viernes, 11 de marzo de 2011

Las puertas



La fotografía es de Andreas Gursky

A las puertas del centro comercial había gente esperando que se abrieran las puertas desde hacía más de una hora. Por fin a las diez en punto los empleados se aproximaron desde el otro lado y accionaron la apertura para que los clientes, arracimados en la calle y protegidos de la lluvia con sus paraguas, fuesen pasando dentro. Se habían anunciado en los periódicos del día anterior varias ofertas muy atractivas. La gente inundó el recinto aliviada y se distribuyó entre los establecimientos con determinación de gastar dinero. Hubo parejas que dividieron sus esfuerzos temiendo no poder llegar a conseguir alguno de los productos puestos en rebajas si se mantenían juntos, así que cada cual se puso en colas diferentes. Los compradores solitarios tuvieron que conformarse y ver cómo los otros les sacaban ventaja. Las puertas del centro comercial, todas, se cerraron inesperadamente a la una en punto del mediodía. Sonó la alarma y enseguida hubo que revisar los dispositivos de cierre y apertura, pero nada, no respondían. En cada puerta se fueron formando dos tipos de grupos: los que desde el interior querían salir a la calle con sus compras recién hechas y aquellos que desde la calle, donde hacía un tiempo bastante desapacible, querían acceder al interior del centro comercial. Nadie parecía entender muy bien qué es lo que ocurría y en un primer momento tanto unos como otros pensaron que si cambiaban de puerta podrían entrar o salir. Pero se encontraron con la misma situación en todos los accesos. Después de unos minutos un responsable de la seguridad se acercó a todos los que querían abandonar el centro comercial para repartir unos bonos con los que podrían tomar un refresco y un tentempié en cualquiera de las cafeterías que se especificaban al dorso. La clientela aceptó con agrado el detalle y regresó al interior con la esperanza de que en unos pocos minutos, como les habían prometido, estaría solucionada la avería de las puertas. Los agentes de seguridad consiguieron que los clientes que se aproximaban a las puertas con idea de marcharse se dieran la vuelta contentos con las invitaciones que les entregaban. Quienes se encontraban al otro lado de las puertas con idea de entrar y no podían vieron lo que sucedía dentro, y exigieron una compensación para ellos mismos, puesto que estaban soportando un fuerte aguacero y algunos ya se habían mojado. Pero desde dentro no se les podía atender. Muy pocos renunciaron a su idea inicial marchándose a sus casas o a sus trabajos. La mayoría confiaba en que el problema se arreglaría pronto y, una vez dentro, quien más quien menos pensaba exigir un tratamiento similar al que habían recibido los clientes que no podían salir. No poder salir no es un perjuicio más grave que no poder entrar, dijo rápidamente una voz que se sentía autorizada. Dentro del centro comercial fue aumentando el número de gente que tenía intención de abandonarlo, a la que enseguida se le fueron ofreciendo diferentes modos de distracción con los que se sintieron más que satisfechos, felices. Sin embargo, entre los que seguían en la calle el descontento era cada vez mayor. No había aparecido allí ningún responsable de la empresa que les diese una explicación o que les compensase las molestias. Los ánimos se fueron encendiendo y hubo varias embestidas contra las puertas, ataques con los que no se consiguió nada, porque eran blindadas y estaban a prueba de vandalismos callejeros. Pasó tiempo suficiente como para que la situación comenzase a ser preocupante, pero desde dentro del centro comercial la crisis se iba gestionando con mucha habilidad. Surgieron conflictos entre los de fuera, peleas por el puesto que cada uno ocupaba para el momento en que las puertas volvieran a abrirse. Hubo momentos de pánico, empujones, alguien que se sofocaba y pedía auxilio. Y de ahi surgieron peleas mayores, amenazas, se blandieron armas. Aparecieron los radicales, que siempre se habían manifestado contra el centro comercial, no obstante ahora lanzaron cócteles molotov contra sus puertas, porque no se permitía el acceso a un grupo de ciudadanos. Los clientes que se habían quedado encerrados se percataron enseguida del peligro que se corría fuera y admitieron con mansedumbre su situación. Al fin y al cabo allí tenían de todo. Se les ofrecieron comidas, ropa de descanso, se organizó un comité que evaluó la situación y, después de un primer recuento, se calculó que estarían bien abastecidos durante tres semanas, quizás cuatro. Sólo le pidieron a Dios que los familiares y amigos que se habían quedado fuera pudieran resistir las embestidas de aquella crisis, que aguantaran con todas sus fuerzas, y eso les fueron diciendo por teléfono a sus novios, a sus hijas, a sus padres y hermanos, a cualquiera que de verdad fuese importante para ellos.

1 comentario:

Rafael dijo...

Este texto me recuerda a las censuras psicológicas y sociales, las distracciones que las “instancias” nos van suministrando según les conviene, hartazgo de que nos dicten y manejen, miedos temores, dioses, Norte y Sur, rebelión y sumisión.