domingo, 6 de febrero de 2011

Inventos


Cigarette Pack Holder, 1955

En el cielo había nubes, lagartos, espárragos, flores, monedas. Me detuve y le señalé generoso a mi acompañante un banco de carpas que en ese instante lo cruzaba.
-Me horripila el silencio, le dije. Me he pasado la vida inventando cosas. Todas las que ya existían.
Me miró. Puedo decir que mi acompañante era el futuro. Un hombre apenado, a veces mujer, según le diera la luz se iba modificando. Me miró, he dicho.
-Lo sé, has existido tus silencios en inventos sin porvenir. Digas lo que digas. No olvides que soy una divinidad entristecida.
Inventé la muerte. Yo. Antes de mí, pensaba, no existía en el mundo. Las pobres gentes se morían sin muerte. Yo fabriqué un cacharro, un molde. La muerte sin muertitos. Luego las pobres gentes me fueron trayendo sus muertitos para que en el cacharro, en el molde, yo los etiquetara de muerte. Violenta o natural, precipitada o tardía. Dejé el chisme en la calle. Desapareció, pero las pobres gentes se fabricaron uno propio. En cada casa había muerte antes que los muertitos y después.
Pero yo nunca me enriquecí. Siempre inventando algo y abandonándolo después en un jardín, en una playa, en un dormitorio.
Una tarde de domingo inventé el amor para los enamorados, que antes de mí no existía, pensaba yo. Les gustó, les vino bien en general, aunque siempre hay quien le da malas aplicaciones a un invento.
-Me espanta toda palabrería, le dije a mi acompañante.
Me miró. Puedo decir que mi acompañante era el pasado del pasado. Un tipo circunspecto, con bombín y paraguas. Llevaba un diccionario dentro de la camisa, allí donde todos los hombres, las pobres gentes, tienen el corazón. Se golpeó en la cubierta, como diciendo pues con bueno has ido a dar.
-Eres una sombra clavada, me dijo. Un trozo de tierra reseca en la que cae la lluvia.
Inventé el tiempo, que no estaba inventado, me parecía. Había relojes, mucha filosofía, obras de arte. Les di a las pobres gentes de mi ciudad una linterna con la que podían alumbrar el futuro. Salían apenados, como si hubiesen visto una película muy triste. Con la misma linterna podían alumbrar al señor del bombín y el paraguas, que al instante se derretía, lo que provocaba decepción.
Ahora estoy inventando el humor para las pobres gentes que ríen. Es un cacharro con una escobilla en la punta. Pero aún no lo he probado. El humor, que me parece tan necesario y a nadie se le ha ocurrido inventar, cosa que no entiendo. Le he puesto pechos a la maquinita, como naranjas.
-Estoy asustado, le dije a mi acompañante, que leía lo que acabáis de leer. Todo es ridículo.
Me miró. Puedo decir que mi acompañante era un bebé que apenas sabía imitar el ladrido de los perros. Ladró, a su manera.

2 comentarios:

Lansky dijo...

Puedes parecer Magritte en escritor, pero hay cosas bien realistas en lo que dices, el amor, s einventa mucho después de que existan enamorados, aunque ya será a partir de entoces distinto. Como tú.

Unknown dijo...

Este relato tan delicioso se toma con leche, café, galletas y ganas.

La máquina de humor parece ser un hisopo para el endocérvix, para citologías, pero no da mucha risa.
:-p