jueves, 8 de enero de 2009

Salinger y Obama



El día 1 de Enero, según dice un periódico atrasado que he tenido entre manos esta mañana, cumplió 90 años el escritor Jerome David Salinger, autor de “El guardián entre el centeno”. La foto que ilustra media página por encima del artículo lo muestra con un gesto huraño y hosco. Los ojos espantados, la boca abierta por la sorpresa y la protesta, y un brazo encogido con el puño cerrado, como si quisiera darle un mamporrazo de revés a la ventanilla de un coche, desde cuyo interior podría haberse hecho la foto. No tengo ni idea de cuáles fueron las circunstancias que rodearon la instantánea, pero el modelo elegido no está de acuerdo, eso es evidente. Al pie de la imagen decía: “fotografiado en los ochenta en el pueblo de New Hampshire en el que vive recluido”. Ya entonces parecía un anciano con el pelo y las cejas completamente blancas y unos pronunciados surcos en la frente, pero lo que más me llama la atención es que su vestuario, compuesto por una camisa, un jersey y una chaqueta, tiene ese aspecto rancio de una higiene poco aireada. Salinger no ha publicado nada después del relato Hapworth, 16, 1924, en el año 1965, en forma de carta. La única entrevista que ha concedido en su vida fue la que hizo por teléfono con un periodista del New York Times, en 1974. Como todas, su actitud me parece respetable, la del escritor famoso que elige crear su mito desde el ocultamiento, la invisibilidad y el escondite. Como todas, su actitud es altamente discutible, precaria, paradógica y pueril. Las vidas parapetadas detrás de la intimidad, como si ésta fuese un secreto, se me antojan como las pompas de jabón. En el momento de romperse no queda nada de ellas. Quizás sea esto lo que persigue Salinger. Si no recuerdo mal en alguno de sus relatos había historietas de inspiración taoista que no se llevarían mal con ese deseo de desaparecer sin dejar rastro. Cual pompa de jabón. Lo que ocurre es que el empecinamiento por salir de escena de un modo tan limpio y eficaz produce el efecto contrario. Salinger inmortalizado en una imagen tan penosa como la que arriba hemos descrito, y que también ilustra este artículo. Si uno lo piensa bien, mucho más ocultos están esos escritores de aire relamido, que se entregan al mercado publicitario con sus sonrisas promocionales. Al ser mucho más falsos, al entregarse por medio de una máscara tópica, la esencia de cada uno se vuelve más intocable. Son cosas de la vida, pero son. Como en el caso Obama, cuyo ascenso a la Casa Blanca no creo que signifique nada más allá de que EEUU sigue siendo un país joven, capaz de meterlo todo en el mercado. Habrá pronto un presidente de ascendencia china. Lo que más me ha interesado de Obama, sin saber sobre él más que lo que me ocuparía un sólo párrafo, es que fuma. Pero quiere dejarlo. Hace mal. Hombre, está en su derecho de querer dejar de fumar. Cada quisque es libre de meterse humo dentro o no. Pero hace mal en hacer declaraciones sobre sus pequeños vicios o placeres. Al parecer ha intentado dejarlo en varias ocasiones sin llegar a conseguirlo. La Casa Blanca es un espacio libre de humos y si le entran ganas de echarse un pitillo después de cenar ha de salirse a un balcón, lo cual está desaconsejado por el servicio de seguridad. Cualquiera que haya estado en el cine sabe que un francotirador te acertará en el entrecejo en mitad de la noche, guiado por el ascua incandescente en la punta de tu cigarro. Obama quiere llevar una vida más sana y no desea violar las normas en la Casa Blanca. Me parece bien. Todos tenemos derecho a ser un muermo en vida y dos muermos después de muertos. En la vida de Obama todo ha de ser transparente como el cristal. Un tema como éste, de si se echa unas caladas o no, se convierte enseguida en asunto de interés público. En Obama no puede haber ocultamiento, secretismo ni pequeños vicios escondidos. Ese modo sano y trasparente de mostrarse a los demás es, en realidad, otra paradoja. A estas alturas Obama nos pone por delante esa y otras cortinas de humo, para guiar nuestro interés lejos de esas sombras oscuras, que le acechan en los espaldares del poder cual alas siniestras. En un hipotético, pero poco probable, encuentro entre el viejo escritor y el joven emperador negro me pregunto si remedarían la escena clásica entre el cínico Diógenes y Alejandro Magno, cuando lo único que deseaba el primero del segundo era que se le quitase de enmedio, pues le estaba tapando los rayos del sol, lo cual a estas alturas comienza a tener poco interés, o si quizás serían capaces de montar su propia viñeta mitológica. En el segundo caso tocaría imaginársela, puesto que supongo que no se facilitarían muchos detalles. Así se da pábulo a las leyendas.

4 comentarios:

Joselu dijo...

La personalidad de J.D.Salinger ha quedado al descubierto por la biografía que hizo de él su propia hija y algunas de sus amantes. Lo que sé de él es no sólo decepcionante sino repulsivo. Su utilización de su mito para seducir a jovencitas que abandonaba en cuanto cumplían no sé si veinte años, sus malos tratos psicológicos a su hija que lo consideraba un egoísta absoluto que menospreciaba el dolor ajeno, pero sobrevalora el suyo. Según los relatos es personaje miserable, cruel, incapaz de aceptar los errores de los demás, aficionado a las sectas (su apego a su propio culto ya es una secta)como la dianética o la cienciología. Un hombre real de carne y hueso de opereta y comedia bufa. Otra cosa es su obra, admirada asimismo por su propia hija y por decenas de miles de lectores. Mejor leerlo que conocerlo personalmente.

leo dijo...

Según la leyenda, es casi mejor que Salinger se retirara de la vida pública y no aireara sus miserias.
Me da ternura eso que cuentas de Obama: lo humaniza, lo acerca a la gente. Quién sabe: igual es otra estrategia (qué mal pensada, ¿no?)
Me ha encantado la entrada.
Un saludo.

Carlos Frontera dijo...

No dejan de resultar curiosos estos casos de escritores que un día deciden no volver a publicar (que no a escribir), al menos no con el nombre con el que venían haciéndolo, que vete tú a saber si lo han seguido haciendo con otro.
O en un blog. No resultaría descabellado que Salinger u otros tantos hayan encontrado en los blogs el medio para retirarse de la escritura sin por ello dejar de publicar.
En cuanto al humo de Obama, me da a mí que cada calada está estudiada al mínimo detalle, que no improvisa un haro ni prende una cerilla en la barba de tres días si no estaba en el guión.

Anónimo dijo...

Pues aquí, aprendiendo.:)
En cualquier caso, ¿no te parece que a veces se le da mucha importancia a la escritura? Creo que un buen ejemplo de vida es Benedetti.
Es verdad que las grandes creaciones vienen muchas veces de un desequilibrio interior, pero no debe olvidarse el compromiso del creador, el que tiene el poder de la palabra, con su entorno.

En cuanto a Obama, pese a lo que sea, es un aire nuevo, solo espero que todo transcurra con normalidad.Lo que todo ello significa para un negro-americano, supongo que es difícil de sentir desde Europa.

Besos