dentro.
Abro la puerta, paso y quedo enfrentado a una mesa. Me han colocado una pegatina con un número en el pecho.
-¿Sabe usted que lo estamos grabando?
-Lo imaginaba, digo, pero ni una palabra más.
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3 comentarios:
Increíble, he vivido la cola hasta la sorpresa final y apoteósica, qué gran hermano, hay encuentros que congelan y reencuentros que descongelan, jajaja.
Igual que tu protagonista, paseando por la red, por casualidad, he llegado a tu blog. He leído tu historia hasta el final, haciendo cola, como todos.
Ahora entro.
- Buenos días. ¿Para qué me ha dicho que es la cola?
Me encanto tu blog es la primera ves que entro pero definitivamente segura estoy de que no sera la ultima ya que tienes grandes cosas que mostrar, un saludo.
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