viernes, 23 de julio de 2010

Una foto


Regresé muy tarde a casa, cansado y bebido. Como a la mañana siguiente no di con la cartera tuve que suponer que la había perdido en alguno de los tugurios por los que había pasado esa noche. No creo que me quedara mucho dinero y no me importaban ni las tarjetas ni los carnets. Sólo lo sentía por la fotografía de la desconocida. Tengo más fotos de ella en un cajón de la mesilla de noche, en las que aparece en diversas partes del mundo a las que yo también he viajado: a los pies de la torre Eiffel, delante de las pirámides del Cairo o enmarcada por el parlamento de Londres. Las había comprado en el rastro, dentro de un sobre de revelado fechado en Milán 20 años antes. Ella era la desconocida, no tenía ni nombre ni más historia que la que se pudiera dejar ver en aquellas instantáneas de su paso por lugares que con el transcurso de los años se habían convertido en tópicos turísticos. La que se había extraviado dentro de la cartera era como un retrato de estudio con dedicatoria, “con todo mi amor”, decía. En el transcurso de los años la desconocida había conseguido el puesto principal dentro del panteón de las mujeres con las que había compartido mi vida, pero esta noticia no la tenía nadie, la estoy dando yo aquí por primera vez. Decidí intentar su recuperación e inicié una nueva ronda de bares mostrando otra fotografía suya por ver si aparecía la que llevaba dedicatoria. De nuevo volví a casa de madrugada, más cansado y más borracho que la primera vez. A mi lado se tumbó una mujer gastada, mayor que yo, muy hábil y solícita. Me alivió sin pedir nada a cambio. Por la mañana le conté la historia de la desconocida y ella se sacó de la cartera la fotografía de un adolescente. Es mi hijo, me dijo, murió con apenas 15 años. Creo que hay un lugar en el que todos los ausentes nos están esperando, añadió. Callé, pero albergo mis dudas sobre ese punto.

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