domingo, 21 de septiembre de 2008

Desenlace



En aquellos días mi mujer ya no se fiaba mucho de mí. Yo sentía su vigilancia en el cogote. Pero en un descuido me encerré en el viejo granero que ya no se usaba, convertido en almacén, o garaje. Me puse una soga al cuello, con el nudo del lado de la oreja (como alguien me había aconsejado amablemente por correo) y salté. Supongo que en cuanto se dio cuenta de que me había perdido de vista salió corriendo y se dirigió al viejo granero. Abrió de sopetón, como si esperara sorprenderme en un desliz, en los brazos de alguien más joven que ella. Desde luego, se quedó atónita. Hacía meses que no la había tocado, porque me sentía incapaz de salir de los cenagosos y sombríos manglares de la depresión. Mi tranca estaba erecta, pujaba por traspasar el pantalón del chándal que llevaba puesto, mi cuerpo se mecía en un vaivén dulce, acompasado.
-Hijo de la gran puta, me dijo.
Si yo hubiese estado acompañado por alguna chavala del pueblo, quizás la chica hubiese echado a correr entre los maizales, imaginemos que con el culo al aire, pero mi idilio era solitario, con mi propio abismo de negrura. Por ese motivo mi vergüenza fue mayor. Si enrojecí, ella no lo pudo ver através del amoratamiento, de la congestión de mi rostro.
-Eres un cabrón hijo de perra, bramó mi esposa.
Me cogió por los pies y me aupó hacia arriba. La dureza de mi polla le apretaba un moflete. Pero ya era tarde. Me sostuvo, llorando y maldiciéndome, durante largos e interminables minutos, al cabo de los cuales se desmayó. Al volver en sí pude hablar con ella para tranquilizarla e intentar darle ánimos.
-No te preocupes, le dije, estoy bien.
-Ya te veo.
Había empapado el pantalón con una secreción de la que me sentía culpable.
-No es lo que piensas, le dije, cuando noté que se fijaba en eso.
Mi rostro había empezado a ennegrecerse, como si lo hubiesen ahumado.
-¿Por qué así?
-Qué importa la manera.
-No me jodas, claro que importa, no me vengas con esas. ¿Quién pensabas que iba a encontrarte?
-...
-Una vez más sólo has pensado en tí mismo.
-No sé, pensé que este era mejor modo que un arma de fuego.
-Una mierda, mejor modo. No hay mejor modo, cabrón.
-Sólo quería decirte que estoy bien aquí.
-¿Estás bien ahí, colgado?
-Ya no estoy colgado, estoy en otra parte.
-Pues yo estoy jodida, jodida, jodida.
-Llama a la policía.
-No me digas lo que tengo que hacer.
-Llama a la policía, no te quedes aquí conmigo, puesto que yo ya no estoy aquí, como te he dicho.
-Déjame en paz y no uses conmigo ese tonillo.
-¿Qué tonillo?
-Ese soniquete trascendental. Seguro que vas al infierno.
-Te equivocas, estoy muy bien aquí, muy en paz conmigo mismo.
-Mentira, seguro que es mentira. Seguro que te espera una buena.
-He esperado a que despertaras de tu desmayo para tranquilizarte, pero ahora veo que no ha sido una buena idea.
-Sabía que no podía fiarme de tí, lo sabía.
-Bueno, voy a marcharme definitivamente.
Mi esposa no le hizo caso a este anuncio y salió del granero. Dejó la puerta a medio cerrar y pude ver la luna y la luz de nuestra cocina en el mismo instante en el que ella la encendía. Pasaron unos minutos, que para mí fueron un agujero, por el que se perdían todas las cosas con las que me había relacionado hasta el instante en el que me rompí el cuello, más o menos.
De pronto oí un trueno sin el aviso previo de un relámpago, así que me temí lo peor. Intenté salir del granero, pero me fue del todo imposible. Al otro lado del patio, la luz de la cocina siguió encendida hasta que la luz del día me impidió percibirla. Volvió la penumbra del atardecer y volvió aquella luz inalcanzable en la ventana. Me pasé toda la noche aullando, gritando el nombre de mi esposa, sin poder salir del granero, cada vez más incómodo, cerca de aquel cuerpo abotargado que colgaba de una viga. Yo mismo abandonado por todos, lamentable e indigno. Pero mi esposa no regresó. Se limitó a pasar por delante de la abertura de la puerta del granero con los pies por delante, sobre una camilla en la que iba cubierta hasta el rostro con una sábana.
-Completamente desfigurada, acerté a oírle decir a uno de sus porteadores.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Es muy bueno el relato.
No sé por qué me imagino una granja americana, es cinematográfico.
Besos,buen día

Fernando García Pañeda dijo...

Después de leer por primera vez Mucha suerte y relatos como éste me digo a mí mismo: qué suerte no haberme hecho profesor de Instituto...
Si no fuera tan bueno el relato no pensaría lo mismo, claro.

Marta dijo...

Antonio, qué casualidad! Tengo tu libro de relatos esperando en un estante. Ahora estoy leyendo a Ignacio Ferrando y prontito me pongo contigo.

Por cierto, yo también soy profesora de instituto y tu relato me suena, me suena :)

Carlos Frontera dijo...

Te aplaudo, hombredebarro. Bueno el cuento.
Sólo me quedó una duda: ¿por qué no podía salir del granero? ¿Estaba condenado a la cercanía de su cuerpo sin vida?
Bueno, eran dos dudas.
Saludos.

hombredebarro dijo...

Gracias, mita, yo también he imaginado una granja americana.

Fernando, no sé muy bien qué quieres decir, pero para mí sí es una suerte serlo.

Me alegra, Marta, tanto como me sorprende. ¿A qué relato te refieres?

Agradezco el aplauso, Viajero, ¿por qué no podía salir? ¿estaba condenado a la cercanía de su cuerpo sin vida? A las dos preguntas sí.

Un saludazo.

Fernando García Pañeda dijo...

Lo digo por si torear todo el día con adolescentes tiene que ver algo con este tipo de desenlaces tan dulces ;)

hombredebarro dijo...

En absoluto, torear con adolescentes se convierte en una mina de inspiración y diversión. Los adolescentes reales, no esos estereotipos televisivos, son piezas muy interesantes. El toreo con el ganado adulto resulta más aburrido y previsible. Pero siempre hay de todo, claro.
El desenlace del relato es una tomadura de pelo, como siempre. Parece que lo que más me gusta es la burla. Pero nunca del lector, quiero que quede claro. Se burlan del lector quienes le siguen la corriente, los que le dan lo que quiere leer.

Emmaskarada dijo...

Me pregunto que paso entre ellos. Estaba claro que se amaban.

Emmaskarada dijo...

Aunque esta claro que el la mato a ella, por amor supongo.

Anónimo dijo...

anda que la fotito tiene guasa

Anónimo dijo...

...y el tonillo del relato.