jueves, 1 de octubre de 2009

Los ciber



Fotograma de I walked with a zombie

La inspiración para escribir Los zombies viajan en patera le llegó a Andrea de Vicente de ir casi todas las noches a distintos ciberlocutorios. Allí estaban los negros en la puerta charlando, o dentro enviando dinero o chateando. Andrea usaba los foros de internet para escribir de sus obsesiones literarias. Usaba diferentes nicks. Carnecruda, Golem, Payaso, eran algunos de ellos. Nunca se presentaba como el autor de cierto prestigio en el que se había convertido con su seudónimo de Andrea de Vicente. La editorial usaba para las promociones la fotografía de un tipo de espaldas ante los estantes de una biblioteca. Alguien que le había contado una historia a Gloria, la Casandra de Casandra, hermana del autor. Un hombre que iba de biblioteca en biblioteca, tomándolas como un lugar en el que pasar la noche para darle a su insomnio un sentido. Gloria le había robado una instantánea con el móvil en el momento en que absorto buscaba para ella un libro. El hombre le había dado quizás un nombre apócrifo. La historia se la había contado Gloria a su hermano Pedro, no siendo en esa historia Gloria Gloria, ni Pedro Pedro. El pernoctador de bibliotecas decía ser un tal Julio Yllera. Payaso puso el nombre en Google y no le costó nada encontrarlo. Un foro.

Ahora sólo existo aquí. Vivo aquí. No me interesa el mundo exterior, ahíto de desafueros. No creo siquiera que sea el real como algunos, fascinados por el espejismo, aseguran. Tampoco me conmueven las noveles lecturas y escritos, hijos también de la mundana ambición. Sólo me gusta este vacío. Amo a los no-escritores, los no-lectores, que se asoman como yo sin decir nada a este lugar baldío, silenciosos, meditabundos, ensimismados en su sopor ágrafo. Los veo pasar como sombras apenadas y les otorgo mi muda bendición. Deseo su redención, pero no sus palabras. Me bastan con las que ya poseo para siempre.

Este era sólo el párrafo final de un comentario que Yllera había titulado Epí-logo.

Luego entabla un diálogo con Tánatos.

Deja de lloriquear y de lamentarte. No conseguirás nada a base de jeremiadas. Es de mal gusto y me vas a poner el foro perdido de lágrimas y mocos. Además, es fatal para ligar y echar un polvo, cosa que no te iría nada mal. Las tías hacen como que se ponen tiernas con los atormentados pero, en lo que te descuidas, se acuestan con los machotes, así que tú verás.

Vive y escribe sin esperanza pero sin desesperación. Cuando lo hayas conseguido, -cuesta toda una vida lograrlo-, vuelve. Aquí estaré. Yo no tengo a dónde ir.


Le decía al pobre Tánatos.

Más adelante el indio John y Muchasuertebarro querían hacer comentarios pretendidamente graciosos. A éste último Yllera le dedicaba el siguiente:

¡Qué refinada tortura no poder renunciar a las palabras! No pudo ser otra la maldición de Yahvé al expulsar a Adán del Paraíso: Hablarás. O mejor: No podrás callarte. No conozco otra peor. Haciendo de la necesidad virtud -por usar, no sin asco, uno de esos bubosos apotegmas que tanto os gustan-, os habéis dedicado a exaltar con tal insistencia el estigma de la facundia disfrazado de arte que habéis conseguido llenarlo de trampantojos para engañar a los ingenuos. No eres bienvenido. Vuelve con tu coro de aduladores y déjame en paz.

Aparecen también Blues catanzzaro y cuarentaytres en diferentes intervenciones, a los que él les contesta:

Detesto que llenéis mi transparente cuaderno de absurdos textos que ni vienen a cuento ni explican la desolación. La alegoría como estilo es un fracaso del que escribe, deberíais saberlo: la excusa del que quiere y no puede.

Y más adelante:

Las aguas vuelven a su cauce. Encontraré la soledad perfecta que tanto he buscado y que he postergado con una cortesía que está fuera de la vida y lo normal. Fuera de la moda. La que sigue mandando en el exterior y que no vale aquí, territorio donde las almas vienen a probar su coraza de jinetes intrépidos o sus armas de miembros de la batida. Cazadores, guerreros, daos la vuelta antes de entrar. Aprended de los sufrimientos ajenos. Ninguno sois capaces de soportar el dolor que aquí podéis paceder cuando seais descubiertos, puestos a la intemperie y descortezados. Nada habrá más lacerante que sentir vuestra adorada obra vapuleada por el guardián de las sombras. Lo repito: dejadme solo. Este territorio es mío. Sólo yo he hecho los méritos suficientes para gobernarlo.

