sábado, 3 de octubre de 2009

La finca de los crímenes: tipiquísimo




A orillas de río Lérz, en la finca del mismo nombre, los tres hermanos se han ensarzado en una de esas sordas discusiones familiares, que cualquiera quiere presenciar através de un agujero practicado en la pared, o en una pantalla, siendo, sin embargo, ciertamente embarazoso que te pille de marrón cenando como invitado en el comedor.
-¿Me pasas la sal?
-Toma la sal.
-Creo que ella ya no está.
-Yo creo que es él el que se ha ido.
-¡Mamá!
-¡Papá!
Cae una botella al suelo.
-La has empujado tú con el codo.
-¿Yo? De ninguna manera. Ni la he tocado.
-Se han ido los dos.
Silencio.
Los tres hermanos sentados a la mesa. Gloria está hermosa y triste, como de costumbre. Es ella la que piensa que los fantasmas de papá y mamá se han marchado definitivamente y, aunque era eso lo que querían, no puede evitar apenarse. Le gustaba el olor a baúl, a enaguas de muchacha, a paraguas y a pies, que iba encontrando por los rincones. Ya hace días que esas fragancias han desaparecido en ciertos lugares y en otros son muy tenues. Acaba de averiguar que los fantasmas del Japón no tienen pies. Papá y mamá sí, cómo si no aquella persistencia en el aire.
-Ya no huele a ellos, dice.
-Ya no apesta, querrás decir.
Pedro tiene el pene embadurnado en purpurina dorada fuera del pantalón, como si fuera un falso ídolo. Es de la opinión de que quien se ha marchado es el fantasma de la madre.
-El aire ya no está tan electrizado, arguye.
-Dios mío, si hay alguien que crispa las vibraciones de esta casa eres tú, le dice Gloria.
Jesús dice:
-Haya paz.
Parece un faquir y de hecho en su plato la sopa está salpicada con unos vidrios que él mismo se ha encargado de moler. Es él el que piensa que se ha marchado el fantasma de papá sin mayor argumento que el simple parecer.
-Me parece a mí, es toda su argumentación.
-Las presencias invisibles de esta casa están en retirada, dice Pedro, satisfecho. La purpurina de su pene no sólo brilla, además campanillea.
Añade el brindis que dice:
-Viva México, cabrones.
Pero ni Gloria ni Jesús lo secundan.
-Imbécil, le dice ella.
En ese preciso instante un pitido agudo procedente del cielo y cada vez más cercano les hace levantarse de la mesa y salir a la finca.
-Viene de la piscina.
Cuando llegan allí la nave ya está posada sobre el agua. Se abre una puerta, pero no sale nadie.
Jesús está muy nervioso, casi se atreve a decir que vienen a buscarlo, pero los minutos se alargan sin que nada suceda. En un edificio de pisos contiguo a la finca, un solitario observador contempla la escena desde su ventana mientras fuma.
-Mirad, dice Gloria.
De las azaleas, que parecen agitadas por viento que no sopla nada más que ahí, surgen unos jirones de niebla espesa o espectral.
-Son ellos.
-Son ellos.
-¿¿Quienes??
-Papá y mamá. Se marchan.
Los fantasmas suben a pie por la rampa. Luego baja uno de los tripulantes de la nave. Cualquier intento descriptivo que se haga aquí está condenado a contribuir sólo a tu confusión. Digamos, por ejemplo, que el tripulante va pasando por diversas abstracciones y entre ellas hay intervalos en los que aparecen formas más o menos reconocibles de grandes iconos de la humanidad. Sólo que todos pertenecen a la cultura bollywoodense.
-¿Adónde los lleváis?
La respuesta se concreta en una versión india de Échale la culpa al boggie.
-No me lo puedo creer, dice Gloria.
Por un momento entre las metamorfosis por las que va atravesando aquella masa energética aparece la del actor Jean-Claude Van Damme.
-Ahí, deja a ése, dice Pedro.
-A ver si nos enteramos de algo, dice Jesús, que ya está viendo que sus esperanzas de abducción se esfuman.
-La raza humana es una malformación energética, anuncia el actor, en varios idiomas.
-Jean-Claude, soy un gran admirador tuyo, dice Pedro.
-No seas burro, no es él, es sólo su apariencia.
-No, no, sí que soy el verdadero Jean-Claude Van Damme.
-¡Ostras!
-¿Te han abducido? ¿Me podrán abducir a mí?
-No sé, aquí todo el mundo es alguien. ¿Tú quién eres?
-Jesús.
-¿Jesús de Jesucristo?
-Sí, dijo tímidamente Jesús, mirando a uno y otro lado a sus hermanos.
-No sé, mira yo traigo una misión.
-Toda mi vida he estado esperando este día.
-No puedo dejar testigos.
-¿Eso que significa?
Jean-Claude sacó de alguna parte una inmensa pistola y sin apuntar le encajó un disparo en la frente al vecino que seguía todo este episodio desde la ventana de un cuarto piso.
-Entendemos, dijo Jesús, algo preocupado a estas alturas.
Luego JCVD apuntó hacia donde estaban los hermanos y sin darles tiempo a que se mearan encima los acribilló a balazos. A los tres en un santiamén. La finca se quedó en paz. La nave plegó su rampa y enseguida subió hacia el cielo. Esa misma noche una raposa dejó a todas las gallinas decapitadas.
Con el frío de la madrugada los fantasmas de los tres hermanos comenzaron a removerse en el suelo. Al levantarse se dieron cuenta de que les faltaban los pies.
-Como a los japoneses, dijo la Gloria espectral.
-Vamos a la casa, dijo Pedro.
-Qué hermoso, dijo Jesús.
En la casa encontraron a gente desconocida durmiendo en sus camas. Quizás lo que para ellos habían sido unas horas en el otro lado habían sido meses o años.
-¿Y ahora qué?
¿Quién no se pregunta eso?
Todo es muy raro: JCVD no solía usar armas de fuego. Su especialidad eran las artes marciales. Y no era un mal tipo. Quizás es que todo muta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los relatos que comienzan con expresiones triviales...Pásame la sal...traen malos presagios.
Mutans mutandis
Besos

Carmen dijo...

Mira que es triste que sea JCVD el que termine convirtiendo a uno en un fantasma, encima con un disparo... me voy a llorar a una esquina (y a esconderme)