sábado, 19 de junio de 2010
El fuego
El hotel ardía. Era fascinante: algunos clientes gritaban pidiendo auxilio, otros se arrojaban al vacío desde los últimos pisos. Yo contemplaba impotente la magna tragedia desde una esquina con un cigarrillo en los labios. No era un sueño, no era un cuadro ni era una secuencia cinematográfica. El aroma a carne chamuscada conseguía filtrarse entre la pestilencia de los plásticos y otros materiales inflamables. Ella me miró desde el otro lado de la calle con cierta desesperación. Había conocido, como todos los huéspedes de aquella casa, tiempos mejores. La investigación del seguro encontró pruebas de que había sido un incendio provocado. La policía me atosigó. Ella y yo acabamos bebiendo juntos. Y durmiendo. Cada vez que le encendía un cigarrillo me sujetaba las manos y me miraba a los ojos como si quisiese que la llama la devorase a ella, pero esperaba de mí más de lo que yo le podía dar.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
No era suficiente el fuego.
Un fuerte abrazo.
Publicar un comentario