domingo, 11 de marzo de 2012

Alfa


Por la noche soñé con mi muerte. Una estupidez. Caía al vacío y me abría la crisma. Por la mañana abrí el cuaderno de los sueños y antes de que se me olvidase me apresuré a anotarlo. Les conté a mis amigos el sueño sin saber desde dónde caía. Podía ser por el hueco de un ascensor, pero también desde la terraza de un edificio. Barajé todas las hipótesis. Nos comimos una paella en torno al sueño de quien cae para dejar sus sesos aplastados en el asfalto. Luego nos tomamos unos cubatas mirando la hermosa declinación del sol. Hubo más que aportaron otras maneras de morir en un sueño. Por asfixia, dijo alguien. Mientras con una mano sostenía el vaso. La otra la posaba en una rodilla desnuda. No sé si me hallaba en el fondo del mar, también podía ser bajo un alud de nieve, añadió. Solíamos despedirnos achispados, divertidos, insatisfechos. Y establecíamos una nueva cita. En cierta ocasión, cuando regresaba a casa después de una de nuestras reuniones, asaltaron a Alfa. Fueron brutales con Alfa. Apenas por unos billetes perdió la vida trágicamente. Alfa fue el único que aquella vez se limitó a decir que nunca había soñado una forma de morir. Otros para no quedar callados inventaron cualquier truculencia. A Alfa le metieron un cuchillo en el corazón y lo dejaron allí, como si fuera una nueva rama injertada en un tronco viejo. Luego lo patearon hasta hacer de él eso: un tronco sin cara de hombre.

La fotografía es de Arnulf Rainer

1 comentario:

anabel dijo...

Me he sentido en esa reunión de amigos, y casi he sentido la perdida de aquel que no supo soñar su muerte... un saludo