domingo, 13 de septiembre de 2009
Una enfermera
Calendario Vogue de Terry Richardson, el mes de Agosto de 2009 es Jourdan Dunn
Si sólo te describo el uniforme pensarás que esta chica vivió hace cuarenta, no sé, cincuenta años, pero si te digo que trabaja en una clínica privada que se llama Monte del Cielo y que lo que se pretende es que el cliente, o el paciente, se sienta como en el cielo, aceptarás conmigo que no sólo no hay anacronismo entre esa minifalda blanca cortísima, la cofia y los zuecos y la tecnología que tiene implantada en su clítoris para disfrutar al máximo de las sensaciones digitogenitales, sino que entre el aspecto externo y las convicciones más íntimas hay una continuidad perfecta, sin contradicciones, reservas o traumas. Seguimos en el siglo 21, con aires de pop vintage. ¿Es que nunca está uno del todo en el futuro? Hay quien sí, por ejemplo, el hombre que viaja a los próximos 15 minutos, pero no todo el mundo tiene superpoderes, casi nadie, para seguir con la misma tónica de inexactitud. Y por el momento este es el capítulo y la presentación de la enfermera, a la que vamos a darle un nombre sugerente, poderoso, imbatible, qué te parece, te pregunto, Casandra. Casandra, desde ahora. Y a veces la enfermera. Pero su aire, no dejémonos llevar a engaños, es frágil, aniñado. Hay pacientes, clientes sin tapujos, que piensan que Casandra y sus compañeras no son tituladas en enfermería, malpensados, porque todas ellas han sido excelentes estudiantes y ahora son profesionales de una competencia contrastada. La belleza a veces nos nubla el pensamiento, nos agita los sentidos y nos enerva los neurotransmisores. Si caminas por los pasillos de Monte del Cielo te parecerá que te adentras en una mansión de sensaciones sutiles, a través de uno de esos filtros que hacen la luz mucho más sedosa de lo que es, como si le pusieramos a la lente de nuestros ojos una media. Allí los enfermos no parece que tengan cáncer sino spleen. No es cuestión de dinero, sino de educación, dicen ellos. Casandra lleva en su silla de ruedas a doña Carmen, a la que le han sido amputadas las dos piernas. Doña Carmen se ha puesto esta mañana unas perlas y se ha repasado los labios con coquetería. Tienen que hacerle unas placas.
Es todo lo que tú esperas. Las enfermeras están liadas con los médicos. En el caso de Casandra tiene un affair con alguien a quien todavía es pronto para desvelar. Se perdería la gracia. Y en eso consiste mi trabajo. Te aviso: estoy ingresado en Monte del Cielo y me parece que desde hace poco muerto, pero nadie se ha dado cuenta aún. No van a tardar en descubrirme, quizás unos segundos, pero más que suficientes para mí, con los superpoderes que te confiere la muerte, para contar todo lo que me he propuesto.
Cuando Casandra entra en una habitación la seguridad de su carácter encauza los titubeos, la melancolía, los sueños inquietos de la noche, de modo que los pacientes recobran la compostura y se incorporan en la cama al tiempo que ella levanta las persianas y deja pasar la luz natural. Ella levanta las piernas y deja que un toro negro la embista. Su belleza quebrada, sutil, efímera les despierta los deseos. De protegerla, de someterla, de contemplarla, de compartir con ella unos segundos más. Nadie adivina la existencia de Casandra fuera de allí. Ni clientes ni compañeras ni el amante ni los familiares que van de visita. Pero nadie pocas veces es nadie. Como ya supondrás, lo que viene ahora es su vida fuera de allí precisamente. Casandra cuando no es enfermera, cuando no es frágil ni aniñada, Casandra cuando no es hermosa ni amable, sin el uniforme ridículo con el que se ve obligada a trabajar, lejos de Monte del Cielo. Ni siquiera puede seguir llamándose Casandra, porque su nombre verdadero es Gloria. De hecho es Gloria también en el hospital, para sus compañeros, no para el amante misterioso, para los pacientes que fantasean con ella abierta de piernas con un toro incrustado en su centro, para su novio de toda la vida, desde los 15 años. Y como ya te estarás temiendo, Monte del Cielo es un hospital masificado, lleno de rencores contra la vida y de dolor. Eso sí, Monte del Cielo se llama Monte del Cielo, hace un rato y ahora. Poder cambiar de nombre es una gran ventaja, uno de esos superpoderes que te da la muerte. Porque la muerte lo invade todo, lo ocupa todo, es todo cuanto existe en esta historia. La muerte tiene todas las ventajas económicas, elimina los complejos, te libra de llevar encima cargas inútiles y lo que es más importante: te da libertad de movimientos. Gloria se cansó de ser Gloria, de llamarse Gloria, y yo la llamé Casandra. Mira: es Inés, Luisa, Marcela, Pati, Juana, Tere, Sonia. Es la enfermera. La enfermera entra en la biblioteca del hospital, que está al lado de la capilla. La biblioteca tiene dos partes diferenciadas: una general para pacientes, y la restringida, de uso profesional. La enfermera se acaba de descubrir una manchita en el brazo y quiere hacer una consulta. Que gran tragedia se avecina, que drama tan fuerte, de qué forma una chica como ella, en la flor de la vida, puede llegar a asumir lo que ya estás pensando. Pero sin esperarlo se halla de repente ante alguien que la perturba, alguien que la saca de sus casillas. Quien cada vez que se encuentran la da un nombre que no es el suyo, la llama Casandra. También trabaja en Monte del Cielo, pero no es el médico que ahora te esperas, sino un camillero sin estudios, sin modales, no demasiado limpio y por más señas, lenguaraz, que nunca hubiera sido admitido en ese Monte del Cielo idílico que hemos descrito más arriba. Mientras la penetra desde atrás con fuertes sacudidas una anciana los contempla desde la camilla abandonada en un rincón, la vieja babea sin entender lo que está viendo. El camillero no suelta en ningún momento algo que lleva en una mano, la cartera que le ha birlado en el ascensor a un tipo. Un tipo al que pronto le quitará el reloj. Una parte de la biblioteca se va a ocupar con los encamados por la pandemia, le susurra al oído aquel gañán que sólo la soltará después de un aullido. Desde la ciudad, Monte del Cielo brilla siempre en un alto como el gran escudo de un guerrero mitológico durante el día, por la noche parece un gran centro de operaciones extraterrestres.
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1 comentario:
No, es que me estaba imaginando un torito de esos de "osborne" de carretera pero en pequeñito,una pegatina de esas que llevan algunos coches para que quede clara su localización geográfica... pues eso, una pegatina de torito estmpada ahí en el mismísimo de Casandra, y me estaba dando la risa floja.
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