sábado, 5 de febrero de 2011

Mi novio me pide que me afeite


La fotografía es de Arnold Odermatt

Mi novio quiere que me afeite, pero yo no estoy por la labor. Me quiere convencer sacando fotos de los cajones donde estoy muy guapo afeitado, como mucho con barba de tres días. Pero estoy harto de mi novio. No sé cómo decírselo. He decidido dejarme una de esas barbas de profeta que tanto le horrorizan. Mi novio dejó a su mujer, a sus hijos, y decidió venirse a vivir conmigo. Nunca me pareció una buena idea. Yo lo prefería como un respetable médico con familia tradicional y doble vida. Me bastaba con aquella parte clandestina, me excitaba su moral indecisa, ambigua, escindida. Ahora me aburre todo lo que hacemos: las aventuras de gimnasio, los viajes a Grecia, a Italia, a Túnez, las cenitas de los sábados que organiza para distraerme. Trabajo en el zoo de la ciudad. Me quedé huérfano muy pronto y siempre soñé con trabajar en un zoo. Siempre he asociado la ausencia de un padre y una madre con mi inclinación por los animales exóticos y salvajes. Conocí a mi novio cuando visitó el zoo con su familia. Los estuve acompañando un buen rato, expliacándole a los niños las costumbres de los leones, de los cocodrilos, de las jirafas. Me gustó. Lo volví a encontrar casualmente en un bar de copas, al que había llegado con unos amigos después de una cena. Era la primera vez que se acostaba con un hombre. Yo nunca me he acostado con una mujer. Mi novio me pide que por favor me afeite. Se le saltan las lágrimas. Yo intento recordar los versos de Lorca sobre la barba de Walt Whitman, pero como tengo una memoria malísima, mientras él saca las fotos en las que estoy tan guapo afeitado, yo saco el libro y busco los versos donde dice: “Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,/ he dejado de ver tu barba llena de mariposas”. Él no se da cuenta de que lo quiero dejar. Desde que tengo barba ha cambiado el tipo de hombres que se me acercan y también a los que me acerco. La barba me llega ya por el pecho. En el zoo han empezado a llamarme Noé, porque he ido cogiendo su apariencia bíblica. A veces me acuerdo de mis padres, pero son imágenes creadas por mi imaginación, mi madre acaricia la cara de mi padre mientras él conduce. Yo los contemplo desde el asiento de atrás. Me gusta ver cómo la mano de mi madre acaricia la cara de mi padre, ambos sonríen. Desde mi asiento de niño inventado, porque en realidad mis padres son una pareja que ha decidido no tener hijos, veo cómo a mi padre le van saliendo pelos en la cara, cada vez más y más largos. Mi madre acaba acariciando su barba, que le baja por el pecho, luego se le amontona en el regazo y sigue, sigue creciendo. Un día, por fin, mi novio decide marcharse. Me dedica unas palabras envenenadas que me merezco, entre las que oigo asco y vergüenza. El coche en el que viajo con mis padres vuela como si fuese una máquina voladora, pero ellos gritan espantados, como si de un momento a otro fuese a estrellarse contra la dureza del terreno. Sólo los niños inventados sabemos que nada justifica que vaya a caer.

3 comentarios:

Miguel dijo...

Está bien eso de mantenerse fiel a nuestros propósitos y nuestra imagen. Pero a veces, nos equivocamos, porque es que somos personas.

Un saludo.

Unknown dijo...

Bonita caída... de barba.
Muy poético y melancólico.
Hermoso como una barba de 6 días y cuarto.

Sex Shop dijo...

Muy buenooo!!!!!!