viernes, 30 de julio de 2010
Bajo sospecha
Cundo Bermúdez, Barbería
Estoy removiendo el café con la cucharilla y eso me resulta la mar de curioso por varias razones: la primera es que nunca pido café, y a esta le añadiría que en las vueltas del oscuro y humeante líquido me voy ensimismando hasta perder la noción de espacio y tiempo. Hace años que me dedico al oficio que aprendí en el servicio militar, donde sólo se preocuparon de enseñarme a cortarle el pelo a los oficiales. Yo solito aprendí a rebanarles el cuello. La sentencia, que se ejecutó con rapidez y de modo ejemplar, me condenó a morir en la guillotina. Mi cabeza rodó dentro de un cesto y, acéfalo, conseguí erguirme y regresar a mi pueblo, donde abrí el negocio, que no tardó en hacerse popular. Remuevo el café con la intención de que el azucarillo se diluya en él y repentinamente una inmensa alegría se apodera de mí, porque me doy cuenta de que soy como antes de que toda esta pesadilla empezase. Levanto la taza y me la llevo a los labios. El gusto cotidiano y reconocible en el que se me inunda el paladar me despeja de las oscuras imaginaciones. Como cada día desde hace años me acerco a la barra, dejo las monedas y me dirijo a abrir la barbería, que en su día regentaron mi padre y antes que él mi abuelo.
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2 comentarios:
Inquietante (con puntos de ironía) el micro, Antonio. Ah: se te coló un "los" en masculino en la penúltima frase, que creo que debe ir en femenino.
Un saludo.
Gracias, Victor, a veces uno ya no lee lo que ve escrito, sino lo que cree que ha escrito.
Un saludo.
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