domingo, 17 de abril de 2011

Vecinos


La fotografía es de Ambroise Tézenas

El hombre salió al balcón a contemplar la luna, le dio un golpe de tos, perdió pie, cayó sobre la barandilla llena de filigranas y no pudo enderezar el cuerpo, pesado como un saco de harina, de modo que se precipitó al vacío. Estuvo cayendo. Poofff. Menos de lo que se tarda en decir que un hombre cae. Cayó sobre un hombre que había sentado abajo en una silla de playa, al fresco, fumando mientras contemplaba la luna. Los vecinos se acercaron a ver qué es lo que había ocurrido, pero ninguno de los dos hombres pudo contar nada. Fuí yo quien les dijo lo que había ocurrido, pero por alguna peregrina razón no me creían.
-Deja de bromear, me decían, este es un asunto grave, quizás mueran ambos.
Alguien propuso que lo mejor sería que nadie se enterase de lo ocurrido, fuese lo que fuese. La esposa del hombre que había caído por el balcón dijo que ella, puesto que era enfermera, los cuidaría, pues el hombre sentado al fresco vivía solo, sin familia. En aquel barrio periférico la luna actuaba con poderosa influencia. El vecindario se interesaba regularmente por ellos, que por el momento no daban muchas señales de querer despertar. Yo los visité en alguna ocasión. Habían sido acostados en dos camitas gemelas. Por fin abrió los ojos el hombre que había sido aplastado.
-¿Qué es lo que me ha ocurrido?
-¿No recuerdas nada, vecino? Le preguntó la mujer.
-Nada de nada.
-Resbalaste con una piel de plátano y te abriste la cabeza.
El hombre miraba al otro, que aún dormía en la cama contigua con idéntico vendaje al suyo en la cabeza.
-¿Y él?
-Se cayó por el balcón.
Cuando pudo valerse por sí mismo el hombre que había despertado el primero consiguió conquistar a la esposa del que aún estaba dormido. Tenía mucha labia y decía cosas que la mujer nunca había oído dirigidas a ella. El hombre que había resbalado y había caído al vacío despertó y su esposa le dijo al otro que ahora se debía a su marido. En cierta ocasión coincidí en el ascensor con los dos hombres. Mantuvimos la típica conversación de vecinos bien avenidos. Al llegar a casa le dije a mi esposa:
-¿Sabes con quien he subido?
-Si tú no me lo dices..., me contestó.
-Con el hombre que cayó al vacío y con el hombre que aplastó.
-Si sigues insistiendo en esa historia te van a tomar por un chiflado.
Me callé, por supuesto. Escribí este relato y no volví a mencionar el asunto nunca más.

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