lunes, 21 de marzo de 2011
Palabras sueltas
La fotografía es de Michael Jang
En un ascensor de un edificio de oficinas un hombre de repente dice en voz alta una palabra. Y dos plantas más arriba añade otra. La primera palabra le ha pillado a los demás por sorpresa. Nadie la ha entendido bien. Cada cual iba en sus pensamientos y la palabra soltada de improviso ha sido como esa piedra que cae en mitad de una laguna; en realidad no sabemos bien si ha sido una piedra o ha caído un conejo al agua, puede que un bebé, sólo vemos las ondas concéntricas que ha formado. El hombre ha dicho algo, pero no sabemos qué ha dicho, hemos alcanzado alguna consonante, una vocal. Unos dirían que la palabra ha acabado en “a”, pero alguien aseguraría que acababa en “i”. La segunda palabra que el hombre ha dicho ya los ha pillado a todos pensando en el hombre, pero tampoco la esperaban, quizás al hombre se le ha escapado de un pensamiento, una palabra determinante de una idea obsesiva de alguien que no ha podido reprimirse. Pero al menos tres tipos, con aspecto de oficinistas como ese hombre que no lo es, la han oído perfectamente. La tercera palabra la ha dicho el hombre cuando se han abierto las puertas del ascensor y han entrado dos mujeres. No ha sido un saludo. Las mujeres no le han hecho mucho caso, pero sus compañeros de viaje desde la planta baja no le quitan ojo sin mirarlo, son todo oídos para todas las palabras que de ahora en adelante quiera ir diciendo. Quien se tiene que bajar en la planta quince sin que el hombre haya abierto de nuevo la boca lo hace con cierta decepción porque desearía oír una nueva palabra, la número cuatro, que el hombre la pronuncia al tiempo que se saca un antifaz de un bolsillo. Entonces más de uno siente deseos de abandonar el ascensor, que le parece una trampa para ratones, donde el cuerpo queda a expensas de otro cuerpo que quisiera atacar. Pero un antifaz no es un arma. Un antifaz no tiene sentido ahora. El hombre se lo coloca y después dice la quinta palabra. En el piso diecinueve se bajan todos los demás, incluso quienes han pulsado números de plantas que estaban muy por encima. Estamos en el edificio más alto de la ciudad. Estas son las palabras que el hombre ha dicho: espejos, mente, antebrazo, regateo y tristeza. El hombre no suele subirse dos días seguidos al mismo ascensor, tampoco permanece mucho tiempo en la misma ciudad, hace lo que le gusta, que unas veces es lo que acabamos de contar y otras algo que poco tiene que ver.
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