miércoles, 11 de abril de 2012
Ni
Ni perseguía a aquellos tipos como si se moviese por una ciudad acelerada. Nos valdría imaginar una película de la época del cine mudo. En una barbería, por ejemplo. En una floristería, en una pastelería. Lugares predispuestos al gag. Era un mocoso todavía ese Ni, levantaría poco más de un metro del suelo, pero pasaba la mayor parte del tiempo fuera de las aulas. Se buscaba la vida, hacía bien los recados, y como le gustaba la compañía de los adultos, allá que iba él. Estaba todavía muy lejos de ser el Ni que todos conocimos años más tarde, pero lo podemos imaginar a tenor de lo que alguna vez ha contado. Sus padres lo esperaban ansiosos cada día. Entre ellos usaban el lenguaje de los signos y la pantomima. Ni les hacía imitaciones de los conocidos con los que había pasado la jornada, representaba las ocupaciones y tareas a las que se había entregado y finalmente se sacaba del bolsillo un buen puñado de monedas y unos cuantos billetes. Si tuviese que elegir una época feliz de su vida, sin duda Ni se quedaría con aquellos meses.
En la imagen Harold Lloyd
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Hola, Antonio, he leído tu novela "La memoria del gin tonic" y me ha parecido un muy decente 'opera prima'. Estoy seguro que lo que te queda por contar, que seguro es mucho, dará que hablar, y no sólo a los críticos.
Un abrazo,
Luis
Muchas gracias, Luis, me alegro de que te haya gustado.
Un abrazo también para ti.
Publicar un comentario