lunes, 10 de marzo de 2008

La mosca


Siempre me llamó mucho la atención la magia, por lo que he acudido a numerosas funciones . Anoche, como otras muchas anteriormente, decidí ir a ver con mi esposa un espectáculo que se anunciaba por toda la ciudad con el sugerente título de Metamorfosis. Mientras cenábamos, en el escenario tenía lugar toda una serie de transformaciones. El mago, de negro, como suele ser de rigor entre ellos, fue sacando espectadores para su demostración. Invariablemente fueron convertidos en animales. Hubo un león triste y asustadizo, pero león al fin y al cabo. Más asustados estábamos los demás, pues no había ningún tipo de valla protectora. Hubo una gallina que fue saltando de mesa en mesa, mientras uno de sus acompañantes se desternillaba de risa y el otro se llevaba las manos a la cabeza de espanto. Hubo una mujer que devino en lechuza y nos sobrevoló a todos con un aire inquieto.
Como la esencia de la magia es hacer que el truco no se vea por ninguna parte, los espectadores estábamos convencidos de que nadie corría peligro. Aunque nos costaba aceptar la simple sustitución. Esto es, que el animal de turno aparecía en el lugar de la persona escogida, que quizás permanecía hipnotizada en cualquier rincón del escenario. Supuse que ahí estaba el quid del asunto. En hacernos desechar lo más fácil y evidente. Lo que nos llevaba a creer plenamente en las metamorfosis era que los animales ocupaban su lugar en la mesa correspondiente, y se comportaban como si fuesen aquellos que hacía unos minutos habían subido al escenario. Con esa carga de identidad por la que eran reconocidos por sus acompañantes. El león, por ejemplo, encargó una botella de vino que correspondía al preferido por él mismo antes de ser león. La gallina puso un huevo en su asiento y continuó inqueita por un asunto que nada tenía que ver con el espectáculo y por el que había dado señales de preocupación antes de entrar a la sala de fiestas. Le dijo a sus amigos que tendría que volver a casa antes de que el show acabase, porque la sospecha de que se había dejado un grifo abierto no la dejaba en paz. La lechuza le dijo a su esposo cuatro cosas que sólo él conocía. Y debían ser ciertas por la cara de circunstancias que se le quedó al hombre.
Después llegó mi turno. Siempre que se me ha presentado la ocasión he participado en aquellos números de magia para los que se me ha solictado. Y de todos salí indemne. Así que subí alegremente al escenario, entregado y dispuesto al asombro.
Hete aquí que desde que el mago pronunció sobre mí la fórmula de un conjuro soy una mosca. No obstante, antes de abandonar la sala todos los animales habíamos regresado ya a nuestro aspecto habitual, a la morfología más consustancialmente humana: cabeza con ojos, tronco con ombligo y extremidades con pelusa negra entre los pliegues. De cualquier manera, he sido capaz de volar hasta el techo del cuarto de baño y por él llevo un rato dando paseos, encontrando muy sabrosos los pegotes de humedad. Abajo mi esposa acaba de levantarse del váter. Es la primera vez que la veo tomar medidas higiénicas de ese tipo, no obstante nuestra intimidad de años. Supongo que si supiese que estoy aquí arriba se avergonzaría como una niña. Vuelo a la lámpara. Camino bocabajo sintiendo que el universo apenas tiene peso. Que soy un ser mundano. Mi esposa aprieta un botón y hace desaparecer la parte excrementicia. Siento un breve instante de pena por no poder aprovecharme de ese festín. Pero enseguida me da igual, en cualquier parte encontraré un animal muerto, un bidón de basura o un espléndido zurullo. Así que vuelo a través de la ventana y cuando me vuelvo para mirar el mundo que dejo atrás todas me parecen idénticas. Indiferentes.

1 comentario:

Mariano Zurdo dijo...

Sigo sin mucho tiempo, pero voy recuperando espacio para leeros/leerte, lo cual me alegra.
Magnífico relato, para variar.
Besitos/azos.