sábado, 5 de mayo de 2012
Sigma
Sigma pensó que lo mejor sería un llanto intermitente. Meterse en la cama y llorar a ratitos. Lo que ocurrió fue que se metió en la cama y enseguida se quedó dormida. Al final rió en sueños porque eran muy divertidos, en ellos reconocía a seres que se comportaban de un modo muy diferente a como en realidad eran. Algunos ejemplos: Polifemo, que solía comerse a los pastores, bailaba como si fuese a echar a volar entre tules; el hombre tímido del cuarto que enrojecía en el ascensor se desnudaba con talento al ritmo de una música sugerente; la profesora de religión eructaba en vez de dar los buenos días. Sigma sabía que lo único que se podía hacer era llorar sin consuelo por nada. Pero cada vez que lo intentaba, algo venía a impedirle su propósito y tenía que echarse a reír. La risa de Sigma era contagiosa, libre, gratificante. Las personas que merendaban con Sigma pasaban con ella una tarde inolvidable. El continuo malentendido de la risa de Sigma era uno de los millones de motivos que tenía para llorar. ¿No ves, Sigma, le decían sus amigas, lo fea que eres? Nunca tendrás un hombre, porque también eres tonta y además suspenderás los exámenes. Ella, sin embargo, no conseguía entristecerse, no se consideraba ni fea ni tonta. Su propósito era alcanzar una pena difusa, una melancolía abstracta en la que acunarse. Pero algo había en ella que se lo impedía y ese era su sentido del humor. Cuando aquel chico la sacó a bailar su cara se iluminó. Era tan torpe, tan tímido y apocado que sabía que estaba ante el hombre de su vida.
La imagen es una pintura de Vicent Desiderio
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Me ha encantado!
Besos
A mi también me ha gustado mucho
Publicar un comentario