martes, 3 de abril de 2012

Lambda


Vuelve nuevamente a mirar para ver que no viene. No es de esos que te dicen yo no espero ni cinco minutos. Él está dispuesto a esperar cinco días en una esquina. Y de igual manera con las llamadas telefónicas. Pone el móvil sobre una mesa y se sienta a mirarlo, a mirar que no suena. Abre el buzón para ver que no le ha llegado la carta que nadie le ha escrito. No necesita las pruebas que Lambda no le da, ni los besos ni las palabras. Se acuesta a esperar las caricias que no le llegan, y de esa forma él es feliz porque la reconoce a ella en todo lo que le niega. En lo más hondo Lambda le arrebata la existencia, pero no se va a preocupar él por una nimiedad así. En alguna parte se habrán de producir sus encuentros, a algún lugar habrán de llegar sus mensajes, ¿en qué país, o mejor dicho, planeta, los besos de Lambda se estrellarán contra los pulposos labios de quien no la desea? Aquí, mientras tanto las cosas son como son y más vale aceptarlas bien que mal.

La fotografía es de Norman Parkinson

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