jueves, 13 de marzo de 2008

El centauro


Yo estaba bien, tranquilo, no había bebido mucho. Acababa de cobrar. Me fuí al polígono, que está lleno de mujeres a cualquier hora. Me arreglé el pelo en un espejo retrovisor, me peiné. Pero algo sucedió mientras caminaba hacia allí. Al llegar ellas se asustaron al verme. Ninguna me quería coger los billetes que les mostraba. Pero por fin una muchachita, casi una niña, se acercó.
-¿Me dejas montar sobre tí?
Al principio no la entendí. Pero hice un gesto de afirmación con la cabeza. Cruzó sus delicados bracitos sobre mi cuello y sentí que se me sentaba encima. De repente yo era un cuadrúpedo. No sabía si centauro o caballo, pero me salió un trotecillo alegre. Las otras mujeres al verla a ella se acercaron y me tomaron confianza. Comenzaron a acariciarme el lomo, luego me hicieron una trenza en la cola y me engalanaron con flores de plástico. A todas les dí un paseo sobre mi grupa. Salió la luna. Hubo fogatas. Y de vez en cuando aparecía un cliente que reclamaba un servicio, todos eran más o menos especiales. Todos se quedaban boquiabiertos al verme entre ellas.
-¿Y ese?, preguntaban.
-No sabemos de dónde ha salido. Pero nos ha entregado todo su dinero y a cambio sólo quiere estar entre nosotras.
A la mañana siguiente me dolía la cabeza, desperté en el arcén, los coches pasaban a toda velocidad. El suelo estaba lleno de gomas usadas. No quedaba ninguna de las mujeres de la noche anterior. Pero había otras, que no dejaron que me acercase a ellas. Me gritaron.
-Vete, nos espantas a la clientela.
Me palpé el cuerpo. A ver. Ni rastro de aquel cuadrúpedo que recordaba entre brumas y vapores de alcohol. Las mujeres me habían puesto un embudo en la boca para que pudiese beber. Ahora me pasaba las manos por los labios resecos. Me asomé a la luna de un escaparate y ví la turbia figura de un mendigo, de un loco, con la ropa rota y sucia. Quise ir a mi casa, pero no recordé a dónde dirigirme. Estuve yendo y viniendo hasta que me crucé con una cara conocida. La de aquella niña que no tuvo miedo de acercarse a mí, la que me pidió que la dejase montarme. Pero ella no dio señales de reconocimiento.
-Mira, viejo, me dijo, si no te largas te abro la barriga, me dijo, y me enseñó el instrumento con el que estaba dispuesta a hacerlo.

3 comentarios:

Mariano Zurdo dijo...

Lo que más me gusta de tus relatos no es que escribas bien, que lo haces, sino la originalidad que desbordas. Eso es un valor competitivo enorme, tal y como está de anodina la literatura actual.

Shangri-la dijo...

Hola. Te invitamos a visitar nuestra publicación sobre literatura y cine. Un saludo.

Fernando García Pañeda dijo...

[exabrupto censurado] ¿Eso es la vida que creemos llevar, acaso?