miércoles, 9 de abril de 2008

Escondido para mí


Ocurrió sin que me diese tiempo de pensar en nada. Pulsé uno de los botones y cuando alguien me preguntó quién era le dije que correo comercial. Pero una vez dentro del portal no supe a qué piso había llamado, puesto que iba distraida. Le dí un repaso a los nombres en los buzones y me decidí por aquel en el que figuraba uno de mis favoritos, qué curioso, que por no ser frecuente, pero al estar allí, por eso mismo, adquiría cualidades de señal del destino. Fabián ramírez Linares. Escrito así. Y Lourdes Carson. Así también. Mi nombre favorito es Fabián, no Lurdes. En el espejo del ascensor me repasé la ropa, puse la falda en su lugar y me limpié las comisuras de los labios de pintura, un marrón oscuro. Fue ella. La que abrió la puerta. Supuse que Fabián estaría en el trabajo. Me dijo, supongo que Lurdes:
-Pasa, enseguida estoy contigo.
Era evidente que me confundía con una persona a la que estaba esperando. Cuando volvió me encontró sentada en la silla, cabizbaja. Arrepentida.
-¿Es la primera vez que vienes?, me preguntó.
Moví la cabeza afirmativamente antes de encararla.
-Tranquila, todo es muy sencillo.
Al oír esas palabras me alegré de estar allí y no en cualquier otra parte.
-¿Entonces lo acordado por teléfono?
-Sí, le dije.
Me señaló el paso a la habitación contigua. Estaba en penumbra, pero estratégicamente alumbrada en algunos puntos por velas aromáticas. Ella se sentó a un lado de la mesita y me invitó a ocupar la silla de enfrente. Sobre un tapete de terciopelo había una baraja de cartas, unas piedrecitas de colores amontonadas, varios ángeles, una jarra y un ramillete de listones de madera con inscripciones de caracteres chinos. Me adelantó un vaso de agua al que le añadió unas gotas de tinte azul, que al ir diluyéndose adoptaban diversas formas fantasmales.
-Bébetela, me ordenó.
Repitió la operación. Otro vaso, esta vez con unas gotitas de tinte amarillo. Y también me lo bebí. Al tercer vaso de agua completo (no podía dejar nada), después del tinte rojo, ya me estaba orinando. Me entregó uno de esos recipientes que se usan para las analíticas. Cuando regresé con él, lo traspasó a otro vaso. Lo levantó en medio de aquella penumbra. Me dijo:
-Ahora piensa en lo que hablamos esta mañana.
Me quedé pensativa, pero porque no sabía qué pensar. Era evidente que estaba ocupando el lugar que le correspondía a otra persona. Intenté fingir unos pensamientos que no fuesen míos, pero sólo se me venían a la cabeza las preocupaciones propias. Aquellas que llevan a una chica, a una mujer, hoy en día el término chica es muy extenso, a actuar como yo lo hacía. Tocar en la puerta de unos desconocidos y dejarse llevar por la típica comedia de los errores. No era la primera vez que actuaba así desde que estaba sola. El sinsabor de la vida de los últimos meses me impulsaba al sinsentido.
Cuando Lurdes la nigromante se llevó el vaso a los labios dí un respingo, y cuando se tragó lo que yo había meado me puse automáticamente de pie y le dije:
-Perdona, pero aquí hay una terrible confusión.
No obstante, Lurdes ya no estaba en sí. Comprendí que nada de lo que pudiera decirle tendría efecto sobre ella.
-Lo que buscas está escondido en el jardín de tu casa paterna, debajo de la pérgola.
Me quedé callada, a la espera de que saliese de su trance. Mi padre no reconocía ni su rostro en un espejo, así que menos recordaría que había vivido sin jardín y sin pérgolas. Permanecí muda. Poco a poco Lurdes fue volviendo a su ser.
-¿Has averiguado lo que querías saber?
-Sí.
Supuse que no se acordaba de nada de lo que había hecho o dicho durante el trance. Igualico que mi padre, cuya existencia actual, desligada de los recuerdos, era como un pedazo de madera en medio del mar. El trozo de una nave abatida por las olas y el viento. Casi como yo, que iba de un lado para otro, vistiendo los ropajes de la desorientación más absoluta. Allí donde veía que se formaba una cola me ponía. Cuando llegaba mi turno fingía interés o necesidad, pero me era indiferente asistir a una ópera o sacar dinero de un cajero automático.
-No tengo una tarifa. Puedes darme lo que quieras.
Como no tenía dinero, le entregué la alianza de casada, que seguía llevando en el dedo a pesar de todo. Me acompañó hasta la puerta y antes de cerrarla me dijo:
-Has hecho bien en deshacerte de él.
En el ascensor pensé que quizás todo aquello tenía más sentido que el aparente. A lo mejor los errores son una cadena. A lo mejor al final de una sucesión de extravíos se llega al lugar de los aciertos. Entré en un bar y había unos chicos jugando a los dardos. Una anciana le daba de comer a la máquina tragaperras.
A ver, me dije. Piensa. Un jardín y una pérgola. ¿Tan segura estás de que siendo pequeña no viviste en una casa que los tuviese? Pero sólo me acordaba de apartamentos pequeños, de alquiler, en los que papá y yo no solíamos pasar más de un curso. Una niña que miraba las cosas como si las cosas no existiesen, como si fuesen formas fantasmales, y un hombre viudo que se ganaba la vida con una baraja.

