martes, 8 de febrero de 2011
El vino de los amigos
La fotografía es de Haisisi Park
Todavía soy un hombre de amigos. No he cultivado en mi vida otra cosa con más ahínco que la amistad. El amor conyugal me aburrió enseguida y después de mi divorcio sólo me he entretenido con aventuras sin trascendencia. Los negocios me agobiaban, así que le entregué las riendas a mis hermanos en cuanto se me presentó la ocasión. Ni el estudio ni las maquetas de barcos vikingos ni el cine ni la ópera han conseguido arrebatarme. No entiendo la amistad sin copas de por medio, tampoco sin comida, sin tabaco ni lupanares. El resultado saltaría a la vista si me tuvierais delante. Estoy muy entrado en kilos, toso como un perro, me ahogo subiendo tres escalones y me muevo sin prisa, como un viejo dinosaurio remiso a abandonar la habitación de un soñador. Me he citado en el bar de la plaza con un viejo amigo que murió el año pasado. Me he citado mentalmente, no soy un loco. Es un pequeño homenaje que le quiero rendir. El bar en el que solíamos encontrarnos al menos una vez al mes. Mi amigo era escritor. Nunca en vida conversamos de literatura. Mi amigo me contaba sus proyectos o los chismes del mundillo literario, pero no pasábamos de ahí. Bebíamos, fumábamos y proyectábamos una serie de viajes irrealizables. Nos despedíamos y hasta la siguiente ocasión. Mi amigo estaba casado, tenía hijos y llevaba una vida agobiante en un despacho ministerial. Le quedaba muy poco tiempo para los amigos, hasta el punto de que puedo decir que yo era uno de los pocos, si no el único. Supongo que lo habrán mandado al infierno. No le encuentro méritos para que haya acabado en el cielo. El caso es que lo imagino allí solo. Como aquí. Por eso he decidido quedar una vez al año con él. Nunca se sabe. He pedido una botella de vino y precisamente ahora estoy hablando de él con el dueño. Ninguno de los dos leíamos sus libros. Ese mundo cerrado en el que él se refugiaba a nosotros nos importaba muy poco, pero ahora lo echamos de menos sin haberlo conocido. Ahí están los volúmenes que nos regalaba intactos. Me pregunto qué sentido tiene abrir cualquiera de ellos. ¿Quién en su sano juicio quiere contemplar la fotografía de un muerto? ¿No es mejor pasar a su lado sin verla? Todo ese papel lleno de extrañas huellas, de palabras que habría que barajar nuevamente para que la vida que las ordenó adquiriera su verdadero significado, el sinsentido de tanto fingimiento anulado por un nuevo sinsentido. Me gusta beberme las botellas de vino a pares. Me ayuda a celebrar la amistad. Y también la soledad de quien no ha hecho otra cosa en su vida que cultivar a los amigos. Esas pesadas sombras que regresan del infierno cuando uno menos lo espera. Soplan como un viento malsano y frío que nos obliga a subirnos el abrigo de vuelta a casa, nos dicen al oído que también nos echan de menos.
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2 comentarios:
Felicidades por esa foto que acompaña
"un viejo dinosaurio remiso a abandonar la habitación d eun soñador", cuanta referencia...Bien
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