martes, 16 de agosto de 2011

Las cuatro esquinas, de Manuel Longares


La fotografía de Manuel Longares es de José R. Ladra

De Manuel Longares, que nació en Madrid en 1943, y que ha publicado seis novelas y tres libros de cuentos hasta la fecha, leí hace ya unos años Romanticismo (2001), que obtuvo el Premio Nacional de la Crítica, una novela espléndida, y ahora Las cuatro esquinas (2011), compuesto por cuatro relatos que representan cuatro momentos de nuestra historia contemporánea trazados sobre el mapa de un Madrid muy representativo de la sociedad que quiere dibujar: Chamberí y el barrio de Salamanca como exponentes máximos. Desde la posguerra de los años cuarenta y su mundo de ruindades para sobrevivir o simplemente para ejecutar venganzas personales, en la primera historia, luego el ambiente durante los años sesenta en la facultad de Derecho de la Universidad Complutense, con la toma de conciencia de aquellos niños de papá que buscaban respiraderos personales a partir del desarrollo económico, y de veinte en veinte años, la tercera historia cuenta la obsesiva persecución de un policía secreta a un joven católico desafecto del régimen, metidos ya en los primeros años de la transición democrática. El último cuento tiene lugar en nuestros días y narra la muerte de un compositor y la reacción de sus amigos de tertulia, músicos jubilados, y su criada, que es la única persona con la que convive, después de haber enviudado y haber perdido a su hija en un accidente. Los protagonistas de los cuatro cuentos son producto de la historia de España, pero también de esa geografía madrileña que habitan y que pasean. Esa es la propuesta que a mí más me ha interesado de este autor en lo que le he leído. No hay nadie innominado ni deslocalizado ni desubicado, lo que contribuye al análisis de la naturaleza y los comportamientos de los individuos, según un momento y un lugar concretos, perfectamente trazados en sus coordenadas.
“Cuando tocan a diana en el cuartel del Conde Duque, los enfrentados en la guerra civil se cruzan en la glorieta de Bilbao. Los vencidos se trasladan en metro al andamio de Tetuán o a la fábrica del Puente de Vallecas y los vencedores, después de un paseo triunfal por los bulevares de Alberto Aguilera y Carranza, aparcan el coche en la bodega de la calle Churruca.”
Este es el arranque de El principal de Eguílaz, el primer cuento, una historia que nos muestra la guerra después de la guerra, la crueldad del que sobrevive y la humillación y el miedo del condenado. Lo que somos en la actualidad social e individualmente está cocinado sobre ese fuego de odio.
En El silencio elocuente, que es la segunda narración, encontramos este párrafo: “Gemma me contó que sus padres no compraban libros ni discos, aunque sí cuadros para inversión, y que se ponían de morros cuando la sorprendían con los textos ciclostilados que le prestaba Héctor para que adquiriese conciencia de proletaria.” Los hijos de aquellos vencedores, lectores del diario Arriba, coquetean ahora con las ideas políticas, mientras tienen que resolver una sexualidad reprimida por el ambiente opresivo de la moral católica. Este relato tiene un final poderoso, un largo último párrafo que disecciona las contradicciones de esa juventud hipócrita e incapaz de escapar del nido confortable que le ha fabricado la historia. Lo que somos en la actualidad social e individualmente está cocinado sobre este lecho de miedo.
“Ninguno de los que le aplaudieron aquella tarde –esa fauna de antiguos melenudos ahora con tripita cervecera, esa fauna de damas venerables que extraviaron en ensoñaciones su juventud- sabía mi aportación a su éxito. Que nadie me menospreciase porque, ¿existiría el torturado sin su verdugo?”, afirma un policía secreta en Delicado, el tercer cuento, refiriéndose a quien vigiló desde los años de la represión franquista en las universidades hasta más allá de la instauración de la democracia. Lo que somos en la actualidad social e individualmente está cocinado con las especias de todas estas contradicciones.
Años cuarenta, sesenta y ochenta del siglo pasado, siglo XX. Tres relatos espléndidos en los que el autor maneja la tradición nacional de narradores que hacen de Madrid escenario y protagonista de sus historias, con situaciones de sainete y un fraseo castizo, quizás muy poco moderno o muy poco contaminado por el lenguaje neutro de los lectores de traducciones. Tres lecciones sobre la perversidad de la historia, sobre las paradojas dialécticas del discurrir de los acontecimientos y sobre cómo el hombre es un resultado de imposturas personales e históricas.
El último cuento, Terminal, nos parece el más flojo con una enorme diferencia sobre los otros tres, ya que la peripecia no pasa de ser una situación de sainete, en la que quizás por la falta de distancia no se consigue ni un análisis de la actualidad ni siquiera una aproximación a la altura de las historias que la han precedido. Esto es, después de probar el guiso con el que hemos sido cocinados, nadie parece capaz de decirnos si somos carne o pescado. Desde un punto de vista social y personal, me refiero. Un libro de cuentos excelente con tres lecciones que deberían tener en cuenta muchos guionistas de cine y televisión.


1 comentario:

Anónimo dijo...

No conozco a este autor, pero voy a tener tu recomendación en cuenca.