Las dos veces que me he casado lo he hecho con una mujer barbuda. Ahora pienso que quizás influyó en estas elecciones mi condición de escritor. La primera era una mujer atormentada por su anomalía. Intenté demostrarle que mi amor era limpio y que no buscaba en ella lo mismo que el público de los teatros y circos. Acariciaba su barba, sedosa y dulce, y ella me miraba con los ojos abiertos hacia el espanto. No fuí capaz de apartarla del alcohol y a los pocos años enviudé. Aunque parezca mentira volví a encontrar a una mujer barbuda por azar en la fiesta de una embajada. Nunca le confesé que anteriormente había estado casado. Era una chiquilla alegre a pesar del sufrimiento. Estaba también agradecida a su barba. De no ser por ella jamás hubiese salido de una remota aldea en las montañas. Mi régimen de vida era casi monacal. Pero consiguió habituarse después de haber llevado una existencia itinerante.
-Si quieres me puedo quitar la barba, me dijo un día.
-Te quiero como eres. Amo tu barba.
Después de una dura jornada encerrado en el estudio, mi deseo era siempre encontrarme con sus ojos alegres, con su barba rubia de filósofo. La acariciaba y ella miraba hacia la plenitud. Los buenos tiempos duraron hasta que le llegaron algunas noticias sobre mi vida antes de haberla conocido. Empezó a incubar unos celos destrucivos.
-¿Cómo era su barba?
-Oscura y sucia, le decía yo.
-¿Y entonces por qué la querías?
-Por favor, le suplicaba.
Tuve una crisis después de varios libros. Empecé a beber. Salía de casa y tardaba varios días en regresar. En un burdel conocí a una chica complaciente, a la que no le parecía rara mi petición. Vi frustrados todos los intentos por retomar mi carrera. Mis ojos chocaban con los de mi esposa. Ambos barbudos, descuidados, febriles, resentidos.
La primera vez le dije:
-¿Te importa ponerte esto?
La chica no sabía qué era.
-Es una barba.
Lo hizo todo con naturalidad. Supongo que no era lo más extraño que le habían pedido. Luego siempre me recibía con la barba postiza. Por lo demás mi comportamineto era el esperado.
En casa mi mujer y yo nos tirábamos los trastos a la cabeza. En cierta ocasión nos enzarzamos en una pelea y la arrastré de la barba por un pasillo. El divorcio fue traumático y sensacionalista.
No soy un hombre que soporte bien la soledad. Estoy a punto de volver a comprometerme con una hermosa mujer. Es periodista y lo sabe casi todo de mí. Gracias a ella he vuelto a encerrarme en el estudio. No escribo, pero aquí estoy. Hago como que escribo entretenido en recuperar viejas historias que nunca han visto la luz. Ella también ha estado casada. Con un escritor. A veces abro el cajón de mi mesa, meto la mano hasta el fondo y acaricio la dulce y tierna pelambrera allí acurrucada, con el calor y el pálpito de un animal vivo.
8 comentarios:
:)
Menos mal que hay páginas de "hairy".
Buen microrrelato que viene a aumentar la ya numerosa lista de mujeres barbudas.
Siento envidia hacia esa capacidad de amar...
Magnífica narración, hombre de barro. Mis felicitaciones
Frikosal, todo quisqui tiene su mercado.
Gracias, Fernando, me alegra que a un experto en la materia le parezca bueno. En esa larga lista de mujeres barbudas yo destacaría a Lina Morgan.
Carmen, la capacidad de amar en los cuentos se puede estirar como si fuese un chicle.
Gracias, Herman.
A partir de ahora dejaré de afeitarme
En Tres sombreros de copa sale una mujer barbuda, y Lina Canalejas hace de mujer barbuda en una película de Neville, por no hablar del célebre cuadro del Hospital Tavera, de Toledo. En fin, mujeres barbudas no faltan.
¡Mira que dedicarse a ponerle las barbas!
Los caminos de los fetichismos son insondables.
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