(18/03/2009: corrección de una horripilante tilde sobre la palabra "solo" cuando es adjetivo que me ha tenido un día desasosegado hasta que he caído en la cuenta del motivo)


Otro:

Dudo ahora de la existencia real de mi fantasma. Si es que tiene sentido algo así. Por su propia naturaleza las sombras tienden a confundirse con las alucinaciones. Sé que la soledad conduce a esto. Estoy advertido, consciente del peligro que corro, me lo digo a mísmo: la locura acecha. No la puedo cambiar, a pesar del terrible riesgo, por nada que suponga condescender a recuperar rasgos de envenenada humanidad. El precio es demasiado alto. Queda para vosotros el trueque indigno, habitantes del mundo exterior. Pero no puedo olvidar que algo parecido a la huella de Viernes en la playa de Juan Fernández ha quedado impreso, indeleble, consolador. Hay que aceptar que los seres solitarios, los encargados del duro trabajo de salvaguardar lo etéreo, se debaten entre la vanidad de sentirse únicos e indestructibles y el bálsamo tramposo de las luces que titilan entre las tinieblas. Para soportarlo, es necesario recoger el alma, adentrarse en su interior, confiar sólo en lo único que se posee y rechazar los espejismos que la mente crea. Repetirse una y otra vez que esos rayos de esperanza sólo son luces engañadas en este desierto de las voces. La vida se corroe entretanto, pues claro amigo, pero ¿qué me ofreces a cambio? ¿qué horrible tedio es lo que tienes para mí como alternativa? No hay pacto mientras todo consista en ese vaivén insulso al que llamáis vivir.

Y por fin Andrea empieza a llegar:

Imagino una biblioteca inmensa con todos los libros con sus páginas en blanco, colocados en sus estantes sin necesidad de ningún orden, ni alfabético ni temático, porque todos los lomos serían mudos, no hay textos, no hay autores, no hay colecciones ni editoriales. No hay índice, los armarios están vacios de fichas o están sin rellenar, sólo la línea roja superior y unas cuantas azules más abajo. Puede que haya un número de registro escrito a mano, el que traía el albarán de envío desde una imprenta fantasmal en la que no funcionan las cajas y los tipos se han fundido para obtener el material que se necesita para acorazar un mundo metálico. El bibliotecario pasa sus días sumido en un estupor del que es incapaz de salir. Ha olvidado el objeto de su oficio. Abre por la mañana y cierra por la noche siguiendo una costumbre que no sabe de dónde proviene. Me recibe asombrado, soy el primer usuario en mucho tiempo. Obtengo su reticente permiso y recorro los pasillos y galerías, todos iguales, indiferenciados porque no hay volúmenes distintos unos de otros que sirvan de guía para el antiguo lector, el último sobre la tierra. Cojo algunos tomos al azar y los hojeo sin esperanza, sin renunciar al hallazgo de un vestigio escondido entre los cuadernillos impolutos. Quizá una nota de alguien tan desesperado como yo. No hay nada. La postrera frase fue escrita hace mucho tiempo y se ha borrado o es posible que los recuerdos que habitan en mi mente maltrecha me engañen y nunca haya existido el dulce consuelo de la prosa. Cuando estoy a punto de rendirme y huir, descubro que el bibliotecario está a mi espalda y mi observa. Finalmente, se decide a hablar: - He estado pensando y te he reconocido: tú eres el que esperábamos, el que tiene que reescribir todos los libros.

Tánatos le pregunta: ¿Quién eres, Yllera?

En la puerta del ciber Andrea de Vicente tiene la sensación de que aquellos hombres con los ojos llenos de agua y sangre se lo podrían comer en cualquier momento, de que no es más que un trozo de carne cruda, de donde toma el nick con el que a veces interviene en algún foro. Lo primero que le viene a la cabeza es el titulo, luego decide el número de páginas.

Nota: Todas y cada una de las palabras que en este capítulo se le atribuyen a Julio Yllera son suyas y las podéis encontrar en su contexto en el foro de TR.

4 comentarios:

Unknown dijo...

Todos los masoquistas aspirantes a escribir algo, echábamos de menos el Borderismo Ilustrado de Yllera.
Borderismo: nunca antes se había conocido un estilo literario tan pulido de ser borde, con arte, gracejo y malaúva.

Unknown dijo...

[...]Por otra parte, perdona que te lo diga, pero te expresas como si te hubieras comido un diccionario y se te hubiera atragantado. ¿Haces malas digestiones? [...]
El momentazo: muchasuertebarro a Yllera

Unknown dijo...

Por otro lado, preciosa la historia de la biblioteca llena de vacíos e inexistencias.

Venerdi dijo...

"Reescribir todos los libros"
Todos parecemos personajes de un libro visto así... Espero que no me toque nunca actuar eternamente igual para el lector cada vez que alguien coja el libro en el que yo aparezca. Me asesina pensar que si muero en las palabras de un libro lo estaré haciendo a perpetuidad, estar muriendo eternamente, en fin, creo que me estoy perdiendo.
Saludos a todos.