Me gustan los puentes por las posibilidades que te ofrecen: una orilla u otra, o bien el vacío. Lo crucé como tantísimas otras veces. Pensando en lo que es un puente. Me asomé para ver la corriente y no pude dejar de pensar que en alguna parte, en el jardín de una casa llena de amor, bajo la pérgola en la que se habían columpiado todos los sueños de una familia, había algo escondido para mí. Sólo para mí. Mirando el agua que pasaba por debajo me entraron unas ganas irreprimibles de mear.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy Bueno, me pasaré más por aquí..

Ton de Bass dijo...

Lo he leido dos veces. Consigue un efecto muy bueno. Me gusta.

Marina Culubret Alsina dijo...

un relato que me recuerda situaciones vividas (sobre todo lo de decir "correo comercial" para que me abran) y que me hace sonreír un buen rato.

saludos...!
:-)

Enrique Páez dijo...

Inquietante. Lo que no se dice, dice casi más de lo que se dice. FElicidades

Carmen dijo...

¿Tendremos también otros algún regalo escondido debajo de pérgolas o en una caja olvidada? Ah... las posibilidades....

hombredebarro dijo...

Siempre que quieras, jordi.

Ton, ¡dos veces! Gracias.

marina, a falta de otro santo y seña, "correo comercial" abre más puertas de lo que parece.

enrique, me alegro del adjetivo "inquietante" que le aplicas. Lo que no se dice es como eso que en la vida no se sabe, pero que nos atrae. Como escritor lo que no digo no lo conozco, pero es lo que más me interesa.

carmen, seguro que hay por ahí más de una cajita que nos espera sin saberlo.

Gracias a todos.

Fernando García Pañeda dijo...

Me gusta leer y escribir sobre esas cajitas escondidas. Y me gustaría ayudar a encontrarlas, pero me conformo con mi granito de arena.

Marisopli dijo...

Me gustan estos relatos abiertos como un abanico que tapa un misterio y que llevan a un borde que depende de la lámina elegida. No sé si me voy a caer en el equilibrio que estoy haciendo.

hombredebarro dijo...

Fernando, quizás por el misterio que encierran: ¿qué es lo que hay en una caja que está cerrada?

marisopli, me alegra mucho tu comparación, has acertado mucho más que yo a la hora de expresarlo.

Gracias miles.