miércoles, 2 de septiembre de 2009
Viajar es un flipe
El lunes pasado emprendí un largo viaje de dos días en coche-carromato. Lo llamo así porque cargamos el vehículo hasta los topes y éramos 4 pasajeros en sus respectivos asientos y uno cómodamente instalado en barriga. Una de esas estampas de comedia mediterránea con niños y calor, gritos y desorden. Teníamos que cruzar el país de noroeste a sureste y decidimos hacerlo por la Vía de la Plata, que no es el camino más corto, pero el que menos, por ese mismo motivo, hemos usado en los años que llevamos yendo y viniendo de norte a sur cada verano.
Hicimos la primera parada para almorzar en Zamora y hete aquí que mientras callejeaba a los mandos del carromato buscando el camino del río Duero, nos topamos de frente por una calle semipeatonal con la curiosa figura del señor don Agustín García Calvo con su tradicional mezcla de aires ahippiado, flamenco y decimonónico que suele usar. Caminaba tranquilamente, con la camisa violeta anudada a la barriga, en dirección a su casa en la Rúa de los Notarios, a cuya puerta nos dirigimos un rato después, donde tiene su sede la editorial Lucina, que prácticamente sólo edita sus libros.
Quise pensar dos cosas: primera; que el ilustre lingüista, poeta, cuentista y metrista vive rodeado de mujeres, porque en un corto intervalo entraron dos en su casa, una de las cuales tenía aspecto de duendecilla inquieta, pues llevaba unos zapatos con un lazo de tela deshecho, a punto de pisárselo, y segunda ; que me comportaba como cualquier mitómano que viaja a Manhattan con ganas de cruzarse con Woddy Allen en la 4ª Avenida, pero en suelo patrio y con una gloria (¿de pitarra?). He de decir que yo al señor don Agustín García Calvo lo he leído muy poquito, pero que la influencia de su modo de vestir ha sido considerable en mi persona, por lo que siempre me acuerdo de él cuando me superpongo camisas. Hay gente que te marca con sólo pasar por delante de tí. Entre ellos incluiría al polaco Gombrowicz (que sólo metafóricamente ha pasado ante mí), al que he leído algo más que al zamorano. Sus libros son talismanes, amuletos simbólicos de difícil comprensión.
Después de este paseo después de almorzar al borde del río seguimos nuestro camino. Hicimos noche en Zafra, provincia de Badajoz. La toponimia de mi itinerancia veraniega es una de las cosas más hermosas de este verano tan castizo, alejado completamente del exotismo. Los dos saltimbanquis que me acompañaban hicieron sus piruetas y cabriolas en las camas del hotel. Para eso sirven los hoteles, y para los baños de espuma. Mientras tanto éste servidor de ustedes y ella miraban, derrotados por el cansancio, el techo. El techo de una habitación de hotel puede ser una cosa muy triste, pero también muy prometedora. Cada día doy por mejor empleado todo el dinero que la troupe tiene que gastar en hoteles. No voy a dar detalles de lo hermosas que son las dos plazas de Zafra, la grande y la chica. Sobre todo por la mañana temprano, antes de que se monten las terrazas de los bares.
Mientras mis artistas dormían dí un largo paseo matutino, que me llevó hasta la biblioteca municipal y la churrería. Por lo que aquí nos trae: allí empecé a hojear el último número de la revista Quimera (Julio-Agosto 2009) con un dossier de cuentos quiméricos, entre los que hallé a algunos autores de la blogsfera letraherida y me detuve en uno de Antonio Jiménez Morato, que enseguida salí a la calle a fotocopiar. El cuento se titula "Recogida de equipajes" y cuenta en primera persona cómo el equipaje de un pasajero de avión se extravía y llega a un aeropuerto diferente que su dueño, o bien es el viajero quien está en el lugar erróneo.
A todos los escritores y a todos los lectores nos entusiasman los vasos comunicantes en el ámbito literario.
Primero: Ángel Petisme acaba de publicar en Hiperión el poemario titulado Cinta transportadora, VII premio Claudio Rodríguez, en el que en el poema con el mismo título dicen unos versos:
“Mi corazón es un fósil astral.
Una maleta no reclamada
que gira en la cinta transportadora.”
Ésta es la primera frase del cuento de Antonio Jiménez Morato: “Lo más parecido al abandono es contemplar cómo van saliendo todas las maletas del vuelo por la cinta de equipajes menos la tuya.”
Pero lo que más me gusta de todo esto es (vanidad) que en este asunto también me reconozco como escritor.
Me explico. Mi hijo pequeño, uno de los saltimanquis de antes y una de aquellas cuatro personas en su asiento, tiene ya tres años y medio y unos días antes de que naciera mi suegra voló de ese noroeste hasta este sureste para estar en esa circunstancia. Con tan buena fortuna para mí que le perdieron la maleta. Con esa anécdota como excusa escribí unos días después un relato que titulé "Extravíos", que colgaré en la próxima entrada. Porque a los escritores les pasa por la cabeza lo mismo que a cualquiera, que a cualquier escritor. ¿Cuántos cuentos no habrá por ahí con este asunto como argumento?
Finalmente llegamos a nuestro destino, unos más cansados que otros. El de dentro de la barriga imagino que flotando a su rollo, todavía más flipado que yo mismo, que flipaba por los prodigios que había tenido la oportunidad de contemplar en ese viaje.
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2 comentarios:
Debo decirte que 'serendipicamente' me he hecho fan de Gombrowicz. Y eso que tú me mostraste uno de sus relatos antes de tener yo noticia de quién era ese señor. Un tal genio, creo, si es que existen.
Un abrazo.
Debo decirte que 'serendipicamente' me he hecho fan de Gombrowicz. Y eso que tú me mostraste uno de sus relatos antes de tener yo noticia de quién era ese señor. Un tal genio, creo, si es que existen.
Un abrazo.
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