miércoles, 24 de septiembre de 2008

Herencia



En mi familia tarde o temprano todos la palmamos de lo mismo, el puto corazón se nos para de repente. Sé que esa es una de las herencias más segura que va a corresponderme. A veces lo he pensado. Dos veces en concreto con un dramatismo muy intenso. El día que cumplía 39 años mi abuelo cayó fulminado en mitad del suelo de una mercería. Era representante de botones. El día que yo cumplí 39 años pasé por la puerta de una mercería, una de las pocas que siguen quedando en la ciudad. Decidí que lo mejor era conjurar el maleficio entrando en ella.
-¿Qué desea?
-Me gustaría sobrevivir.
La mujer abrió los ojos espantada. Quizás ya había sufrido el atraco de uno de esos desorientados yonquis que le daban al barrio un aire costumbrista.
No sé si fue la tensión acumulada o qué, pero me desmayé. Sólo fue eso. Sobreviví. La mujer llamó a la policía y les dijo lo que le pareció. Como me encontraron una pistola en uno de los bolsillos, me detuvieron. Les conté la milonga del abuelo y me felicitaron, porque en su vida habían oído una coartada parecida.
Mi padre se desplomó sin vida el día de su 45 cumpleaños. Fue un segundo antes de soplar las velas. Todavía recuerdo la impresión de ver su cara hundida en mitad de la tarta. El día que yo cumplí 45 años le dije a mi mujer que prefería aplazar la celebración.
-¿Por qué?
Le conté la historia de mi padre y lo que me había ocurrido a los 39.

Mi mujer y yo nos habíamos conocido en las reuniones de desintoxicación de Proyecto Hombre.
Desde entonces, cada día, cada mes y cada año me han parecido algo así como la prórroga de un partido de futbol. El futbol no me gusta. Prefiero las máquinas tragaperras. Mi mujer también volvió a las andadas. Hace años que me asalta una duda. La de que quizás mi corazón no tenga ningún problema, pero hasta el momento he sido incapaz de comprobarlo. Prefiero esa duda, esa incertidumbre, antes de que me den otro tipo de seguridad. He soñado más de una vez que el médico me explicaba en qué consistía mi dolencia.
-Es genética, eran sus dos últimas palabras antes de despertarme bañado en sudor.

Tarde o temprano sucederá algo. Y será el día que menos me lo espere. No se puede vivir pendiente de una sentencia de muerte. Hay momentos en los que la ruleta de la fortuna me tiene absolutamente abstraído. Son mágicos. Cuando oigo que suena la musiquilla del premio y que las monedas empiezan a caer en el cajetín me siento arrebatado. Luego, cuando regreso a casa con el saco de las pérdidas al hombro, pienso que me podría arrojar por un puente. Pero no soy un loco. También me podría tirar al paso del tren.

3 comentarios:

Manu Espada dijo...

Muy original, me ha gustado lo de la coartada.

Anónimo dijo...

Hombre, ese destino es mejor que mi herencia familiar desde que a mis dos bisabuelas les dio por limpiarse con papel de wc: exanguinación por profusa hemorragia por hemorroides G-III muy floridas.
No lo puede ir contando uno por la calle así tan fácilmente.

hombredebarro dijo...

Gracias, manuespada, como la vida misma.

Si es que , xrisstinah, cada uno tiene su cruz.
A propósito, a ver si se prodiga usted un poco más, no digo en los comentarios, sino con similares problemas y conflictos familiares ajenos y propios contados a los cuatro vientos. Desde su blog o desde octavillas.