sábado, 29 de noviembre de 2008

Declaración ante la Academia


La mayor parte de los señores académicos, críticos y profesores despreció mis escritos aduciendo que plagiaban obras mayores, en intención y envergadura, por lo que consideraban que entretenerse con ellos era perder el tiempo. Asímismo el público no especializado, al no encontrarse mi obra en los anaqueles de las historias comerciales, me desdeñó con esa pretenciosa suficiencia que tiene el público no especializado, el lector o peatón de a pie. Ello me llevó en su día a declarar un aspecto personal que me hubiera gustado dejar de lado, pero no hallé otra forma para encontrar un hueco entre las preferencias literarias del gran público, tras el visto bueno de los suplementos culturales. Señores, soy un mono, escribí. Un artículo en el que declaraba mi verdadera naturaleza de simio. Sin metáforas. Le pedí a un fotógrafo que viniese a mi despacho y me sacase una instantánea sentado delante del ordenador. Acompañé mi declaración con la fotografía, pero como hubo quien habló de fraude, de estrategia publicitaria y de tomadura de pelo, decidí llamar a un programa de la televisión para hacer las mismas declaraciones de viva voz. Con cierto anacronismo en mis maneras aparecí en batín, con o en pantuflas, y una cálida cachimba entre los dedos. El entrevistador me pidió permiso para pellizcarme. Para que el público viese que realmente yo era un mono y no un hombre escondido bajo un disfraz. Conté que había escrito un número no despreciable de relatos que los académicos se empeñaban en ignorar, lo que repercutía en la escasa difusión de mis libros entre el público mayoritario. Dejé claro que no pretendía poner por delante de la mayor o menor importancia de mi obra mi naturaleza de mono. Que no deseaba usar una anécdota extraliteraria para colocar mis libros en los anaqueles de los centros comerciales. Pero ocurrió, por supuesto. Encabecé todas las listas de libros más vendidos y fuí el escritor que más ejemplares firmó. En tertulias, cafés y foros de internet se comenzó a insinuar que mis textos eran endebles incluso para un simio. Y es que hubo una legión de monos que comenzó a bajar de los árboles para venir a las ciudades del mundo civilizado. Aprovechaban dos rutas que ya se habían consolidado con el tráfico de drogas y con la inmigración ilegal. Los monos contamos las cosas con una perspectiva particular, que no es ni mejor ni peor que la de los demás escritores, pero a la que la crítica no ha tenido más remedio que darle el nombre de perspectiva simiesca. Si nunca hubiese revelado mi naturaleza de mono, los señores académicos no habrían tenido la oportunidad de actualizar las categorías de sus manuales, lo que siempre es de agradecer en las disciplinas humanísticas, que en determinadas épocas padecen un anquilosamiento aparente frente a otras ciencias en continuo cambio. Los diarios de todo el mundo han colocado mi fotografía en sus portadas a raíz de mi ingreso en la Academia. La literatura ha conseguido la atención de todos los focos y miradas, señores y señoras académicos, gracias a un mono. No es mi intención personalizar tal honor en mi nombre, pero no quiero dejar de darle a mi especie el reconocimiento que se merece. Ni siquiera cuando fue admitida la primera mujer en esta noble institución se llegó a un nivel tan alto.
A estas alturas de la vida, con las edades que uno ya maneja, todos los reconocimientos los recibe uno con alegría, por supuesto, pero también con una relativa indiferencia, o un bienhumorado desapego. Nunca me atrevería a decir que desprecio. Acepto gustoso el honor de pertenecer a la Academia. Les doy las gracias a mis padrinos y a todos aquellos que apoyaron mi difícil candidatura. Espero cumplir con mis obligaciones dentro de la noble institución y no dejar de aportar mi perspectiva simiesca en todas aquellas tareas que puedan verse enriquecidas por la misma. Por otra parte, me propongo dejar de fumar, ya que por los estatutos queda expresamente prohíbido para todos los académicos de número. Antes de entrar en esta sala he dado las últimas caladas. Nunca he sido yo mono de pitillos o cigarros puros. Lo que siempre me sedujo fue la calma y serenidad que proporcionan los aparejos y el ritual de cebado y prendido de las pipas. Pero me avengo a los consejos de la ciencia médica y sobre todas las cosas a las normas de esta mi nueva casa.
Señoras y señores académicos, el público nos contempla como referencia y espejo en el que reconocerse. Soy consciente de mi papel como autoridad. Hasta en el país más importante del planeta un negro ha logrado ser presidente. La Academia no es ajena a las transformaciones que experimenta la sociedad. Ante todos ustedes lo digo con todas las letras, sin que suene a exabrupto o a provocación, sin elevar la voz, pero con una claridad rotunda. Permítanme que me aclare la voz con un sorbo de agua. Voy a dejar de lado los méritos literarios que considero que me han servido para ingresar en la Academia. Soy un mono.

5 comentarios:

Luis Recuenco dijo...

Interesante discurso. Muy bien podría haberlo firmado Pedro el Rojo.

Un saludo.

Diego N. dijo...

El mono y Kafka no encuentran su lugar en el mundo. Los académicos están más perdidos aún. Lo canonizado es un barco a la deriva.

Moverse entre atolones de vida, mientras tanto (mientras siempre), no está tan mal.

Un saludo

Anónimo dijo...

Ay, los académicos :))
Es verdad, hay que ver la suficiencia que tiene el personal, a mí me asombra.
Estás guapísimo en esa foto.
Te pellizco a ver si te despiertas de este sueño kafkiano en el que te has sumergido?
Fui, ya no se acentúa (perdón)
Es que la inmigración ilegal es una potente compentencia futura (Dios...qué imaginación tienes!)
No dejes de fumar, mira...mi Marías.
Besos,

nomesploraria dijo...

Me ha gustado tu comentario sobre los reyes magos en FRK. Por eso estoy aquí, te leo.

Carlos Frontera dijo...

Pues encuentro que esto se da con frecuencia: la primacía de la naturaleza del autor sobre la obra.
Mal van las cosas cuando un autor es más conocido que su obra, creo.