miércoles, 17 de septiembre de 2008

El hombre del pantalón rojo

Caricatura de David Foster Wallace, por André Carrilho, aparecida en The New York Times

Esta mañana he ido a la biblioteca pública y he sacado un libro de relatos. En la contraportada dice: “Cuentos en busca de cómplices inteligentes”. En qué quedamos: ¿relatos o cuentos? Gracias a esa frase promocional he estado a punto de buscar otro libro. Me toca los huevos la inteligencia, mucho más que la estupidez. Asesinaría a todos los tíos inteligentes que conozco, a las tías les haría otra cosa. La especialidad de la casa. Le he entregado el carnet de la biblioteca a la bibliotecaria después de mucho tiempo. He estado sacando libros con el de identidad.
-El carnet de la biblioteca lo tengo perdido.
-Tendrás que traer otra foto para hacerte uno nuevo.
Las putas bibliotecarias siempre quieren una foto tuya.
Pero lo encontré anoche. Lo hubiese encontrado antes de haberlo buscado antes. No obstante las bibliotecarias me inspiran un odio insano desde que a los 14 años me tuve que someter. Me humilló con la jodida foto de carnet.
-Si no traes una foto, la próxima vez no te dejo entrar. Tienes que hacerte el carnet de la biblioteca.
A las bibliotecarias les dan por el culo los lectores, ellas quieren estadísticas. Como todos esos que andan preocupados por los índices de lectura. De qué mierda de lecturas se trata.
El caso es que le llevé una de fotomatón en la que salía con los ojos cerrados. La tía ni me miró. De eso hace 30 años, y esa puta sigue en el mismo lugar. Jodiéndome con la dichosa foto. Lo que me lleva a pensar que yo, después de 30 años, estoy en el mismo lugar. Pendiente de la misma humillación.
Pensaba eso. Mientras ella pasaba el código de barras del carnet, con mi foto, por delante de la pistola del escáner. Luego la palabra cómplices de la expresión cómplices inteligentes se me quedó atascada en la garganta, como si fuese una malévola espina de pescado. Todavía me duele le herida abierta, el desgarro. Y entonces por la puerta asomó un tipo. Para acabar de ponerle a la mañana una guinda siniestra. El hombre de los pantalones rojos. ¿Sabes? Como ese título de David Foster Wallace, que hacía unas horas se había colgado. Antes de empezar con la gente inteligente que quiere ser tu cómplice, yo me cargaría a esos tarados que se atreven a ponerse un pantalón rojo. Pero de qué coño van.
-No, perdona.
-¿Qué? Me pregunta la bibliotecaria con su cara de ratona.
-Nada, nada, le digo.
Lo que le quería decir es que finalmente no me llevaría el libro que había elegido, pero no lo hice. Ahí está. Busca cómplices inteligentes. Así que no le voy a dar el gusto. Este es otro que no pienso leer. Mi mujer me dice que para qué los saco si no los leo.
-Para falsear las estadísticas, le digo.
Mi mujer piensa lo mismo que yo. Que soy un perfecto imbécil.
Por fin el hombre del pantalón rojo se acercó a la bibliotecaria y le hizo el tipo de pregunta que yo esperaba:
-Perdona, pero es que busco una clínica dental que hay por aquí cerca y no doy con ella, ¿me puedes ayudar?
La bibliotecaria, como una perra indecente, salió de su cubículo y lo acompañó hasta la puerta, desde donde le dio las instrucciones para que pudiera llegar a la cita. Supongo que se quería blanquear los dientes.
-Muy amable, le dijo él.
Con una amplia sonrisa.
Lo sigo. Entro con él en la clínica dental. Me siento cerca, envenenado por el color de sus pantalones.
Me sudan las manos. Para disimular cojo una revista. Luego la cambio por un periódico. El obituario está dedicado a David Foster Wallace. Él escribió La niña del pelo raro. Yo tengo otra historia. Y en absoluto pienso colgarme de una viga, aunque me marcho de allí con un abatimiento muy indefinido. Una sensación que tiene ya más de 30 años.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

ufff. Respirar antes de escribir.
Las bibliotecarias son mujeres encantadoras rodeadas de papeles...

Lansky dijo...

Oye, oye, hombredebarro: por un sólo ejemplar no puedes condenar a todo un oficio (no necesariamente gremio); por tanto, te impongo dos penitencias benévolas: 1) que escribas un cuento erótico con una bibliotcaria sexy, 2) que busques una peli en B y N basada en R. Chandler, en que el prota (Bogarth/Marlowe) se tima con una preciosa bibliotecaria con gafas...Uhmm

frikosal dijo...

Mita, Lansky,

Bueno, yo creo que esto es un cuento, el protagonista no es el que escribe.

Aceptado esto, yo recuerdo la época en que no se podía acceder a los libros, cuando había que llenar una ficha. Y ella estaba haciendo ganchillo.

hombredebarro dijo...

Hola, mita, lansky, frikosal.

En efecto, como dice frikosal, es un cuento y Dios me libre de ser yo mismo el narrador de cualquiera de ellos. Me limito a ser su autor. Esa es toda mi responsabilidad.

Anónimo dijo...

Pues yo estoy con usted, HdB, independientemente de la explicación de lo del narrador. A condenar toca y más que debíamos de condenar. ¿Para falsear las estadísticas? Coño, me apunto.

(Y el Foster Wallace lo que ha hecho ha sido un plagio del tema que veníamos tratando. Nada más. Que se la churrusquen.)

Anónimo dijo...

ay, ay, ay...autor-narrador...esto eh er cormo! ajjajaj
Te parece poca responsabilidad?
Tus alumnos leen tu blog?
Bezi

Anónimo dijo...

Buenos días Antonio, ya me he leído las novelas de Oscar, de Fernando y de Mariano. Ahora voy a por tu "Mucha suerte".
Está siendo todo muy interesante y entretenido, no solo por descubrir autores nuevos, sino por encontrar cauces nuevos de compra desde Alemania, nuevas librerías (estuve en contacto con los de la librería Cámara en Bilbao y me encantaron), por observar las dificultades de venta y edición...Me lo estoy pasando genial.
A ver cómo percibo tu libro...
Besos

hombredebarro dijo...

Espero, mita, que como mínimo te lo pases la mitad de bien que con los de ellos.
Un saludo.

Fernando García Pañeda dijo...

Mita, te va a gustar el libro. Pero mucho. O, al menos, más que a la bibliotecaria de mi barrio.
Seguimos luchando.

Anónimo dijo...

Ya sabía que este relato le iba a gustar a Alberto M, tiene un sarcasmo surrealista de los que a él le encantan, lo de fastidiar porque sí (me refiero a los personajes), por principio de autonomía, y el deje antierótico del retrato de la bibliotecaria.