A veces echo de menos poder darle cuerda a un reloj. Y lo hago. Porque es una cosa que ví hacer infinidad de veces a mi padre y también a mi abuelo. Hoy en día los relojes llevan una pila. También el mío. Así que, aunque no sea necesario, finjo que le doy cuerda . Me produce algo que me cuesta decir. Pero la palabra es felicidad. Me siento a mirar las palomas. No soy el superviviente de ninguna batalla. No escondo ningún secreto. No emerjo de los abismos del alcohol. Repito un gesto, un gesto que hay en mí como semilla de un mundo que carecía de fisuras, de circunstancias. El reloj se lo regalé ayer a otro interno. Pero yo le doy cuerda. Un reloj parado es una mala señal, a pesar de que el reloj ya no exista en mi muñeca. Sin embargo, segundo tras segundo la vida está ahí. En su lugar.
Me estaba mirando en una superficie reflectante, era un lago en el jardín o el cristal de una ventana. Me veía la ropa que llevaba puesta y eso era suficiente para saber que estaba colmado de regalos. Había tenido una aventura con una mujer hermosa, había bebido con mis amigos y un trabajo fácil me había proporcionado suficiente dinero como para estar meses sin dar un palo al agua. Pero había un problema: me había empeñado en darle cuerda a un reloj inexistente. Por eso no era extraño que yo estuviese allí, en la casa.
Le doy cuerda, eso es todo. No quiero que el tiempo se pare. El tiempo del reloj es el de la felicidad. Camino con las rodillas negras y desolladas de la mano de mi padre. En la calle ya huele como en el recuerdo futuro de esa tarde. Huele a dolor, a tierra de los muertos. Mientras me palpita la mano en la mano a la que voy cogido. El juego que descubro en mí consiste en pensar en esos secretos. Los de los mayores. Hay que estar atento para descubrir en sus miradas, en sus medias palabras, las circunstancias que a ellos los están consumiendo, que me hacen a mí eterno por unos segundos. El abuelo le da cuerda al reloj, luego lo hace papá. Yo soy inmensamente feliz, ellos están viviendo.
Es como ahora: yo le doy cuerda al reloj, aunque no lo tenga. Vivo, pero mi felicidad es una recuperación de aquel tiempo. Por lo que me siento herido. Las putas palomas beben agua en la fuente.
La mujer se abrazó a mi espalda y me dijo:
-No quiero que pasen los minutos. Ni las horas.
Me asusté. En cuanto pasaron le dije que me marchaba. Se enfadó porque me dediqué a malgastar mi vida. Largas veladas en los bares con desconocidos, vapores de vino. Horas de vacío entre ella y yo. Entonces aún no me ocupaba de la cuerda de los relojes, porque eran a pilas. Pero sobre todo, porque no me ocupaba de ellos. Qué me importa eso hoy, por ejemplo. La felicidad era como el sabor salado de la desgracia. Todo iba profundamente mal, pero yo existía por encima de todo, como aquella mano palpitante de la infancia. Sin ocuparme aún de la cuerda de los relojes, es decir, con todos los hilos de la cordura. Gané dinero, pero no fue para escapar de la pobreza, sino de las veladas tristes.
Fue un día mirando las putas palomas en la plaza. No pude soportar que el mundo se me viniese encima por una detención súbita del tiempo. Le dí cuerda a un reloj digital. Lo hice inspirado por aquel gesto antiguo y necesario del viejo, de los dos viejos. Un día alguien se dio cuenta.
-¿Por qué haces eso?
-Me da la gana, dije.
Me contemplo en el lago del jardín. Contemplo la gestación de un recuerdo. El momento en el que adivino el secreto que nadie me ha desvelado aún: que algún día recordaré lo que fue felicidad. Una vez más echo mano del reloj que no llevo en la muñeca y le doy toda la cuerda que ha ido gastando.
3 comentarios:
Ser dueño de un secreto, que placer sobrevalorado. Mi tiempo está detenido en el borde de luz del agua, de la laguna del jardín. Mi rincón secreto, y las malditas palómas que me descubrieron.
Detené el tiempo cuantas veces puedas hombre de barro, la felicidad está en observar "el contexto". En alguna otra dimensión aparecerá una reloj al que no tengas que darle cuerda.
Un abrazo, Diego.
¡Qué bonito!
Y hoy se me ha olvidado darle cuerda al reloj de mi ordenador y resulta que le habían dado cuerda al reloj del horario y me ha desaparecido una hora de los párpados.
Hola, Diego, pues lo que viene a continuación, ¿Quién?, sí que va de secretos. Pero no como placer, sino como responsabilidad.
Yo también te abrazo.
Marisopli, es que ya ni a los juguetes se les puede dar cuerda. ¿No es como para echarlo de menos?
Publicar un comentario